Si sos fan del animé original Cowboy Bebop y viste esta nueva versión de Netflix es probable que ya hayas llorado, vomitado o sentido la tentación de quitarte la vida, como las hordas de otakus desconsolados que han manifestado puro hate a lo largo y ancho de Internet. ¿Por qué tal reacción? Para tratar de resumir toda la cuestión digamos que el animé es de culto, es decir que no es para cualquiera; por el contrario, el live action sí, es extremadamente atractiva, entretenida y pochoclera. Esta adaptación es lo más cercano a ver un película de Tarantino en el cine. Y no cualquiera sino Kill Bill Vol. 1 y 2 en un double feature. Solo un necio se privaría de semejante placer visual y cinemático.
Y digamos la verdad, el animé no es para cualquiera no porque tenga un aura melancólica y reflexiva -vamos que tampoco es un ladrillo pesado de filosofía existencialista a lo Evangelion– sino porque tiene varias fallas en términos narrativos. La nueva serie no solo cumple con una adaptación hecha con mucho amor y respeto -algo esencial y que por suerte se nota mucho-, también corrige estos problemas con un armado de guion más sólido y aprovecha todo el potencial perdido en su momento. Porque Spike y compañía se merecían aventuras más divertidas e identidades menos misteriosas y más definidas.
Para quienes no estén familiarizados con el material original, Cowboy Bebop es un animé creado por Shinichiro Watanabe -quien ha sido consultor en esta nueva entrega- estrenado en 1998. Solo tuvo una temporada de 26 capítulos autoconclusivos de menos de media hora -también se estrenó una película en 2001- donde se narran las peripecias de Spike Spiegel, Jet Black y Faye Valentine, cazarrecompensas a bordo de la nave espacial Bebop. Es básicamente una space opera, un subgénero que cruza western con ciencia ficción. Si con esa interesante combinación se hace un animé con un gran estilo de animación y una excelente banda de sonido con mucho jazz, el resultado entonces no puede fallar. Y no: Cowboy Bebop se convirtió en un clásico, en un referente de la animación japonesa y es considerada una obra maestra tanto en oriente como occidente. En definitiva, se convirtió en una obra intocable: ¿cómo van a venir estos de Netflix a arruinarlo todo? Después de destrozar tantas cosas y sobre todo el animé Death Note con otra versión live action, los miedos son más que justificados.
Cuestión que en estos nuevos diez episodios, los showrunners André Nemec y Jeff Pinkner -punto destacado de su CV: Lost-, a través del guionista Christopher Yost -quien escribe para Marvel y metió un capítulo de The Mandalorian– le dieron a Cowboy Bebop lo único que le faltaba: un arco narrativo firme que desde el principio enhebre los episodios para generar interés y posibilite un mayor desarrollo de personajes para entender sus actitudes y motivaciones y lograr empatizar con ellos. Porque una cuota de misterio está bien pero el animé abusó de ese recurso logrando que reinara la confusión.
Ya no se trata solo de deambular atrapando criminales random para cobrar dinero y no morir de hambre. Desde el primer episodio se plantea el conflictivo triángulo amoroso en el que está metido Spike (John Cho) junto con Julia (Elena Satine) y Vicious (Alex Hassell), dos personajes clave para entender su historia que apenas aparecen -y muy tardíamente- en el animé y que aquí tienen más presencia. Vicious -su caracterización ya es otro tema porque resulta lo más flojo de esta nueva versión- además de ser su némesis es miembro del Sindicado, un grupo mafioso que forma parte del pasado oscuro de Spike. Aquí el Sindicato deja de ser una mera referencia vaga del mal para estar detrás de los delincuentes que se cruzan en cada episodio, dándole mayor coherencia y grosor a la trama central.
Además, con episodios más largos -algunos llegan a la hora- el desarrollo y resolución de conflictos entre malhechores resulta mucho más satisfactorio. Por otra parte, las historias de Faye (Daniella Pineda) y Jet (Mustafa Shakir) también fueron mejoradas, con más o menos cambios: se insiste más en la búsqueda de identidad de Faye y a Jet le inventan una hija para resaltar cierto costado tierno y paternal del original.
Esta nueva versión funciona sobre todo porque de alguna manera resuelve la casi imposible tarea de trasladar el trío protagonista a la acción real sin provocar un desastre de proporciones épicas: el casting generaba ciertas dudas pero terminó siendo excelente. La elección de Cho, que no es una gran estrella y que además es de origen asiático, demuestra un respeto enorme por el animé que se impone ante ciertas conveniencias comerciales. Que el actor tenga casi 50 años -el personaje de Spike no llega a los 30- tampoco importó: el tipo se preparó, entrenó (de hecho el rodaje estuvo parado medio año por una lesión que sufrió filmando) y resolvió las escenas de artes marciales con mucha dignidad. Su Spike mantiene la misma actitud, es tan agudo y seductor como la versión animada. Y la química que se genera entre él, Shakir y Pineda es innegable. Hasta los haters reconocen ese acierto.
Pero el aspecto más polémico, por el que los fans ponen el grito en el cielo, es el tono que se maneja. La serie tiene un humor arriesgado, irreverente, más cercano al de una película clase B. Acá se reemplazan las alegorías metafísicas un tanto cursis o las fuertes bajadas de línea sobre el sistema capitalista por chistes, muchos chistes sobre bidets y depilación de partes púbicas, además de cierto erotismo y tensión sexual entre personajes que funciona muy bien. La serie es graciosa, llega al límite pero sabe cuándo parar. Sin embargo, para muchos se pasa de la raya y pierde así la esencia “seria” del original para transformarse en una comedia ligera. Algo discutible, porque drama no falta cuando se indaga en los demonios de sus protagonistas. Lo que ocurre es que esta es una versión adaptada al público occidental y más específicamente al anglosajón. La verdadera esencia se mantiene, solo que ahora se rige por otros códigos morales y estéticos.
En este último apartado, que era el gran fuerte del animé, la serie es realmente virtuosa. Solo la presentación ya es una muestra de eso. Cada plano está muy trabajado y se adecua a una gran variedad de géneros cinematográficos más allá del western y la ciencia ficción, sobre todo mucho noir y ciberpunk con esas noches de fotografía sepia y luces de neón de paleta fría. La banda de sonido sigue siendo sensacional y no es para menos ya que Yoko Kanno, la compositora original, se volvió a encargar del asunto.
Por último, los efectos especiales y -como ya se mencionó- las escenas de pelea son más que dignas. En el penúltimo capítulo hay una secuencia en la que Spike se carga a unos cuantos tan maravillosa que vale por toda la serie. Hacia el final, un par de sorpresas anticipan una segunda temporada, aunque todavía no está confirmada. Ojalá se de porque Netflix, esta vez y contra todo pronóstico, hizo un gran trabajo.
Cowboy Bebop está disponible en Netflix.