#KirbyDots #10
El día que se votó en el Senado la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo Enrique Breccia, el famoso dibujante de El Sueñero y Alvar Mayor, twitteó una imagen desde su cuenta personal donde se lo veía montando un caballo con la leyenda “SI ESTUVIERA ALLÍ ENTRARÍA GALOPANDO AL SENADO MONTANDO MI TOBIANO CON UNA BANDERA ARGENTINA AL GRITO DE ¡NO AL ABORTO!”. Revisando un poco su cuenta de Twitter se pueden encontrar exhortaciones al Papa Francisco, consideraciones sobre armas de fuego y una gran cantidad de fotos del hombre vestido de baqueano.
Breccia siempre fue un peronista católico de derecha. El Sueñero, su obra más conocida, comenzó siendo una historia de aventuras para, rápidamente, convertirse en una denuncia de los gorilas, todo tipo de intervencionismo extranjero y todo aquello que no contribuya al “espíritu nacional” de la Argentina.
Hace un par de meses murió Steve Ditko. Ditko, mayormente conocido por ser el creador del Dr. Strange y Spider-Man. Un detalle menos popular es que era un objetivista, un fanático de Ayn Rand y su filosofía, que propone que el único objetivo de la vida del hombre es la búsqueda de su propia felicidad y que el capitalismo salvaje, al promover la libertad personal, es superior a cualquier otro sistema político. Asimismo, el objetivismo propone que existen los absolutos: blanco y negro, bien y mal, opuestos y sin matices. Ditko dibujó una larga serie de revistas en donde detallaba sus creencias e inclusive creó un personaje, Mr. A, quien solo concibe el castigo o la destrucción del delincuente.
A estos ejemplos podemos agregar muchos otros: Dave Sim, creador de Cerebus, una de las series independientes más longevas, quien a mitad de los ’90 enloqueció y se transformó en un misógino desaforado que proponía que las mujeres eran “vacíos” que “chupaban” la energía a los hombres. O Frank Miller, el archimegafamoso autor de The Dark Knight Returns, quien en 2011 publicó una novela gráfica denominada Holy Terror (originalmente concebida como un proyecto con Batman) en la cual un superhéroe se enfrenta a Al Qaeda con técnicas de tortura y violencia extrema. En su momento Miller la había descripto como “Un comic donde Batman le patea el culo a Al Qaeda”. En el 2018, sin embargo, Miller expresó cierto arrepentimiento sobre este libro, diciendo que “no tenía el mismo enojo que en ese entonces” y que “no era capaz de hacer un libro así otra vez”. O Chuck Dixon, co-creador del villano de Batman Bane, quien hace unos cuantos años publicó una carta abierta en el Wall Street Journal denunciando cómo el liberalismo (lo que acá conocemos como progresismo) había envenenado la industria de los comics y como cada vez que un personaje famoso cambiaba de raza o sexo eran “movidas cínicas y políticas”.
La pregunta que nos hacemos entonces es: ¿por qué esa atracción de muchos historietistas hacia la derecha? Bueno, en primer lugar, porque es un trabajo profundamente individualista y que tiende a corroer los vínculos sociales. Hombres solos en sus casas intentando desesperadamente producir lo suficiente para sobrevivir, a menudo sin contacto por fuera de su burbuja, sin la necesidad de desafiar sus ideas o convivir con personas diferentes a ellos. Eso se comprueba especialmente en los diversos intentos que se realizaron, de los años sesenta para aquí, por agremiar a los creadores de historieta, tanto en nuestro país como en Estados Unidos. Spoiler: fracasaron. Quique Alcatena comentaba que la precariedad del vínculo laboral con las empresas que publicaban historieta en Argentina hacía que las circunstancias sean muy diferentes para cada autor, que algunos tuviesen más espalda y otros menos para soportar una huelga o boicot, y que cada uno quisiese proteger lo suyo por encima de lo colectivo. Lo cual es un resultado natural de la táctica del “divide y vencerás” empleada por las compañías.
