“I’m just a man who needed someone
and somewhere to hide
to keep me alive, just keep me alive.
Somewhere to hide to keep me alive.”
Styx – “Mr. Roboto”
Cuando Mr. Robot se estrenó en 2015, era claro el tema que quería tratar. No había mucho más allá de la superficie. La crítica y la audiencia la definió rápidamente como un thriller psicológico-tecnológico, pastiche de series y películas como Fight Club, Matrix, V for Vendetta y Black Mirror, entre otras. Destacaba técnicamente por sus encuadres con uso masivo del espacio negativo, sus composiciones simétricas y una fotografía sólida dirigida por el aclamado Tod Campbell (Stranger Things). La serie de USA Network emergía como una serie cool con un discurso antisistema, que estaba muy bien dirigida, con un Rami Malek superlativo (que terminó ganando un Emmy y catapultando su carrera hasta llegar al Oscar), un punto de vista original, un guion elaboradísimo y coherente, un montaje vertiginoso, una voz en off con soliloquios lapidarios e inteligentes, una ambientación oscura y decadente y, por supuesto, como una serie que mostraba por primera vez en pantalla de forma realista cómo trabaja un hacker.
Alerta de spoilers: Esta nota contiene spoilers de toda la serie Mr. Robot.
Mr. Robot fue una serie apropiada para concluir la década. Transmitida desde junio de 2015 hasta diciembre de 2019, comenzó justo antes de que las elecciones presidenciales de Estados Unidos pusieran a Donald Trump en la Casa Blanca y terminó justo después de las elecciones del Reino Unido que le dieron a Boris Johnson una ventaja abrumadora. La serie fue testigo de la mayor captación de la derecha en Occidente desde los 70, un panorama que tampoco le fue ajeno a Latinoamérica con la llegada al poder de presidentes como Jair Bolsonaro, Sebastián Piñera o Lenín Moreno, entre otros. Ya sea en el aumento del número de multimillonarios, la erradicación casi total del estado benefactor, modelos económicos liberales y líderes con discursos retrógrados, la década de 2010 ha sido completamente reflejada, y en algunos casos, presagiada por Mr. Robot.
Pero capítulo a capítulo y temporada a temporada, se hizo evidente que la ciberseguridad, la redistribución de riquezas y la lucha contra el capitalismo nunca fueron los temas centrales de la serie. No era la historia de un hacktivista que quería “destruir a la mano invisible que controla el mundo,” ni tampoco un relato de ciencia ficción sobre universos alternativos. El gran Macguffin que resultó ser la máquina de Whiterose fue eso, una excusa argumental y monumental que se utilizó para desarrollar la(s) personalidades de Elliot Alderson. Y esto, es algo que Sam Esmail, el autor de la serie, fue dosificando magistralmente a lo largo de la historia solapándolo como una trama subterránea.
Para su final, Mr. Robot no usó líneas de código para atacar ninguna gran corporación ni luchó a contrarreloj para producir un apocalipsis financiero. La serie dedicó parte de su última temporada y sus últimas horas a desentrañar la mente de Elliot, su vida y sus relaciones más importantes; a negociar con la estrategia que había usado toda su vida como el mecanismo de defensa que le permitió sobrevivir y enfrentar sus fantasmas del pasado y presente.
Hitchcock argumentaba que hay una gran diferencia entre sorpresa y suspenso: “Una sorpresa es cuando una bomba explota sin aparentemente tener nada que ver con la historia. El suspenso es cuando el espectador sabe que hay una bomba debajo de la mesa y puede explotar en cualquier momento.” Esto mismo es lo que hizo Sam Esmail. Mantuvo esa bomba debajo de la mesa durante toda la serie, solo que esa bomba la fue mostrando fragmentada y dosificada. Se sabía que estaba ahí, pero tenía un aspecto fantasmal. A veces aparecía, se ocultaba y volvía a aparecer en forma desmenuzada. Fuimos conociendo esas personalidades de Elliot, una por una, parte por parte. Pero faltaba una, y Sam se la guardó para el clímax de la serie.
La revelación de que el Elliot que nosotros conocimos a lo largo de la serie era una más de todas sus identidades producto de su trastorno de identidad disociativo, fue el gran –y arriesgado- giro final, que funcionó y no como un recurso efectista. Desde el primer episodio, Mr. Robot construyó de forma soslayada el relato de una persona con este trastorno de personalidad y no lo hizo como una excusa para sorprender al espectador en determinado momento, sino para generar suspenso y tensión. Y si sorprendió, fue porque se comprobó que su discurso no era el de una gran conspiración, sino algo mucho más íntimo, humanístico y hasta filosófico: Mr. Robot habló de las relaciones humanas y la necesidad de estar unidos y conectados; por un lado, la relación de Elliot consigo mismo –y todas sus personalidades- y, por el otro, su relación con Darlene, su piedra de toque, su nexo con la realidad, su familia.
