La Mala Rodríguez está de paso por Sudamérica. Estuvo hace poco en Perú y antes de eso en Argentina. Ella no deja pasar su tren. Una acuariana que está cerca de las cuatro décadas ha entendido cómo es el juego y lo juega como la mejor. Ya no hay tiempo que perder. Es hora de recoger lo que uno fue sembrando con dolor y ritmo.
La noche de ese miércoles 21 de febrero fue calurosa. En las afueras de Groove, había grupo de gente haciendo la previa, con los oídos atentos, esperando a que alguien les dijese que en breve saldrá quien esperan para hacerlos volar durante el tiempo que dure la ceremonia. Esperan bebiendo, fumando y riendo. Hace ya un tiempo que la Mala no nos visita y la emoción es grande. Quizás hay otros artistas que hace añares que no pisan nuestro suelo y también nos interesan. Sin embargo, la ausencia de la Mala en nuestros escenarios se hace notar como quien extraña a un amor juvenil.
En cuanto a la fecha en sí dada en Capital Federal no hubo mucha información antes del show. En las redes había más incertidumbres que certezas. Por eso fue una sorpresa cuando Coral Casino, banda trapera de nuestra región, se subió al escenario para calentar la velada. A eso de las 20 horas aparecieron y con su sonido hicieron que los que llegaron temprano pudieran levantar sus ánimos, en un Groove a medio llenar. La respuesta fue bastante positiva.
Con hip hop de la vieja escuela y mucho proveniente de la región ibérica sonando por los parlantes, el DJ de turno amenizaba la espera. La cerveza y los tragos se fueron haciendo presentes y la paz antes de la tormenta se hizo visible. En breve arrancaría el plato principal y cada vez más se iba llenando dicho lugar de Palermo.
A eso de las 21 horas el telón se abrió y el DJ que acompañaba a la Mala esbozó los primeros sonidos del show. Y ahí salió ella, vestida de negro, provocativa, con su voz fuerte y clara ocasionando la euforia de los presentes. “Egoista”, “Tambalea” y “Déjame entrar” arrancaron como una balacera en la gala nocturna. Aparecieron las bailarinas, que también estaban vestidas provocativamente de negro. “Tengo un trato”, “Quien manda” y “33”, éste último con el famoso bate en la mano de la Mala, agitándosela a un público vituperante, fueron lo que vino a posterior. Uno podrá extrañarse con un comienzo a puros hits, mas es entendible. Con una carrera tan prolífica y con tantos buenos resultados a nivel musical, La Mala pareciera que es la gallina de huevos de oro de la escena del rap.
El arranque fue un chute de adrenalina para luego estabilizar tanta emoción con muy buenas canciones. “La cocinera” y “Mátale” le sucedieron. Luego de “Dorothy”, La Mala llamó a una competencia de baile con gente del público. Unos minutos de indecisión se vivieron mientras se esperaban los contrincantes. Al fin subieron dos chicas que tras mostrar sus pasos, el público eligió a una ganadora. La victoriosa se llevó una pistola muy sci-fi de agua.
Luego de “Nanai”, “Toca Toca” y “El gallo”, pidió que suba uno de la audiencia para cantar junto a ella. Rápidamente sube un tal Ángel, quien se escabulló entre la gente, pasó la barra de seguridad y subió al escenario tan rápido como si fuera alumno de Speedy Gonzalez. Le alcanzaron un micrófono e hicieron un dueto improvisado que ninguno de los presentes olvidará. Ángel es un chico como cualquiera de nosotros que quizás estaba al tanto de ese pedido que la Reina solía hacer en los shows. Subió sin ir a buscar fama ni mostrar sus talentos. Subió para estar cara a cara con ella y “Tengo lo que tú quieres” llevó las cosas a otro nivel. Luego de la canción y del abrazo emocionante que tuvieron, se notó la cara atónita de la Mala. No se esperaba tanto afecto espontáneo. Es más, nadie se lo esperaba, pero a partir de este punto la energía fue distinta. Las vibras se volvieron aún más personales. Las sorpresas están a la vuelta de la esquina.
Se acercó al público y le dieron regalos. Un libro, una remera, entre otras cosas que fue recibiendo y que ella gratamente devolvía con una sonrisa por cada presente. Uno de esos regalos fue una remera blanca con una estampa que además del buen diseño que tenía, decía “Mátale” bien grande y claro. Se la puso encima de lo que tenía encima y estuvo con eso puesto hasta salir del escenario.
La gente comenzó a cantar “Olé, Olé, Olé, Olé, Malaaa, Maalaa”, por primera vez en toda la noche. Fue un gesto de aceptación. La Mala ahora pasará a ser de esas artistas que, pese a no haber nacido en el país, es tan argentina como el dulce de leche y la birome. El cántico de la aceptación dio paso a “Galaxias cercanas”, “Por la noche” y “Tambalea” como bises. El DJ tuvo su lugar con un momento solista para mandar scratchings y las bailarinas también tuvieron su momento para deleitar al público, que ovacionaron sin ton ni son.
La noche se terminaba al igual que la función. Sólo daba lugar para decir que la Mala Rodriguez dio un show que fue mejor de lo que uno esperaba. Debiera volver más seguido para fortalecer a sus fanáticos regionales. La pregunta sería: ¿Cuánto tiempo más la veremos arriba del escenario? ¿Cuánto tiempo su cuerpo tendrá la fuerza suficiente para viajar de lado a lado subiéndose a los escenarios y dar semejante energía? Ella tiene un trato y el tiempo es finito, mas conociendo lo desgastante que es la movida musical. Comparte arte hecho con lo turbio de su corazón y la magia de sus letras. La Mala brilla y pese que para algunos es una artista más que viene para llevarse el botín, quienes la conocemos sabemos el enorme esfuerzo que hace para sacarnos de nuestra realidad por casi dos horas de show. Y eso es lo que vale.
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Foto principal: Dana Ogar.