Netflix estrenó su nueva serie producida junto a la BBC, Drácula. De los creadores de Sherlock, Steven Moffat y Mark Gatiss, llega a la pantalla chica uno de los personajes más revisados por la cultura: el conde Drácula.
Luego de haber tenido gran éxito reversionando al detective de la calle Baker, Moffat y Gatiss apuestan al vampiro conocido primeramente por la obra de Bram Stoker de 1897, pero que viene siendo llevada al cine desde 1922, con el clásico de Murnau, Nosferatu. Desde este celebrado film, paradigma del expresionismo alemán, la obra de Stoker ha pasado por diferentes tamices y tal vez la adaptación cinematográfica más fiel a la novela fue la de Francis Ford Coppola en 1992. Luego de tantas adaptaciones y versiones, nos preguntamos qué más se puede exprimir del conde de Transilvania y qué novedades puede tener esta nueva serie.
Lo cierto es que una de la mayores novedades podría ser la forma en la que eligieron contarla: tres capítulos de 90 minutos cada uno conforman la primera temporada ya disponible. Y verdaderamente se apega bastante al libro, lo cual hace que tenga muchas similitudes con la obra de Coppola, por ejemplo la escena de banquete de bienvenida que Drácula ofrece a Harker, aunque también son varias las libertades que se toma.
Podemos notar que el personaje de Drácula, que comienza como un anciano que poco sabe hablar inglés y paulatinamente se va convirtiendo en joven, es bastante más humano que otras adaptaciones como la de Murnau o la de Coppola. Es en estas obras que Drácula tiene el carácter de criatura, lo cual lo hace mucho más escalofriante, más allá de las diferentes formas que va adaptando. Es en estas comparaciones que la interpretación de Gary Oldman (protagonista del film de Coppola) se revela altamente superior, tanto en el Drácula viejo que habita el castillo como el elegante joven que recorre misteriosamente las calles de Londres.
Una de las diferencias más radicales que tiene la serie de Netflix con respecto al texto original es el reemplazo de Van Helsing, personaje fundamental, por la hermana Agatha Van Helsing, que comienza interrogando a Jonathan Harker sobre su estadía con Drácula. En sí, cumplen la misma función. La hermana, de hecho, se aleja bastante de lo que solemos esperar de una monja: desestima la fe y oficia de investigadora al igual que Van Helsing, que fue altamente interpretado por Anthony Hopkins en el film de Coppola. Así, la estadía de Jonathan en el convento tiene mucha más relevancia en esta adaptación.
Otra gran diferencia con la novela y la adaptación de Coppola es el tiempo que la serie dedica al viaje de Drácula desde Transilvania hasta Londres. La obra de Bram Stoker dedica pocas páginas al mismo y ubica al conde dentro de un ataúd en un barco de carga y diezma a los tripulantes mediante plagas. La serie dedica su segundo capítulo, titulado “Navío Sangriento”, y esta ya no es un barco de carga sino de pasajeros, con los que Drácula se relaciona (podemos imaginar de qué manera). Tampoco vemos en esta nueva adaptación a las esposas de Drácula, unas vampiresas que seducen y succionan la sangre de Jonathan, presentes en el libro y en el film de 1992 también.
Sí podemos decir que la serie de Netflix logra una gran ambientación epocal con grandes tintes terroríficos, aunque la gran figura del conde, interpretado por Claes Bang, no logra la intensidad y protuberancia de otras producciones.