Pero, por otro lado, esto también es una consecuencia de una industria (especialmente la norteamericana) que existió durante décadas con un lectorado compuesto mayoritariamente de jóvenes blancos heterosexuales de clase media. A esto se suma la estigmatización social con la que cargaron los comics de superhéroes durante décadas, similar a la que llevaban sobre sus espaldas los videojuegos, la ciencia ficción, y otros entretenimientos “nerd”. A lo que voy es que, de igual manera que sus creadores podían tomar la decisión de no enfrentarse a nuevas ideas y que eso no afecte su desempeño, los lectores tampoco, y que las historietas en Estados Unidos (y, en menor medida, en Argentina también) durante mucho tiempo fueron un refugio.
Como nos enseñó Gamergate, todo esto cambia cuando: a) nuevos autores y creadores pertenecientes a minorías llegan al profesionalismo con discursos progresistas, con historias de vida que mencionan, casi sin falta, la carencia absoluta de modelos en la ficción que los representen. Y: b) cuando la industria se da cuenta de que hay grandes franjas de nuevos públicos a quienes no les están vendiendo nada y que podrían aumentar sus ganancias. A todo esto, súmenle el componente audiovisual que, como un reguero de pólvora, ha encendido el interés de personas que quizás en su vida se hubiesen acercado a una historieta.
Este combo da por resultado un cambio de paradigma en el cual, por un lado, las coordenadas de lo que hace a un personaje atractivo o taquillero cambian por completo: es el famoso proceso de reemplazo de los últimos años, con Thor mujer, Capitán América negro, Hulk asiático. Por otro lado, es la ruptura de la burbuja en la que vivieron autores y lectores a lo largo de los años. Lo que para muchos es vivido como una ampliación del campo, como una fiesta a la que todos están invitados, para otros es vivido como las invasiones bárbaras, solo que en este caso los bárbaros te piden, bueno, un poco de empatía y humanidad.
Esto también se comprueba en Argentina si uno se pasea un poco por ciertos foros de discusión sobre la historieta. Hace un par de meses un editor lanzó la pregunta “¿Qué hace falta en la historieta argentina?”. La respuesta número uno fue “que vuelva Columba”, esa editorial fundamental de nuestra historia, pero cuyo estilo no tiene sentido en el mundo moderno. La respuesta número dos fue “Que vuelva el Cazador”, la historieta por antonomasia de la cultura menemista machista y descerebrada. También se comprueba en las acusaciones que se lanzan de tanto en vez en las redes sociales contra les artistes que “no saben dibujar”, “dibujan con marcadores” o “no narran”. La crítica reaccionaria a la diversidad, por suerte, aún no ha arraigado en nuestras pampas, probablemente por el tamaño infinitamente menor de nuestra industria en comparación con la yankee.
El resultado de esto es que en los últimos años los autores y lectores de derecha han comenzado a organizarse, de manera similar a la que lo hicieron los gamergaters, en una amplia campaña de acoso contra artistas y miembros de la comunidad que “están intentando imponer su agenda de diversidad”. Esta campaña del odio hizo una de sus primeras apariciones en el 2016, cuando la escritora Chelsea Cain y la artista Joelle Jones colocaron a Mockingbird, una superheroína del universo Marvel, en la portada de su propia serie con una remera en la cual se leía “Ask me about my feminist agenda” [“Preguntame por mi agenda feminista”]. A raíz del acoso, Cain tuvo que cerrar su cuenta de Twitter. Pero este evento no se dio aislado: ya años antes varios fans se habían sentido profundamente vulnerados en sus frágiles almitas cuando Marvel canceló una portada de Milo Manara en la que se veía a Spider-Woman en una posición no muy cómoda. Y también se habían espantado cuando el Green Lantern de la Tierra 2, Alan Scott, fue relanzado como un hombre gay. O cuando Gail Simone y otras fanáticas armaron un sitio web, Women in Refrigerators, allá por 1999, que denunciaba el tropo tan común de la muerte de la esposa/novia/hermana/madre del protagonista hombre con el solo objetivo de avanzar su historia. A principios de este año, los fans indignados, que ya se hacían llamar Comicsgate, distribuyeron una “lista negra” de autores, editores y trabajadores de la industria progresistas.
