Jordan está sentado en el fondo del autobús, son las horas previas al primer partido de las finales del 98, el último año antes de que su equipo se desarmara. Tiene unos auriculares vincha que destacan por sus colores saturados característicos de la época. Hace lipsynch y sus brazos enormes se disparan para todos lados. Baja del autobús y cruza un aglomerado de periodistas que se le arriman con preguntas y micrófonos. La risa lo acompaña hasta que llega al calentamiento previo al juego. Una voz en off escolta todo este recorrido: “La mayoría de la gente tiene problemas para vivir el presente. Hacen yoga y viven en ashram para intentar llegar a esa experiencia. Viven con miedo porque proyectan el pasado al futuro. Michael nunca estuvo en ningún lado. Su don no era saltar alto, correr rápido o embocar. Su don era que estaba completamente presente. Y eso lo destacaba. La gran ruina de algunos jugadores es que son buenos pensando en el fracaso. Él no permitía que lo que no podía controlar se metiera en su cabeza. Decía: “¿por qué errar un tiro que no hice aún?”.
Esta secuencia con la que comienza el capítulo final de The Last Dance, la serie documental producida por ESPN y distribuida por Netflix, retrata y sintetiza una de las caras de su éxito. Por un lado están las fotos de las hazañas deportivas, por el otro las historias de vida, y luego viene una narración que propone como eje principal todo ese cúmulo de rasgos, actitudes, pensamientos y sentimientos que personificaron a Michael Jordan y compañía. Además del racconto histórico por su carrera, el documental se hace un tiempo para echar luces en el impacto sociocultural que tuvo el basquetbolista y su equipo.
Apoyada en un fuerte material rico en archivo y entrevistas, la mini serie logra a lo largo de diez capítulos, remitir a una época visceral de la NBA y de la cultura estadounidense. Figuras como Barack Obama, Bill Clinton y Spike Lee se pasean hablando de Jordan como la representación de la cultura norteamericana en el mundo, y del impacto que tuvo en ellos para reforzar esa arista sociocultural que por momentos impregna el documental. El marketing, la moda, el avance de la globalización, la falta de activismo político que se le acuñó a Jordan, la épica deportiva, la adicción a las apuestas, las tragedias familiares, los dolores, el hostigamiento. Todo se muestra, nada se cuenta.
La lectura antagónica que ofrece la serie sugiere una especie de oda a la arrogancia, a la jactancia y a la vanagloria. El documental repasa el abanico de artilugios y “móviles” a los que su majestad recurrió para cumplir el imperativo de siempre: ganar, ganar y ganar. El famoso bilardismo de “ganar cueste lo que cueste”. Trash talking, humillación, odio, miedo, o desacreditar, disminuir y hasta violentar tanto a rivales como a compañeros. En tiempos en donde se ponen en crisis y cuestionan las prácticas sociales, hay formas y conductas de Jordan que tuvieron una rápida repercusión y un fuerte rechazo en las redes sociales. Pero a su vez, el “Black Jesus” (como se autoproclamó) ganó millones de nuevos adeptos y captó la atención de toda una nueva generación que no lo conoció ni lo vio desplazarse en el parquet. El furor que desencadenó la serie logró que crecieran las ventas de las históricas zapatillas Air Jordan y el precio se disparó desde el comienzo del documental.
Más allá de sus aciertos y falencias, de su condescendencia, justificación, o de la valoración que se le pueden atribuir, The Last Dance destaca por dotar un marco y una perspectiva histórica única hasta el momento. Se trata de material registrado hace veintidós años que la NBA tenía guardado bajo llave. En épocas de percepciones fragmentadas y de saturación de información, el documental ofrece una cuota de mensura para la actualidad y la dimensión que siempre ofrece el contexto, acompañado por un ritmo narrativo atrapante.