Más de 11 años tuvieron que esperar los fans de Kasabian desde el lanzamiento de su primer single, “Processed Beats (Demo)”, hasta la llegada de la banda a nuestro país en marzo de 2015. A pesar del tremendo amague de debut en 2012, producto de una enfermedad de Sergio Pizzorno, los de Leicester pagaron su deuda con creces cuando llegaron como una de las mayores atracciones del Lollapalooza 2015 y además brindaron un sideshow junto a The Kooks en La Rural.
Es por eso que la nueva visita de los ingleses a la capital argentina se vivió de otra manera. Una forma relajada y tranquila, más afín a un reencuentro que a la de una primera cita llena de ansiedad y nervios. Aún así, hubo una fuerte dosis de intensidad acorde a la música de Tom Meighan y compañía.
Las almas que le hicieron frente a las intermitentes lluvias fueron al Estadio Obras a ver este segundo capítulo de una novela de amor que tendría que haber empezado hace mucho más que tres años. Los chicos de Joystick dieron inicio a la noche poniéndose al hombro la siempre desafiante tarea de preparar a los comensales para el plato fuerte de la velada.
La misión, que para otros podría resultar una de categoría suicida, dio comienzo a las 20:00 y resultó exitosa para el conjunto de Chabás, Santa Fe. Demostraron que a pesar de la corta edad de sus integrantes, ya tienen escenario encima y no le temen a desafíos como éste. Lo propio quedó asentado en la perfecta ejecución de éxitos de su autoría como “Sube la marea”, “Perfecto para la ocasión”, “Volviendo al principio”, y en la actitud desplegada sobre las tablas, ganadora del aplauso de la jornada.
“Somos Joystick. Chau”, cerró el siempre carismático vocalista Pano Benincasa después de solo 6 temas y 26 minutos en escena, antes de guiar a sus compañeros tras bambalinas y liberar el espacio para que los técnicos de Kasabian empiecen a justificar su sueldo.
21:01, apenas 1 minuto después de la hora estipulada, se consumó el momento que todos los presentes aguardaban: con música de película de fondo, Tom Meighan, Sergio Pizzorno, Chris Edwards y Ian Matthews tomaron sus lugares para comenzar el setlist con “Ill Ray (The King)”, mismo track que abre For Crying Out Loud, el sexto disco de la banda lanzado en 2017 que sirvió como la excusa perfecta para volver a tierras sudamericanas.
Luego llegó una seguidilla de infaltables: “Underdog” y el primer gran pogo, “Days Are Forgotten”, con una interpolación de “Ecstasy of Gold” del legendario Ennio Morricone. Pizzorno aprovechó la electrónica “eez-eh” para descolgarse la viola y danzar. Mientras liberaba algo de su característica energía sobre el escenario, lo que suele servir como una cancha de básquet se transformaba por completo en una pista de baile.
“¿Cómo están?”, preguntó un correcto y rayado Meighan después de la flamante y pop “You’re in Love With a Psycho”, consumando así la primer interacción de la noche con los fans. Tras la aplanadora, quilombera e imposible-de-no-poguear “Club Foot”, Meighan repetiría la interacción con la platea y una cabecera a tres cuartos de capacidad.
Por su parte, Pizzorno, el claro favorito local, hizo lo propio con el clásico “Re-Wired”, ganándose una de las más grandes ovaciones del apasionado público con el que también compartió unos segundos bajándose del escenario durante la pegadiza “Threat”.
En un intento de devolver algo del cariño expresado por los fans, el cantautor y productor oriundo de Newton Abbot le dedicó la próxima a Buenos Aires: se trató de “U Boat”, canción que integró la placa debut del grupo y que Serge ejecutó en solitario, acompañado solo por su guitarra. Una vez finalizado el momento más íntimo y relajado del compromiso, las cosas volvieron a su normalidad con “Switchblade Smiles”.
Durante “Empire” Meighan dejó bien claro su cariño por Serge al tocarle el culo en medio de la performance, dando muestras de la buena relación que tienen ambos, un elemento clave para el entendimiento que la dupla tiene sobre las tablas.
“Bless This Acid House”, uno de los hits de For Crying Out Loud, representó una nueva oportunidad para bailar, las cuales fueron pocas en medio de las tantas guitarras y bajos distorsionados que los ingleses suelen utilizar.
Para cerrar la primer parte del show, Kasabian llevó a cabo “stevie” y “L.S.F.”, singles de polos opuestos de la carrera del grupo pero igualmente obligatorios en sus shows. Durante el primero, un siempre correcto Tom mostró signos de demagogia al levantar una bandera albiceleste arrojada desde el público; el segundo contó con una interpolación con “Lose Yourself” de Eminem.
El reloj marcó las 22:15 y mientras los demás abandonaban el escenario, Pizzorno se quedó agitándola con la gente, haciendo gala de su buena onda y ganándose más puntos para el título de favorito. A esta altura ya no se podía pedir más y el valor de la entrada ya estaba pagado, pero los Kasabian generan algo adictivo que da ganas de que no se vayan jamás. Afortunadamente, todavía quedaban algunos temitas más.
La nueva “Comeback Kid” abrió los bises y le dio paso a la inconfundible base de bajo distorsionado de “Vlad the Impaler”, otro de los infaltables que Pizzorno aprovechó para deshacerse de la guitarra, jugar con el público y robarse todas las miradas. Por último, un final que no sorprendió a nadie: “Fire”, del disco West Ryder Pauper Lunatic Asylum (2009), demostró su vigencia y efectividad como tema de cierre, no solo por su intensidad sino también porque el público se retiró cantándolo.
Antes de despedirse, Pizzorno tomó la posta y, en un castellano duro pero totalmente entendible, dijo “muchas gracias, muchas gracias” antes de caer de rodillas al escenario y reverenciar a la gente que no paraba de aplaudirlo. En tan solo 1 hora y media de show, Kasabian revalidó sus etiquetas como una de las bandas más potentes, polifacéticas e interesantes para ver. Los ingleses dejaron en claro que esta intensa y rockera historia con los argentinos debería haber empezado tiempo atrás.
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Foto principal: Jorge Junes.