La historia de Ryan Murphy parece querer vendernos (otra vez) la idea de que Estados Unidos es el país donde los sueños se vuelven realidad: cansado de ser rechazado por su familia por ser homosexual, deja todo y se va Hollywood, empieza a trabajar de periodista en diarios locales hasta que, finalmente, logra estrenar sus proyectos cinematográficos. Después de una serie de éxitos, entre los que se encuentran Glee y American Horror Story, el año pasado terminó firmando un contrato de exclusividad con Netflix, el más jugoso en la historia de los contratos con productores televisivos. Lo primero que produjo a partir de ese negocio es The Politician, la serie que a mitades de junio estrenó su segunda temporada.
The Politician relata la forma fría, despiadada y cruda en la que se construye un líder político estadounidense. En la primera temporada, estrenada en julio de 2019, vimos cómo el protagonista Payton Hobart (interpretado por el actor todoterreno Ben Platt) y su equipo compiten por la presidencia de su colegio. En la segunda temporada, tenemos a Payton y su equipo trabajando en el Senado de Nueva York. Con esta lógica a lo Harry Potter en la que cada serie representa un nuevo escalón, el héroe de esta historia escala en logros políticos a medida que van pasando las temporadas, y así nos mantienen atentos a qué va a pasar.
Así es cómo los personajes van atravesando luchas y sacrificios, como si estuvieran haciendo una carrera de postas, hacia conquistar más y más poder político. La estética caricaturesca justifica la exageración ridícula y veloz, sumada a las actuaciones estelares de Bette Midler y Gwyneth Paltrow, e intríngulis sexuales que no sorprenden demasiado. Pero la serie sí tiene la novedad de intentar mostrar dirigentes que no están del todo seguros de lo que hacen y que no entienden cuándo empezó esta locura de vivir fingiendo para lograr llegar a ser alguien importante. Los personajes se la pasan dudando de su identidad y de sus cambiantes relaciones de pareja y de amistad, que los obligan a transformar sus costumbres cotidianas para representar a una juventud a la que solo le importa la contaminación, el reciclaje y el cambio climático. Aun así, no deja de ser la historia clásica de un chico adoptado, medio rechazado por gran parte de su familia adoptiva, pero no por su madre, que termina siendo la única que verdaderamente lo entiende y que quiere entregar su vida para llegar al poder y tratar de construir un mundo mejor.
Lo llamativo de The Politician es que, a pesar de ser una gran producción filmada con miles de actores en plena Nueva York poco tiempo antes de la pandemia, no llega a ser lo suficientemente buena como para que nos olvidemos de que es la creación de un director que Netflix le robó a Fox con el pago de 300 millones por cinco años de exclusividad. Solo un contenido audiovisual deslumbrante podría hacernos olvidar de las batallas del gigante del streaming que, aunque nadie le gana a la hora de producir series, no termina de lograr entrar en ese mundo de logros cinematográficos que terminarían de confirmarnos que el futuro del cine está en las manos de quienes nos dieron The Irishman –sobre la que Martin Scorsese confesó que nadie había querido producir hasta que Netflix tomó el riesgo– y Roma –la película de Alfonso Cuarón, que al no ganar el Oscar a mejor película, hizo que muchos importantes directores la consideraran como la peor estafa en años–. Tal vez la tercera temporada sea algo de ese calibre, no hay que perder las esperanzas.
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