Este plot resignificó y revalorizó toda la serie. En el momento en el que aparecen los títulos de créditos finales, empiezan a caer en su lugar muchas piezas, y se hace inevitable pensar que ahora muchas escenas tienen una lectura totalmente diferente. A partir de ese momento, la serie se mira a través de otro cristal. La escena más representativa probablemente sea esa en la cual, a través de una sobredosis de morfina, vemos a Elliot entrar en la fantasía donde está atrapado el verdadero Elliot. Allí se encuentra con Angela vestida de novia que le dice que él no es el verdadero Elliot. Esa misma escena se repite en el capítulo final, estableciendo un puente que interconecta toda la serie y la da otra connotación. Una ingeniería de guion que demuestra lo importante que es saber desde el principio los puntos fuertes y principalmente el final del cuento. Esto es algo que suena redundante, pero en la práctica puede ser muy tramposo. Casos recientes como el final de Game of Thrones sobran, donde se conocen y diagraman el inicio y el nudo, pero no el desenlace. A veces, en el medio del proceso de escritura, la historia explota pero hacia un lugar desconocido. Pero si se traza e hilvana la historia en una escaleta muy cerrada, se puede orientar al espectador para que espere un final y, después, sorprenderlo cambiando radicalmente lo que se esperaba. Al espectador le gustan los misterios con muchas y pequeñas piezas de puzzle. Le da la oportunidad de creerse más astuto que el guionista o el director. Otra vez, el trabajo de la escaleta debe ser minucioso. Los misterios necesitan un buen cúmulo de pequeños y sutiles detalles que den lugar al puzzle y, desde luego, requieren una revelación espectacular.
El hackeo del 9 de mayo, el hackeo al Grupo Zeus, la explosión de la planta nuclear de Washington, la muerte de Ángela, la de Whiterose, todos estos sucesos ocurrieron en la realidad, no fue algo imaginado. Elliot “Mastermind” (como así nombran a la 4º personalidad) luchó contra todos los monstruos que encontró, incluido su trauma de infancia. Esta personalidad que creó el verdadero Elliot, la configuró como respuesta a los infiernos que estaba padeciendo y para cargar esa ira acumulada. El hacker justiciero fue concebido para darle refugio y proteger al verdadero Elliot, para lo cual cambió su pasado y lo encerró en esa prisión repetitiva que se muestra en el capítulo 12, donde todo es de color rosa, donde su padre no murió ni lo abusó, Angela vive y se van a casar y Elliot es una persona sociable y de buen pasar económico. En realidad, esta personalidad quería proteger el futuro de Elliot, crear un mundo mejor y más justo para él, desterrarlo del infierno que padecía, así que formo Fsociety para derrotar a todos los malos que se encontraba. Convirtió su dura realidad en una fantasía para mantenerlo a salvo, hasta que estuviese listo para afrontar la realidad de nuevo. “No recuerdo nada de eso,” repetía constantemente Elliot “Mastermind” a lo largo de la serie cuando le mencionaban un suceso que lo involucraba. Claro, la amnesia es uno de los tantos síntomas en los cuadros de desorden de personalidad. La persona no puede recordar información que normalmente recordaba con facilidad, como los acontecimientos cotidianos, información personal importante y/o acontecimientos traumáticos o estresantes. Es por eso también que no recuerda nada de los abusos de su padre.
El hacker justiciero que aparece apenas comienza la serie, reescribió un mundo nuevo, uno que es un poco mejor, un poco más seguro, pero al descubrir que su hermana Darlene -a pesar de haber aceptado y aprendido a querer a esta versión de Elliot- necesitaba de su hermano, ese hermano con el que creció y al que le dio la espalda por no saber cómo ayudarlo, comprendió que Elliot ya no necesitaba vivir en una fantasía infinita disfrazada de cárcel, porque ese era un mundo en el que no estaba su hermana. Y ahora, ya no estaría solo. Su trabajo estaba hecho. Hello, Elliot.
Aunque la ficción no mantuvo la popularidad con la que empezó –hubo muchas deserciones entre las temporadas 2 y 3- supo reinventarse y crear tramas nuevas para no quemarse. Mr. Robot estuvo siempre en constante movimiento, no se asentó en lo cómodo y en lo esperado. Consiguió que sus fans no se bajen de ella y que sean incapaces de descifrar qué es lo que iba a ocurrir. Y eso es un gran mérito para valorar y destacar en una ficción.
Desde luego que no todas las series tienen el mismo punto de ambición. Algunas están simplemente creadas para que pongamos el piloto automático y dejemos de pensar durante un rato. Mr. Robot no fue una de esas; fue creada para interpelar constantemente a su audiencia, planteándoles temas y debates actuales con la tecnología como trasfondo. Fue una ficción que criticó la política, la economía, el poder de las grandes corporaciones, el monopolio en el que estamos sumergidos y, por supuesto, los vínculos humanos. Pretendió que el espectador concientice todas estas problemáticas y adquiera un marco de reflexión y perspectiva para crear su propia voz.
Incluso cuando la serie nunca volvió a tener la repercusión que alcanzó durante la emisión de su primera temporada y se despidió haciendo menos ruido del que se merece, lo hizo con una temporada final excepcional que la coloca en la lista de las mejores series de la década sin dudas. Permaneció extraña hasta el final, pero su cierre fue, sobre todo, potente, magnético y estremecedor.
En un momento histórico donde uno siempre imagina una vida mejor para sí mismo, el desenlace de Mr. Robot nos muestra que vimos a lo largo de toda la serie a una persona que no es la verdadera, sino una parte de ella que nació para protegerse, tal como la vida misma. Nunca mostramos nuestro verdadero yo, sino esas capas y pieles que construimos como mecanismos de defensa para amortiguar esos latigazos que vienen del exterior.