Tras casi un año de pensar este evento que supera la palabra recital, Proyecto Gómez Casa logró hacer posible lo que resultaba una locura; porque una locura nunca es imposible cuando se la trata con cordura.
Se abrieron las puertas del IMPA y el público entró por la misma puerta que horas antes habían entrado los obreros a trabajar. Mientras más te ibas adentrando al lugar, los olores cambiaban, la madera y el metal tapaban el olor a tabaco típico de un recital. No es que nadie estuviera fumando adentro, pero ni haciendo una casita con todo los cigarrillos del público se podía superar el tamaño de la maquinaria de la fábrica. Al principio nadie entendía nada, sólo se notaba asombro e incertidumbre de no saber con qué nos íbamos a encontrar. Tenías que atravesar un pasillo largo donde te encontrabas con la historia del IMPA en unos carteles. El IMPA es una fábrica recuperada por los obreros, símbolo de la resistencia laboral. Dentro del establecimiento funciona también un centro cultural. Aparte del olor a madera y a metal, había olor a una lucha atemporal y eso le daba otra perspectiva a la mirada del público, expectante de ver algo diferente. Pero sólo ver también te dejaba corto, porque esto estaba preparado para que se entreguen todos los sentidos, para que la percepción se abra en otro ámbito desde el concepto. Todavía ni siquiera había arrancado el show y ya era alucinante. El techo muy alto servía de cielo oxidado y hasta el ruido de las latas de cerveza que rodaban en el suelo al ser pisadas por la gente, aportaban a la estética de este paisaje apocalíptico que parecía sacado de una novela de Ballard. El lugar estaba delimitado por cintas que te conducían a donde estaba el escenario, pero detrás de la cinta, estaba todo lo cotidiano: rincones apagados en la oscuridad, objetos filosos, chapas… toda precaución estaba asegurada porque uno podía darse cuenta por dónde se podía caminar y por dónde no. Unos audios graciosos con la voz de Gómez te explicaban todo y si veías a alguien haciendo algo que no tenía que hacer, por el bien de los demás, lo tenías que retar; unos audios con sonidos locos que generaban conciencia de que esta era una apuesta importante y todos teníamos que colaborar. Detrás de la cortina de Proyecto Gómez Casa había una fábrica que en un par horas iba a volver a abrir. Pero Gómez no hizo de esta cortina algo para tapar, sino más bien una cortina transparente con distintas capas de sonido que te llevaban a ser capaz de poder verlo todo, oírlo todo y sentirlo todo. El frío del metal era parte del motor que recién se estaba poniendo en marcha.
El show empezó y la fábrica tomó otro sentido, una resignificación espacial, estábamos todos en una fábrica, sí, pero era la fábrica de Proyecto Gómez Casa. Los golpes de la batería eran truenos en las chapas mientras nos empapaba una tormenta de sintetizadores. Empezó a sonar “Construcción” mientras el lugar se empezaba a venir abajo. Había que destruir todo para volver a construir. Pichón Baldinu, quien estaba a cargo de la dirección, caminaba por todos lados mirando para todos lados, es que en todas partes había algo que mirar. De repente el público le dio la espalda a la banda, porque a sus espaldas estaban los Fluxlian, un grupo de performers de la iluminación con martillos y metales dibujando la tormenta. Movimientos coreográficos al ritmo de la banda, uno giraba un cuadrado metálico y parecían relámpagos incidiendo en la superficie mientras que los martillazos estallaban en una onda expansiva que te hacía vibrar. La fusión entre la música electrónica y la performance daba un resultado maquinal, casi robótico, la reproducción de la mera repetición de los golpes martillaba pero ahora en tu cabeza. La fábrica tomaba una vida nocturna que la daba vuelta y la acústica metálica del lugar no necesitaba casi efectos, pero imaginen el resultado cuando a algo que no necesita de otra cosa, se le redobla el sentido y hacer de una fábrica que parece quedada en el pasado, transformarla en una ecuación del futuro. Si el lugar era perfecto, es porque lo que estaba a sonando era Proyecto Gómez Casa, que había hecho el trabajo de empaparse del lugar y no plantearlo sólo como escenografía, sino como un universo entero.
Los Fluxlian corrían de un lado a otro, cuando estaban en el escenario, alumbraban con linternas agitadas y hacían parpadeos lumínicos casi epilépticos. Si se es experto en luz, también se lo es en sombras… este grupo de iluminadores proyectaba en la pared sombras gigantes de un guitarrista que se mantuvo escondido en una parte de atrás, lejos del escenario, entonces tenías a la banda tocando y si te dabas vuelta tenías una sombra gigante a tus espaldas que te daba escalofríos. Y de repente tenías que voltear la mirada para otro costado porque algo nuevo estaba sucediendo. El recital no se basaba en sólo mirar a los músicos tocar, sino tener la incomodidad de no saber para dónde hay que mirar, porque no querés perderte de nada. Mover las bases de la comodidad del espectador es algo muy propio del trabajo de Pichón Baldinu. Los escenarios donde se presentaba La Organización Negra eran similares en el sentido que había un espacio particular y resignificado. La Organización Negra lejos estaba de los escenarios convencionales de teatro, sino que la premisa era experimentar y sacar el arte de su lugar común. Con Proyecto Gómez Casa esto también se puede decir, porque a pesar de que la banda pueda tocar en cualquier lugar, hay momentos donde la idea resalta mucho más. Y es por eso que este, me animo a decir, que fue el recital más importante de Proyecto Gómez Casa en su trayectoria, no digo de su vida, porque a un artista que busca lo que quiere nunca se le puede acertar su siguiente paso. Importante por la experimentación, importante por el compromiso de llevar una idea a cabo, importante por hacer salir al espectador descolocado del lugar queriendo un poco más de ese shock reciente.
