En su paso por Buenos Aires para su primer show en Argentina, Nadya Tolokonnikova de Pussy Riot habló con Paula Litvachky, directora del área Justicia y Seguridad del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) y con Daniel Sandoval, docente villero, para aportar una mirada transnacional sobre el derecho a la protesta. Hacia una multitud expectante en Niceto Club, y entrevistados por la periodista de LatFem María Florencia Alcaraz, los tres hablaron sobre cómo vivieron en sus cuerpos el uso injustificado de la violencia estatal, cómo se encarna esa demanda en lugares tan distintos y por qué la solución la piensan a partir de “la necesidad de estar organizados para pelear en conjunto.”
Daniel y Nadya se acababan de conocer, pero sus testimonios fueron muy parecidos. Juntos forman parte del proyecto Heridas Abiertas, el video que inició la charla y retrata cómo fueron sus estragos con la violencia policial, reivindicando el derecho a la protesta. La apuesta de la INCLO, la red de organizaciones de derechos humanos alrededor del mundo de la cual el CELS forma parte, advierte contra la fuerza policial durante manifestaciones públicas y la amenaza que genera en los Estados democráticos.
Paula, pieza clave en el proyecto, contextualizó la situación: “La violencia en el mundo está cada vez más justificada, la represión es cada vez más común, la compra de tecnología para disuadirla y para vigilarla también. Hicimos este video para mostrar que no solo es cuestionable el uso de armas de fuego en las protestas, sino que las armas menos letales también matan y generan daños irreversibles.” Daniel, que milita en el PTS desde hace mucho tiempo, asentía a su lado. El 2016 lo recibió, durante una manifestación, con 22 balazos de goma, uno en el ojo. “Estuve dos semanas ciego, tres meses en cama, me hicieron dos operaciones, y fue lo peor. Ahora casi no leo, me cuesta mucho, me complicó la vida.”
Nadya contó que en Rusia el derecho a la protesta casi no existe, y que en Chechenia existen campos de concentración para homosexuales y la gente rebelde. Es más, hace un par de años se aprobó una ley que prohíbe oficialmente cualquier expresión que no sean parte de las tradicionales. Con el pañuelo verde de la campaña nacional por el derecho al aborto en el cuello, dijo:
“El pueblo ruso es mucho más inteligente que el gobierno que tenemos. Merecemos algo mucho mejor que lo que está pasando. Nosotras estuvimos en prisión dos años por alterar el orden estatal. Y estando allá entendés que cuando hablamos de abuso de la policía, no solamente tenemos que pensar en el de ese momento, si no también en cómo se percibe después. Es intimidante salir a protestar de nuevo si ya te atacaron, no puedo hacer planes a largo plazo. Pienso qué pasa si me golpean, si me pegan.”
Daniel agregó que también lo siente así, pero que hay algo más fuerte que lo moviliza: la injusticia. “Las manifestaciones son genuinas, hay niños y abuelas que se están muriendo de hambre. Creo que por eso lo primero que hice cuando me levanté de la cama fue ir a una movilización. Es que después del dolor que sentí, ya no tengo más miedo. Y ahora nos tienen miedo, porque no tenemos miedo. Porque las balas las sentí, por más que hayan sido de goma.”
A raíz de esto Paula rescató el concepto de letalidad encubierta, de armas no letales pero no por eso no dañinas: “Esas armas también matan, el único agravio no tiene que ver con la vida. Hay que contrarrestar el miedo que generan, el poder salir a la calle con seguridad. Hay que trabajar sobre la cuestión de la tolerancia. Queremos que no se usen, que no haya miedo, que quede bien claro el mensaje que tenemos que seguir protestando y organizándonos. Porque el Estado, cualquier Estado, debería garantizar el derecho de protesta, y en ese sentido las armas menos letales deberían prohibirse. Eso buscamos, minimizar el daño lo más que podamos.”
La organización para las Pussy Riot, coincide Nadya, fue necesaria: “Cuando empezamos la banda éramos tres chicas, solo eso. Creo que si son pocas y tienen una idea radical, ahí es el momento de usar el punk. Nosotras venimos de un suburbio antifascista, zapatista, las máscaras fueron lo que queríamos llevar puesto. Entendimos que si nosotras nos vestíamos así iban a ser nuestras ideas, no nuestras personas. Dejamos de lado nuestro ego por lograr algo artístico, nuestro objetivo era lo que queríamos transmitir. Para nosotras las máscaras eran parte de la representación. Lo que nos preocupó cuando fuimos a los tribunales, fue que dejamos de ser anónimas. Y me parece que fue para bien.”
Con el fin del anonimato, surgió la necesidad de pensarse en comunidad. Daniel coincidió en que, aunque nunca salió del país, al escucharla a Nadya con su historia, confirmó su convicción de que “el cambio tiene que ser a nivel mundial, internacional, hay mucha gente que está sintiendo lo mismo… y es una sensación rara, distinta, que de alguna manera me hace sentir bien.”
Nadya, a su lado, lo miró y comentó:
“Sí, creo que la respuesta es poder manejar nuestros miedos, seguir adelante a pesar de todo. Acá, en Rusia y en todos lados.”
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Foto principal: Catalina Calvo.