Estirpe particular en clave de falsete: lo telonearon, impecables. Los reyes del falsete extienden el ser soportes aunque sea una canción más y lo acompañan en “Sonriendo”. La canción habla (muy a grandes rasgos) de hacer distintas cosas y siempre sonreír. El nivel de misticismo y trance que se maneja en el elegante teatro Xirgu, le saca unas lagrimas a unxs, le eriza los vellos de los brazos a otrxs pero los deja a todxs así, con una sonrisa (melancólica, de bronca, de admiración o de introversión). Shaman Herrera y Los Reyes están en el medio del teatro, rodeados de caluroso afecto. Las luces rojas dan más calidez aún, a un momento que se asemeja al destino del comodorense: una canción de fogón. Solo que esta vez, él es la llama y la canción. Las personas aglutinadas en un gran círculo y la morfología cilíndrica del teatro funden en una espiralada estética los hipnóticos sonidos de la voz del gran señor de holgada indumentaria, pelos y bigotes largos. “El primer color” (ya sin Los reyes) termina de confirmar que la melancolía iba a ser un actor importante en la noche del jueves.
Ya en el escenario y alternando canciones nuevas con otras de los Hombres en llamas (primer formación de Shaman), pasando por la electrónica, el folk, el indie, Los pilares de la creación (Adrián Conti, Alejandro Bertora, Eduardo Morote) llegan a un punto cúlmine hacia la mitad del recital. Teclados y piano, batería, bajo, guitarra y ¡tuba! se destacan por igual en “El camino a Plutón” y “Sueño real”; ellos saben qué canciones son y qué dicen cada una: “A través de soles he venido escapado tengo ganas de asentarme en un planeta despoblado” y “Se abre el camino entre las montañas, la nieve sagrada. La casa que está al pie de la colina, en llamas, divina. La veo entrar…, todo lo que soñé es real.” Shaman les toca el corazón y el corazón de ellos está en sus instrumentos. La despedida toma su forma, la vuelta a su Patagonia natal se materializa en eso que alguna vez se autopredijo en forma de canción. Le siguen “Sonríe”, “El árbol”, “Rostros”… y las almas quieren salirse de sus cuerpos y abrazar a ese ser en la infinitud. Solo logran pequeños escapes: quebrados gritos de “no te vayas, volvé, quedate para siempre”. “Las distancias no existen” responde solemne y ansioso de ir a su querida montaña a criar a su hijita y a crear canciones, quizás no tanto sobre allá, sino más bien, desde allá para, algún día volver acá, y tocarlas.
Por supuesto que la pregunta que se hacen todxs, también se dispara en la noche y Shaman dice que va a buscar a Santiago. Otro punto para la emotividad. “Ya no basta con vivir feliz”. La canción a la libertad (“En la noche”) resume lo que Shaman venía explicando: él se siente de La Plata, vivió 15 de sus 36 años allí, está cómodo pero no basta; el Epuyén lo alimentará de más magia y originalidad para seguir expandiéndose y creando canciones nuevas como “Avatar” y “Puntito Azul” (con la que termina fundido en infinitos aplausos), canciones que harán desplazarse a más de uno de sus lugares comunes, siempre hacia arriba y en espiral, como la mítica despedida (o hasta luego) en el Xirgu.
Foto principal: Shaman Herrera, por Dana Ogar.