La lista iba pasando de Construcción a las canciones de antes, si bien ambas partes de Construcción llevan a paroxismos el lenguaje maquinal de Proyecto Gómez Casa y el lugar entonces era perfecto, la forma empezó a tomar una sensibilidad más humana cuando todos se callaban y se escuchaban suspiros amplificados que retumbaban en tanto metal. Gómez agarró su guitarra plateada y empezó a cantar su dolor con “No podés desintegrarte por lo que pasó”. Esos pequeños momentos donde todo parecía pausarse, era sólo una instancia del proceso para preparar el siguiente golpe. Cuando la canción terminó y Gómez volvió a su butaca, empezó otra vez el estruendo. Un descanso de los truenos para seguir con un huracán. Si estabas lejos de los parlantes recibías los golpes igual. Bailarinas sobre el escenario hacían de la danza del surrealismo un arma del proletariado, mientras Gómez con su cuello hacía el movimiento de un regador, la música y la performance se equiparaban todo el tiempo a nivel de importancia. El vestuario es sumamente importante en la estética de la banda, los Fluxlian estaban con mamelucos apagados mientras que las bailarinas, fluorescentes. Todo estaba sumamente pensado, delimitado, el show se armó como se arma una máquina: parte por parte que componen un todo en funcionamiento. Si hace falta un ejemplo, en el escenario se para uno de los performers con una carcaza en su cabeza que tenía una cámara en la frente y una luz pega en el fondo de la pared y se ve gigante, proyectado lo que él ve. Primero se ve al público desconcertado en la pared, y la cámara apunta a las manos y empieza a correr unos carteles y tirarlos en el piso, se pueden leer los mensajes: “On lerf it kerf”, “Ts onleder tserf”. Gómez no sólo juega con el lenguaje sonoro, sino con todo los lenguajes que te puedas imaginar: lo audiovisual, lo gramático, lo corporal. Lo experimental no tiene techo si hay quien riega en todo momento… y Proyecto Gómez Casa es un regador perfecto. Después de la tormenta algo va a crecer, porque eventos así son los que quedan grabados en la mente del espectador como fruto del shock.
Quien haya visto alguna vez a la banda podía darse cuenta que en esta ocasión había otra mirada puesta, una mirada que supervisaba cómo se iba dando todo y encima era la de Pichón. Quien conozca lo que hacía la Organización Negra en Cemento puede señalar puntos en común que ya venían desde antes sin conocerse, más que influencia, flujo de coincidencias. Desde sacar la música a objetos no musicales, hasta romper los límites de lo acordado en convenciones genéricas. Ambos son exceso y en el riesgo la fortaleza. El hombre que ignora la culpa que hay en su interior, el hombre que ignora la culpa que hay en su interior, el hombre que ignora la culpa que hay en su interior. Un nuevo estallido de luces mientras suena “Rockero” apunta a una nueva intervención: el público veía cómo era el proceso de encintado metalizado, armado de humano a robot, el ojo mecánico caminaba entre el público y Gómez bajó del escenario y le dio un gran abrazo. Fue extrañamente emotivo ese momento, muy conmovedor. Volvieron a sonar las latas en el piso de alguna otra zapatilla y luego, un gran aplauso. Sonaron otras grandes canciones como “De chiquitito” y “Tranquilo”, la banda se dio el lujo para hacer un recorrido por su discografía teniendo todo lo nombrado como complemento, los permorfers corrían a toda velocidad en el escenario sin moverse del lugar, parecía una pesadilla detenida en el tiempo con los bordes de las siluetas remarcados por el juego de una iluminación perfecta… una hermosa pesadilla de la que varios no quisimos despertar.
La importancia que Proyecto Gómez Casa le da al proceso es fundamental, porque lo que quiere es demostrar cómo somos una parte pequeña de algo pero en engranaje podemos mover algo grande. Agradecido saludó al público al grito de “Cuesta un huevo ser feliz pero sean felices”. Un evento de un año rondando en pensamientos se hizo primero de metal para luego ser de carne y hueso con un corazón gigante. Después de un evento así, más de una persona se habrá ido a su casa con ansias de hacer algo distinto, algo que mueva el piso porque sus pies seguían temblando.
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Foto principal: Bruno Adamovsky.