Sin embargo, esto es solo la punta del iceberg. Algo que la progresiva inclusión de mujeres y no binarios al fandom ha dejado en evidencia es la enorme cuota de acoso que existe en las convenciones, que incluye desde comentarios inapropiados hasta fotos obtenidas sin permiso. Un fenómeno que, además, se vuelve más agudo en el caso de les cosplayers.
En definitiva, otra batalla cultural en la cual los espectros de lo viejo se niegan a rendirse frente a lo nuevo que está naciendo. Ahora bien, hay una diferencia: un autor de derecha puede producir obras que valen la pena, interesantes, complejas, dignas de atención. Dios sabe que amo el dibujo de Breccia, a Ditko, a Miller y partes de la obra de Sim. Porque, como dice el viejo adagio, lo importante no es tanto la intención como el efecto. Y porque, a través de esas obras, es posible sumergirse en una cosmovisión profundamente personal. Lo que es imperdonable, y todavía tiene un final abierto, es la campaña de acoso. ¿Qué hacer con el resentimiento y el odio que se concibe justificado? ¿Cómo hacer de estas comunidades espacios de bienvenida y de refugio? ¿Cómo enseñar que si la carpa se agranda eso no implica quitarle nada a nadie? Son preguntas en curso que son válidas y urgentes no solo para el mundo de la historieta.
Addenda, diciembre del 2018:
Como el resto de la derecha mundial, el ComicsGate solo creció y se alimentó durante los últimos meses. Un detalle que me olvidé de mencionar originalmente: Isaac Perlmutter, el Chief Executive Officer de Marvel Comics, fue donante de la campaña para presidente de Donald Trump y, en consecuencia, se convirtió en uno de los asesores de Trump en “asuntos de veteranos”, nombrado en el United States Department of Veteran Affairs. Las inclinaciones políticas de Perlmutter que suelen chocar con las de Disney, compañía madre de Marvel, le costaron el manejo de las películas (dominio exclusivo de Kevin Feige). Sin embargo, su dominio sobre las historietas se volvió más fuerte, y de su poder parecieran surgir algunas decisiones extremadamente cuestionables de los últimos meses.
En primer lugar, la cancelación de la nueva serie de La Visión de Chelsea Cain (¿recuerdan a Chelsea Cain?). Con casi tres números escritos y dibujados por completo, Marvel la canceló en septiembre, antes de que salga a la luz, por motivos misteriosos. Lejos de quedarse callada, Cain se largó a dar entrevistas en las redes en donde demolía a Marvel por el tratamiento que les dispensa a los freelancers y por la absoluta falta de respaldos para los mismos cuando tienen que enfrentarse a campañas de acoso online (como le sucedió a ella). ¿Su conclusión? Marvel la despidió porque era “demasiado vocal”, tenía demasiadas opiniones y no iba a quedarse callada frente al abuso.
Luego, en noviembre, la misma compañía canceló un comic de Darth Vader sin dar mayores explicaciones. Pero el motivo apareció pronto: el uso de las redes sociales de Chuck Wendig, su escritor. ¿Qué tipo de uso era este? Insultar a Trump y quejarse de sus políticas.
A esto se suma, finalmente, la censura de parte de DC Comics del pene de Batman en “Batman: Damned”. Parte de un sello llamado “Black Label”, dirigido a lectores adultos, “Batman: Damned” mostró a Bruce desnudo por vez primera y las fuerzas del conservadurismo interno de la compañía cayeron como águilas sobre el arte original, removiéndolo de las ediciones digitales y de las futuras ediciones impresas del comic. ¿Por qué? Porque los personajes de DC Comics son “icónicos” y deben ser “accesibles para toda la familia”.
Si bien estos eventos llaman la atención sobre esta nueva edad oscura que estamos viviendo, también resaltan algo que las compañías siempre fueron: conglomerados capitalistas que protegen su propiedad intelectual. Vivimos en el peor de los mundos.
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Amadeo es @kingmob84. Es licenciado en historia y doctor en ciencias sociales. Escribe y mantiene el blog El Baile Moderno desde el año 2007. Es editor de la revista de crítica de historietas Kamandi. Publicó en Crisis, Los Inrockuptibles, Mancilla, Haciendo Cine y otros medios. Lee cómics desde los ocho años, escucha canciones desde mucho antes y ama el pop.