Charly García, Andrés Calamaro, Hilda Lizarazu, Soda Stereo, Fabiana Cantilo, Luca Prodan, Los Abuelos de la Nada, Los Twist, Virus; siempre que se habla de Andy Cherniavsky se la piensa en relación a otros artistas. Fue una de las pocas fotógrafas mujeres de la escena musical durante los ochenta, abriéndose paso en un círculo íntimo reservado para hombres y retratando la energía y el desborde de esa extraña cosa llamada “rock nacional”. Pero antes de eso, Andy estuvo sola.
Durante su infancia, Cherniavsky fue testigo de la liberación, los excesos y la experimentación artística de los años sesenta. Su madre, Martha Berlín, comenzaba a investigar los efectos del LSD y fue una de las primeras mujeres en ingresar a la carrera de psicología. Su padre, Daniel Cherniavsky, fue el fundador del Centro de Artes y Ciencias, un espacio de vanguardia por donde pasaron figuras como Pappo’s Blues, Chico Buarque, Astor Piazzolla y Santana.
“No tuve una infancia ni linda ni feliz, todo lo contrario -reflexiona la artista hoy en conversación con Indie Hoy–. Mis viejos eran muy egotrip y los hijos siempre eran una molestia para sus nuevas parejas, con alguna que otra excepción. No tenía grandes intereses de chica y, como mi casa era un colegio, estaba siempre con el malón del jardín, en la colonia de vacaciones y con los pupilos. Sentía que no era nadie, había mucha soledad”.
Durante la adolescencia, sus padres se separaron y todo se complicó: junto a su hermano Ariel se quedaron solos en un dúplex en Buenos Aires. Su madre se enamoró y se mudó a la casa de su nueva pareja. Su padre rehizo su vida con una mujer que no le permitía ver a sus hijos. Con 16 años, Cherniavsky tuvo que hacerse cargo de la casa y de su hermano de 14. “Los dos chiquitos que viven solos” era el título que se habían ganado los hermanos entre los conocidos y amigos de la época.
A los 16 años, Ariel viajó a España a ver a su madre, que algún tiempo atrás se había instalado ahí con su tercer esposo. Luego de un recital de los Rolling Stones, decide hacer dedo para volver a Madrid y muere en un accidente de auto. Tiempo después, una bomba en el Centro de Artes y Ciencias hace que su padre se instale definitivamente en Brasil. Andy otra vez estaba sola, pero esos momentos tan duros la acercaron poco a poco a la fotografía y a sus primeros vínculos con el mundo del rock.
Cherniavsky había empezado a estudiar psicología en la Universidad de Belgrano, pero tuvo que dejar para ir al entierro de su hermano en Europa. También se estaba separando de Daniel García Moreno, su novio del secundario y hermano de Charly García. Cuando todo estaba oscuro, una amiga la invitó a hacer un curso de fotografía. Su primera cámara fue una Voigtländer usada.
“Yo nunca pensé en ser fotógrafa -admite la artista-, ese primer curso de tres meses me acerco más a mi lado empresarial y de productora que a la fotografía en sí misma. La fotografía la fui descubriendo a medida que me sentía más segura. Al principio era una manera de ganar dinero, después de acercarme a mis ídolos y después se convirtió en mi profesión y luego en mi pasión”.
El cuarto oscuro fue uno de los lugares donde Cherniavsky se sentía más cómoda. Estaba sola y en silencio, sin la mirada de otros que pudieran juzgarla. Sus primeros trabajos tenían que ver con sacar fotos a familias en las plazas: a la mañana tomaba las fotos, a la tarde las revelaba y al día siguiente se ponía en contacto con los fotografiados para entregar el material. No había internet y las personas le pasaban la dirección con un soltura que hoy sería imposible de admitir. A la hora de reflexionar sobre el rol de la fotografía en su vida, Cherniavsky dice: “La fotografía es mi hobby, mi medio de vida y un lugar de creatividad que no me aburre jamás”.
Después de esa primera formación, siguió una carrera autodidacta y aprendió a partir del ensayo y el error, siempre acumulados en las largas horas que pasaba en el cuarto oscuro. Junto a su abuela políglota traducía artículos de la de revistas importadas como International Photography y Popular Photography y tomó un único curso con un fotógrafo llamado Teófilo Dabbah.
