Los Espíritus es un sexteto oriundo de La Paternal que se dio el lujo de romper los récords como banda autogestionada y, tras lanzar su tercer disco, se dedicó a girar por el interior del país, el resto de Latinoamérica y hasta México y España. Tras tamaña vuelta al globo, y a pesar de haber presentado Agua Ardiente en dos Teatro Flores agotados, decidieron volver a su barrio de nacimiento para dar el toque más grande de su carrera en el Microestadio Malvinas Argentinas.
Caminando las calles barriales aledañas y al cruzar por el puente la vía que todo aquel que haya ido al Microestadio conoce, se oía el repiqueteo de tambores. Nomás entrar había una pequeña murga animando el paso de la multitud, así como también a quienes se instalaran en el patio cervecero ubicado fuera del microestadio. Empero, al entrar al mismo uno se encontraba con otra murga, de gran tamaño esta vez, mujeres bailando, vestimentas elocuentes y rostros pintados. Un poco más tarde la pequeña murga del exterior se asomaba y acababa entremezclada con el grupo más grande que terminaba con un campo lleno a puro baile, luego de que lxs más valientes rompieran el hielo.
Menuda forma de pasar el rato, el conjunto se encontró con un público acalorado y expectante. A las diez de la noche se apagó la luz y una intro de tambores dio pie al ingreso de los músicos. La intro incorporó uno a uno diversos sonidos y devino en “Huracanes”. Contra todo pronóstico, se empezó a generar pogo incluso en melodías tranquilas. Una buena parte del público se encontraba de un humor festivamente saltarín.
Un honesto recorrido por toda la discografía espiritual fue el empuje ininterrumpido del setlist. La sobriedad que tiene el conjunto a la hora de comunicarse con el público contrasta con la embriaguez que genera su sonar y su cantar. Encantaba ver a Fer Barrey (percusionista que el jueves 7 se presentará también con Morbo y Mambo en la celebración de sus diez años) cantarse los temas de memoria aunque no fuera ése su rol.
En el segundo tercio del show nos visitó desde Medellín Saúl Correa —padre de Pipe (batería)— en los tambores. Momento aparte para el adrede cambio de letra “las armas las carga el diablo y las descarga algún gendarme” en clara alusión a lo que ocurriera tanto con Santiago Maldonado como con Rafael Nahuel. En medio de tanta prolijidad simil disco, Los Espíritus se permitieron meter secuencias en vivo: en el aclamado “Jesús rima con Cruz” hicieron un enganchado instrumental y extendido que tamaña competencia brindaría a cualquier beat disco-bailable; luces también a tono. Algo parecido ocurrió sobre el aparente final de la presentación, donde, con la presencia de Walter Broide (baterista de Poseidótica), y Tulio Simeoni (baterista de La Patrulla Espacial) en percusión, así como Tomás Vilche (Los Bluyines) en psicodélica guitarra, acompañaron “El palacio”, “Alto valle” y “Vamos a la Luna” con unos cuantos solos de más, tras lo cual todos abandonaron el escenario.
Diez minutos después volvieron para dar el mejor de los bises, con el mayor de los clásicos, “Negro chico” y “Noches de verano”, así como el inmejorable “La rueda que mueve al mundo”, donde el público organizó un pogo circular armonioso en forma de rueda que canalizaba sus alegres danzas. Justo antes del final, el agradecimiento a Nacho Perotti, amigo y mánager, apodado “el séptimo espíritu”, por obligarlos a organizar “todo esto” fue el aporte de Santiago Moraes (voz, guitarra). Por su parte, el líder Prietto (guitarra, voz) decía en lo que sería su único monólogo de duración apreciable en la noche “este fue un año muy loco y cerrarlo así es hermoso”.
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Foto principal: Daiana Quinteros.