De un tiempo a esta parte del almanaque, Netflix se empecina en revisitar la vida y obra de los asesinos seriales más relevantes en la historia criminal de Estados Unidos. De Ted Bundy a John Wayne Gacy, la oferta es notable. ¿De dónde proviene este interés excepcional? Ya sea desde una faceta documental o en formato de ficción, estas historias siguen un mismo patrón, una matriz muy específica: intentar prestarle una mayor atención a lo que sucedió con las víctimas, a tratar de comprender por qué Estados Unidos es una fábrica de serial killers y poner el foco en qué repercusiones tuvieron estos hechos en la sociedad (pasada y presente).
Estos ríos de sentido culminan en el mismo océano de conclusión: que se deje de romantizar a los asesinos en serie, que el público abandone cualquier intento de enamorarse y simpatizar con seres que destruyeron muchísimas vidas. Ahora bien, tiene sentido preguntarse: ¿lo están logrando o solo están sumando más confusión al caos reinante donde los asesinatos en masa siguen siendo parte de la realidad cotidiana de gran parte del planeta? La miniserie Monstruo: La historia de Jeffrey Dahmer, creada por Ryan Murphy e Ian Brennan, vuelve a instalar los cuestionamientos sobre el valor creativo de esta clase de abordajes. ¿Qué suma la ficción a estos sucesos tan revisitados desde todos los ángulos? ¿Gana el morbo o se impone el arte? ¿Surge la reflexión o simplemente es el entretenimiento viendo desmembramientos y el flujo de torrentes de sangre? Complejo.
La existencia de Jeffrey Dahmer fue objeto de estudio de diversos libros, películas (Mi amigo Dahmer y Raising Jeffrey Dahmer, entre otras), documentales de televisión e incluso en YouTube hay muchas horas de video dedicadas su figura y derrotero (los canales dedicados a los crímenes brutales suman muchísimo kilometraje en la plataforma). En este sentido, la miniserie Monstruo: La historia de Jeffrey Dahmer quiere plantearse como una versión definitiva por su recorrido exhaustivo (con una gran presencia de la vida de las víctimas directas e indirectas, como los familiares y la vecina de Dahmer) y su impronta estetizante (tiniebla y oscuridad densa adentro de los espacios donde se cometen los crímenes, luminosidad en ese afuera donde está –todavía- lo vivo) que intenta buscar algunas posibles respuestas.
¿Hay explicación racional, lógica, para lo terrible? ¿Tiene su origen en algún lado el terror efectivo y certero de lo real? ¿El asesinato serial tiene raíces en la cultura o en la psiquis del individuo? Es por estos cuestionamientos que mucho más que el “¿cómo?”, el “¿por qué?” de estos asesinatos (y el canibalismo y las mutilaciones, etc.) reaparece de forma explícita (en boca de los personajes, sobre todo el padre de Dahmer) o velada (como pensamiento ardiente en los espectadores) a lo largo de los capítulos.
Desde ese posicionamiento, la miniserie expande su universo de acción y pensamiento hacia el corazón del alma caótica norteamericana: el crecimiento económico entra en tensión con el racismo y la violencia contra la inmigración, la movilidad social se enfrenta a la apatía de un sector de la juventud que no encuentra ninguna motivación concreta por el entorno, el progreso y lo que se vende como “american dream”, al avance de los derechos de las minorías y la visibilidad de las disidencias sexuales se choca contra la homosexualidad contenida de Dahmer que no la puede vivir con soltura, etc. La miniserie se mete con un caldo muy espeso donde cada línea de análisis puede dar una respuesta, pero lo cierto es que ninguna termina de volverse definitiva y determinante.
https://youtu.be/XGTrtPATyPs
Los asesinatos de Dahmer, 17 cuerpos mutilados de diversas maneras (las peores imaginables) en personas mayores y menores de edad, fueron cometidos entre el periodo de 1978 y 1991. Una vez apresado por la policía fue conocido como el Caníbal de Milwaukee por la prensa. En este punto comienza la miniserie y desde ese centro neurálgico avanza y retrocede en el tiempo para tratar de ver la historia no como un recorrido lineal y cronológico sino como una exploración de una vida muy particular que terminó matando personas y comiéndolas.
