El primer capítulo de El reino se vende bien. Con un ritmo narrativo relajado, presenta una gran cantidad de personajes con planos secuencia elegantes hasta que todo se precipita con un magnicidio en pleno cierre de campaña presidencial. Hay acción con un gran despliegue de producción, suspenso, intriga y un conflicto ya instalado que engancha al espectador. La nueva serie argentina original de Netflix a cargo de Marcelo Piñeyro y la escritora Claudia Piñeiro (ambos a cargo del guion, mientras que él se reparte la dirección de los ocho episodios con Miguel Cohan) es una movida jugada que se mete con temas delicados: política y religión. Y por eso hoy está en boca de todos.
La trama gira en torno a los Vázquez Pena, una familia evangelista que regentea la poderosa Iglesia de la Luz, fachada, a su vez, de manejos turbios de todo tipo. El pastor Emilio (Diego Peretti) tiene tanta influencia en la sociedad que se postula como vicepresidente de la futura fórmula ganadora junto al empresario Armando Badajoz (Daniel Kuzniecka) quien, como mencionamos, es asesinado por Remigio Cárdenas (Nico García), un hombre vinculado a la iglesia. Lo interesante es que no se trata de quién sino por qué. Y ahí entra en escena la fiscal de la causa Roberta Candia (Nancy Dupláa) y su joven asistente Ramiro (Santiago Korovsky) para arrinconar a la familia y exponer sus más oscuros secretos en plena campaña electoral. Porque ahora el pastor va para presidente.
Además de Mercedes Morán como la pastora Elena -quien es la que realmente mueve los hilos- y los tres hijos (Vera Spinetta, Victoria Almeida y Patricia Aramburu) cada uno con sus líneas argumentales, el vasto elenco se completa con Peter Lanzani, quien se destaca como Tadeo, sobrino de la familia a cargo del hogar de niños de la Iglesia, y los personajes más ambiguos de Chino Darín y Joaquín Furriel, asesores externos del pastor.
En definitiva, un elenco excelente, pero desaprovechado. A Peretti como semejante líder evangelista le falta muchísimo carisma, no genera simpatía ni rechazo; Furriel con el correr de los episodios se vuelve tan malo que parece una caricatura o un villano de culebrón mexicano. Y con excepción de Lanzani, el único que logra expresar cierta profundidad, el resto se mantiene en la misma vibra deslucida.
Pero ellos no son el problema, claro: es el guion y la dirección. Los diálogos son neutrales y acartonados, abundan las obviedades y lugares comunes. Tampoco hay una pizca de humor -ni siquiera en escenas grotescas que lo ameritan- y el tratamiento es tan literal y solemne que por momentos pierde la seriedad que tanto reclama. Es llamativo cómo un argumento que toca temas tan escabrosos es tratado de una manera tan básica, menospreciando las capacidades del espectador. El reino sería algo así como “Corrupción evangelista para dummies”.
Lo paradójico es que, hacia la mitad de la serie, esa simpleza facilitadora queda opacada por capas y capas de subtramas que se van sumando, muchas sin ningún tipo de justificación o articulación con el argumento central. Hay demasiadas cosas y se vuelve un poco abrumador: lavado de dinero, escuchas ilegales, desapariciones de niños, algoritmos que manipulan votos, Estados Unidos que mete la cabeza en la campaña electoral y hasta una especie de mesías infantil. Pasa de todo, pero de alguna forma todo se siente chato.
Es una lástima porque es un tema muy candente para el panorama político de nuestro continente. Es un escenario posible que se postule en Argentina un evangelista de peso y gane elecciones y eso puede generar terror en sectores progresistas de la sociedad. Hay momentos (pocos) en los que a más de uno se le pueden parar los pelos cuando se hace hincapié en la ideología del partido del pastor.
Hacia el final, todavía en campaña (nada se resuelve, está claro que habrá una segunda temporada), Emilio da un discurso donde afirma que peleará contra el enemigo, que satanás se acurruca “en la ideología de género, en aquellos que quieren adoctrinar a nuestros hijos en la masturbación, en la homosexualidad, en los asesinos que se niegan a ver vida en el vientre materno”. No indagar por aquí, por las posibles consecuencias sociales de tener un presidente con semejante propuesta de campaña, manejado además por el establishment neoliberal, quizás haya sido una decisión consciente para no generar demasiada polémica. De todas formas no sirvió de nada.
A una semana de su estreno, sectores conservadores y grupos evangelistas pusieron el grito en el cielo y acusaron fuertemente a Claudia Piñeiro tildándola de fascista por retratar a su congregación como corrupta y mentirosa. Se olvidan que se trata de una ficción, que estamos en democracia y rige la libertad de expresión. Además, se olvidan que la serie también fue escrita por Marcelo Piñeyro y gestionada por K&S Films, la productora de Oscar Kramer y Hugo Sigman. Pero todos ellos son hombres, así que hay que atacar a la única mujer involucrada. El reino será algo banal pero, a juzgar por como viene moviendo el avispero en la opinión pública sacando lo peor de estos sectores, tampoco está tan mal.
El reino está disponible en Netflix.