La noche del viernes 8, una noche calurosa donde hasta la calle transpiraba, Ladran Sancho fue el escenario indicado para que Julián Desbats, conocido como El ruso, brindara la presentación de su segundo disco llamado Culebrón. El lugar era más que adecuado, porque Ladran Sancho es una casa para Los rusos hijos de puta y toda persona que estaba llegando a la presentación, quizás ya había visto alguna vez al ruso tocar ahí. Esto que parecía un detalle pequeño, ya le daba un toque inmenso de amistad. Afuera ardía Buenos Aires, pero adentro había un clima diferente. En la calle, el calor era insoportable, pero adentro se disfrutaba esperar que se venga el diluvio. El clima íntimo con la temperatura de un abrazo. Tocaba Panchito Villa mientras la gente empezó a acercarse al escenario, otros todavía comían sentados en las mesas, pero sin poder concentrarse en su comida porque no había necesidad de concentrarse en otra cosa que no sea en la música; porque si no te dejabas abrazar, empezabas a transpirar y a pensar otra vez en ese calor que derretía el cemento afuera.
Un culebrón es vivir en ese eterno choque, en esa intensidad, en un enredo de emociones que se expresa a tarascones. Julián Desbats se acerca al micrófono, lo acompaña “la romántica bailable” y una luz rosa ilumina el pequeño escenario. Llegaba la hora de sacar las canciones de su habitación a lo más profundo de los corazones de los que lo estábamos escuchando. Julián Desbats y el ruso, son la misma persona, pero no quiere decir que sean lo mismo: el guitarrista de Los rusos hijos de puta cuando toca con la banda, se deja llevar por otro sendero, donde se ve a una persona con un sentimiento rebelde y algo más alocado, como que Los rusos hijos de puta es la parte más agitada de Julián Desbats; cuando él se presenta bajo su nombre, abre una especie de cuaderno íntimo de aquel joven romántico y muestra cuán rebelde también debe ser el amor para que sea sincero. Baladas que te encierran en un mundo íntimo, lleno de sentimientos donde la poesía atraviesa tanto la melodía como las letras, que parecen declaraciones de un dolor que necesitaba ser otra cosa. En este caso, un par de canciones hermosas.
Empezó con “Amantes del error“, la canción inicial del disco, una de las canciones más movidas, y la gente empezó a bailar y a cantar. El disco había salido hace un par de meses y todos ya estábamos metidos en el mismo Culebrón. Ni bien se escucharon los primeros aplausos recordé la canción con la que había empezado a escuchar a Julián y como un tarado la empecé a susurrar: “El amor es sólo una palabra, lo que sentimos es salvaje y no tiene nombre”. Culebrón suena con más experiencia pero con la misma necesidad de urgencia, como algo que hay que largar, porque afuera nos están dando palazos y cantarle al amor es un acto de resistencia. Le siguió “Solté el diablo” y remarqué en mi cabeza la frase que acababa de susurrar, porque lo salvaje tiene nombre y se llama Culebrón.
Luego “Panky”, donde pidió que lo ayudaran a cantar ya que es una de las canciones que estuvo dando vueltas por todos lados en estos pocos meses de vida que tiene el disco. La gente obviamente se la sabía: nadie podía negar que es una de las canciones románticas más lindas que pudimos escuchar este año. Una canción que te invita a aprender de la experiencia, respetarla y abrazar la soledad. El recital en vivo siempre es tan importante para medir la potencia porque logra desencajarte de aquel casillero en el que estás cuando escuchás las canciones por tu cuenta. “Panky” esa noche sonó mucho más arriba de lo que la había escuchado tantas veces, demostrando que un culebrón no es cuestión de quedarse quieto, sino de cambiar todo el tiempo la intensidad. A mitad del tema se subió Panchito Villa y ambos celebraron cantando ese pedacito de corazón.
La noche siguió “En tarascones“, literal y poéticamente. Lo que me gusta de esta canción es su versatilidad sin que pierda la sencillez, porque va atravesando distintas capas, que caen como un diluvio de sintes sobre la balada, y a la vez, la poética que el color sea el rosa sobre negro, donde lo romántico brilla fluorescente en la oscuridad como un tubo de neón que no necesita energía externa para funcionar. “Somos dos lobos hablando en tarascones, para después lamernos las heridas”: las canciones eligen la vestimenta para después quitárselas en el escenario. Julián Desbats logró un disco sólido y seguro y esa noche era para llorarlo riendo rodeado de sus seres queridos. Al rato se me terminó de cerrar una idea, porque lo que pensaba que Julián tenía que sacar de su habitación era una descripción que me quedaba corta, sino que lo que hizo en realidad fue trasladar a todas las personas a su habitación y cantarnos desde lo más profundo de su corazón, haciendo el escenario una cama gigante y Ladran Sancho una pieza de su alma.
La lista de canciones siguió completando el disco, variando desde “Privilegios“, donde llega al máximo esa atmósfera romántica que estalla, hasta llegar a “Dale Gas Zorrito!“, donde Julián, hábil e inquieto le da ritmo y velocidad a algo que no se diluye en sentimientos sino que va contra la corriente, esquivando obstáculos para seguir manteniendo un estandarte que busca ser pisoteado todo el tiempo. Vienen bajando los de la federal o las hienas del monte, quieren sangre con carne, pero al amor no hay palazo que lo derribe. Me fui del lugar con mucho más calor todavía, pero feliz de haberme empapado de emociones, el asfalto estaba caliente… pero yo lo estaba mucho más.
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Foto principal: Julián Desbats y La Romántica Bailable, por Julieta Briola.