¿Dónde está el desvío, en qué momento las cosas comenzaron a romperse? Dahmer toma de todos lados para lograr su difuso cometido: la taxidermia, la milicia, la farmacología, la ciencia del escalpelo, finalmente la religión (se bautiza) para encontrar aquello que no se termina de definir con claridad. Dahmer no sabe lo que quiere, pero lo quiere ya. De ahí las muertes, de ahí la fragmentación, de ahí la necesidad de “zombificar” al ser. Es decir: Dahmer no soporta la humanidad de los humanos (que tengan deseos propios contrarios a los de Dahmer, por ejemplo) y entonces los quiere volver otra cosa que se corresponda con su obsesión.
Dahmer es interpretado por Evan Peters y su trabajo acá es impecable (al igual que el de Andrew Shaver en el rol del padre de Dahmer y Niecy Nash como su vecina): lo suyo es surfear entre el vacío y la frustración, va de la desolación sin épica a la necesidad de conectar con alguien (“solo quería ver una película acompañado”). Su mirada nunca se corre del desamparo y su cuerpo parece estar dominado por fuerzas que no son las suyas. De todas maneras, su trabajo es tan bueno que es imposible lograr conexión o comprenderlo en términos de empatía. No es querible, solo puede ser observado.
Desde ahí, la serie logra parte de su cometido. Y en otro sentido: se revisita este caso para poner en evidencia el racismo y el maltrato que sufrieron las personas no blancas por parte de las instituciones. La desprotección por aquellos que debían cuidar a los ciudadanos fue bestial e histórica. Naturalizada como elemento inamovible de un sistema siniestro, el descuido que vivieron estas personas fue demoledor para el transcurso de sus existencias. En un intento de continuar una deconstrucción que ya lleva varios años, esta producción (al igual que otras pero que buscan lo mismo) pone el foco en el modo en el que la policía corrompe lo que debe ser protegido.
Canta Leonard Cohen en una canción de esos años, “Everybody Knows“, como si reflejara lo que se cuenta en la miniserie: “Todo el mundo sabe que los buenos perdieron/ Todo el mundo sabe que la pelea estaba arreglada/ Los pobres se quedan pobres, los ricos se hacen más ricos/ Así es la cosa/ Todo el mundo lo sabe/ Todo el mundo sabe que el bote hace agua”. Y en otra canción dice Cohen: “Yo he visto el futuro, hermano/ Y es crimen/ La democracia está llegando a EE.UU”. Esa es la mayor herida de la que habla esta miniserie: la democracia en Norteamérica es una mentira y el crimen viene de todos lados, de los psicópatas y del Estado, de los dementes y de las instituciones. ¿El “american dream” fue real alguna vez? Si alguna vez fue real, está herida de muerte hace muchísimo tiempo.
Dahmer es asesinado por un compañero de cárcel en 1991. Conviene recordar que un año después se desata la revuelta en Los Ángeles por la agresión atroz en manos de la policía del afrodescendiente Rodney King (hay un documental excelente en Netflix: LA 92). Lo que implica pensar que la ilusión del alma norteamericana estaba mostrando un resquebrajamiento imparable donde la historia de Dahmer, y todo el daño que produjo, es un capítulo más en un recorrido que viene de mucho antes. Monstruo: La historia de Jeffrey Dahmer puede ser vista como puro entretenimiento (basado en asesinato, canibalismo y necrofilia) o como una señal más de que un país que todavía tiene asesinatos masivos semanalmente sigue tratando de encontrar las razones de tantas muertes, de tantas bajas.
Monstruo: La historia de Jeffrey Dahmer está disponible en Netflix.