Su primera foto profesional fue en 1979 para la revista Periscopio: era un retrato del guitarrista John McLaughlin en el Festival de Jazz de San Pablo. Cherniavsky había sido invitada por Serú Girán, con quienes compartía una fuerte amistad, sobre todo con García. Viajó, se ofreció a sacar fotos y le dijeron que sí. La fotografía salió impresa en la revista, aunque sin su firma. El suceso la estimuló para seguir adelante y desde ahí comenzó una carrera que incluyó cobertura de recitales, tapas de discos, publicidad y moda.
En los años ochenta fue la fotógrafa estrella de la revista Rock and Pop. Cuando en 1985 salió el primer número impreso, la empezaron a mandar a cubrir recitales en vivo. Cherniavsky cubría hasta tres shows en una misma noche y en localidades lejanas entre sí. Era una época gobernada por la lógica de lo analógico y lo artesanal, también un momento en donde los varones estaban a cargo de la música y las chicas -algunas- tenían un lugar reservado como fans o fotógrafas.
Para Cherniavsky, ser una groupie era uno de los peores insultos que le podían decir. Quería armarse su propio lugar en el mundo del rock, por eso luchó mucho con su timidez y sus miedos, mientras que sus fotografías fueron ocupando lugares en campañas de prensa y medios de rock. Charly García fue una figura importante en su carrera, no solo como músico sino como un amigo que la apoyaba y le daba palabras de aliento.
“Mis primeras interacciones con los músicos fueron con timidez e inseguridad, pero el rock era un movimiento de ruptura ideológica y yo me sentía parte: tenía un lugar, medio escondida detrás de la cámara, donde los músicos eran mis amigos”, dice la fotógrafa.
Entre sus trabajos más destacados se encuentran las tapas de Hotel Calamaro (1984), Cachetazo al vicio (1984) de Los Twist y Me vuelvo cada día más loca (1982), el disco debut de Celeste Carballo. Cherniavsky fue encontrando su propia identidad visual, su manera de retratar a esos pesos pesados de la música y darles, por momentos, un aire liviano y dócil. En sus fotos, más que poner en un pedestal al retratado, pareciera generarse un encuentro entre dos pares, dos amigos, personas unidas por los mismos intereses y pasiones.
Para Cherniavsky, antes de arrancar una sesión es importante adentrarse en el mundo del artista y conocerlo a fondo. Le gusta escuchar su música, analizar el nombre del disco y los títulos de las canciones. “Investigo mucho todo lo que hicieron en sus carreras, y si me piden una idea desde cero trato de ver algo que les esté faltando o que considero que les sumaría”, dice Cherniavsky. Luego, se deja llevar por el click de la cámara.
Actualmente, Cherniavsky está trabajando en el estreno de un documental titulado Expuesta, que retrata su paso por el mundo de la fotografía y el rock nacional. También trabajó en la exposición “La máquina de mirar, fotografías del rock argentino”, su gran retrospectiva en el Centro Cultural San José de Olavarría. En las cuatro salas del edificio histórico se pueden ver las emblemáticas fotografías que retratan a los músicos y bandas de la historia del rock del país: Calamaro, Lizarazu, Fito Páez, Babasónicos, Fabiana Cantilo, Gustavo Cerati, el Indio Solari y Sumo, además de dos salas dedicadas especialmente a García.
A pesar de estos reconocimientos, a la célebre fotógrafa nunca le interesó apropiarse de la etiqueta de artista. “Es algo muy lejano a lo que yo me considero -reflexiona-. Ser artista es tener un don, y hay mucha gente que se considera y no lo es. Yo soy una laburante, una apasionada por aprender”.
Andy Cherniasvky es, ante todo, una trabajadora de la fotografía. Una persona que ante la soledad no le quedó otra opción que captar todo lo que tenía alrededor, el mundo le había demostrado que todo puede desaparecer rápido. Sus fotografías son sinónimo de un vínculo de amistad entre ella y el rock. Ella no fue la que observó sin participar: fue la protagonista de una historia colectiva, capturada en imágenes, capturadas en luz.