Cuando le preguntaron al filósofo francés Jacques Derrida (el cráneo hermoso y complejo detrás del concepto de “deconstrucción”, por ejemplo, que ya forma parte del lenguaje cotidiano de esta época) sobre qué aspecto de la vida de sus filósofos admirados le hubiera gustado investigar más, respondió sin dudar: “su vida sexual. ¿Querías una respuesta rápida? Hubiera querido saber cómo fue su vida sexual”.
Estas palabras, que luego usa de epígrafe Paul B. Preciado en su imprescindible libro Testo yonqui, están en el documental que repasa su vida y se puede ver en YouTube. Y es una respuesta que tiene una relación fundamental con el lugar que ocupa la vida privada en el rompecabezas que termina siendo una existencia pública para comprenderla en toda su dimensión. Es decir: ¿saber más de la vida privada es una información que ayuda a decodificar y revelar con mejores herramientas una mente creativa? ¿Tan importante es la vida puertas adentro? ¿Realmente guarda tanta información, como si fuera una caja negra al cual se recurre para saber qué salió mal (o bien) en una catástrofe? Lo que nos lleva directamente a la breve serie documental Los diarios de Andy Warhol (The Andy Warhol Diaries, 2022) de Andrew Rossi producida por Netflix. Seis capítulos de una hora, que se quedan cortos, para meterse con una de las mentes artísticas claves para comprender la sensibilidad de la segunda parte del siglo XX.
En vida, Andy Warhol (1928-1987) tuvo la misma incomprensión de los medios que padeció Virus (no olvidar que ellos trabajaron con el artista Roberto Jacoby) desde que comenzaron: la acusación respecto de una supuesta “frivolidad” contaminaron muchas de las lecturas que hubo alrededor de su obra. Tanto en Virus como en Warhol lo que era tomado como frivolidad significaba, en realidad, una operación artística (podríamos llamarlo también gesto político) que buscaba confrontar con su época: la solemnidad es la tumba del arte en cualquier disciplina, la alegría también puede tener su profundidad y densidad, la creatividad está en todos lados (“No hace falta ser un superior”; las latas de sopa Campbell como highlight), el juego como proceso de asociaciones inesperadas rompe con la praxis capitalista (la herencia de Duchamp en forma de ready made), hay que saber rodearse porque el arte no es más que una experiencia colectiva (pensar en The Factory de ese modo), y la verdadera -primera y última- obra de arte es la vida del artista. La publicación de los diarios de Warhol, dos años antes de su muerte en 1989, vienen a mostrar un elemento más que parecía desconocido hasta este momento: el hombre sin fondo tenía sentimientos, tuvo parejas, había un más allá de la piel y la superficie (de placer).
Andy Warhol era un extraordinario twittero antes de la existencia de Twitter. Sus frases revolotean por todas partes y hoy resuenan más que nunca: “Hacer dinero es un arte y trabajar es arte y los buenos negocios son el mejor arte”; “¿No es la vida sólo una serie de imágenes que cambian a medida que se repiten?”; “Soy artista porque soy feo y es lo único que puedo hacer”; “Es durísimo mirarse en el espejo. No se ve nada”; “No creo en la muerte porque uno no está presente para saber que, en efecto, ha ocurrido”; “Mis planes para el futuro son no hacer nada”; “En el futuro todo el mundo será famoso durante quince minutos. Todo el mundo debería tener derecho a quince minutos de gloria”; “La idea no es vivir para siempre, la idea es crear algo que sí lo haga”. Estas son solo algunas. Esta capacidad de inventiva lingüística comprimida con espíritu de clásico instantáneo (solo comparable con la de Diego Armando Maradona) hizo de Warhol una suerte de teórico para los medios de masas (todavía existía eso) de la vida moderna después de la explosión del Pop Art a fines de los cincuenta en Norteamérica y marcó (hasta el día de hoy, algo que en la serie se ve muy bien) la estética, lo atractivo y la relación con lo visual.
Explica el teórico Arthur C. Danto: “El arte a través del cual Warhol adquirió relevancia histórica estaba internamente relacionado con su candidatura a ícono norteamericano”. El perseguidor pasa al otro lado del mostrador y se vuelve objeto de consumo. Al volverse un ícono que traspasó las barreras del museo y corrió los límites de la fama, Warhol (su apellido real era Warhola, sacar esa “A”, la huella de su familia inmigrante eslovaca, fue parte de su reinvención) entendió que tenía que llevar un registro.
Los diarios aparecen en ese punto en el que quiere capturar algo de lo fugaz del cotidiano, pero también como una actividad más. Es decir: se los dictó por teléfono a una amiga, Pat Hackett, por lo tanto ya había una espectadora de esa intimidad. Luego ella los editó, lo que significa una segunda intervención. ¿Cuánto de certeza llegó al libro y finalmente a esta serie documental? En ese sentido, los diarios deben tomarse como lo que son: una forma de ocupar el tiempo por parte de Warhol, así como sus obras eran una manera de ocupar el espacio. La “verdad”, si es que eso existe, quedará para otro momento. ¿No es la vida, más que cualquier otra cosa, un aprovechamiento personal del tiempo y el espacio?, parece preguntarnos, desde el documental, Warhol con esa sonrisa tan enigmática que coqueteaba con la ambigüedad de expresar la genialidad más increíble en un sentido futurista y, a la vez, la banalidad más terrenal.
Andy Warhol era fascinante porque tuvo varias vidas que parecían totalmente inconexas. Incluso estuvo muerto clínicamente luego del disparo de Valerie Solana el 3 de junio de 1968 y revivió en el hospital. En su arco narrativo hay cronología pero no hay lógica, hay muchísima fragmentación y por eso hay tantas versiones contrapuestas sobre los mismos hechos. ¿Cómo pasó de ser un reprimido en el corazón impiadoso del White Trash norteamericano -Pittsburgh- a volverse un exitoso ilustrador de revistas en la ciudad progresista y cosmopolita por excelencia (New York)? ¿Cómo pudo ser vanguardista en las artes plásticas, en el cine, la televisión por cable, la moda, etc. sin parecer siquiera que se esforzara o planeara nada? ¿Sabía manejar los medios o simplemente era un tímido y llevaba a su terreno cualquier cosa que se dijera de él? ¿Por qué se hizo modelo de pasarela (lo que le trajo desnutrición y anemia por su obsesión con el peso), por qué se volvió un empleado de los ricos al ser un simple retratista y fotógrafo de las clases altas? ¿Era una basura de persona o realmente le latía el corazón, era un depredador sexual o el último asexual?
Las preguntas se amontonan como ropa sucia y el documental muchas veces intenta responderlas sin suerte (a la vez tiene su espíritu de “Juzguemos a Warhol con el diario del lunes”) pero eso no es un impedimento para disfrutarlo. Porque las obras de Warhol resisten el paso del tiempo, están al alcance de cualquiera, su arte atravesó las clases sociales. Y, quizás, esa sea la verdadera pregunta en el corazón de esta serie: ¿cómo se atraviesa el tiempo sin caer en el olvido?
Los diarios de Andy Warhol está disponible en Netflix.