Adentrarse en el universo de la mexicana Magali Lara hace pensar en cómo el ser humano va construyendo su vida a partir de huellas que dejan los traumas en la conciencia pero que viven en el inconsciente. La artista construye una especie de planisferio para ir rastreando -a la vez que retrata- cada elemento que constituye lo que Susan Buck-Morss llama sistema sinestésico o sinestético. Esto supone que las obras que la artista realiza para dar cuenta de la Infancia y eso tienen el papel de mediadoras entre la percepción y la memoria pero, como muchas obras de arte, dejan salir a la superficie aquello que el inconsciente se empeña en reprimir.
De este modo, toda la muestra de Magali Lara –que se compone por piezas bidimensionales en acuarela, tinta china, óleo, fotografías intervenidas, collages y por piezas tridimensionales realizadas en cerámica- funciona como catarsis y se relaciona con el espectador por medio del reconocimiento. Esta hipótesis se sostiene también en el hecho de que el recorrido propuesto recae no sobre aquellos momentos shockeantes para la artista ni sobre un hilo conductor cronológico -tanto de su vida personal como del momento de realización de las obras- sino más bien sobre un aspecto azaroso donde los accidentes van desencadenándose de manera anacrónica.
Obras tales como “Huellas” (1977. Acuarela y tinta china) y “Lo que soy” (1980. Collage, tinta china, acuarela y fotografía), componen un anclaje directo con la mirada retrospectiva de la artista y permiten observar un árbol genealógico incompleto y desbordado de material simbólico. Sin embargo lo simbólico recorre toda la muestra, como si Magali Lara atendiera a una alerta permanente respecto a lo fantasmagórico y le mostrara al espectador aquellos cuervos que sobrevuelan, aun hoy, sobre su cabeza.
En obras como “De cuando Dios nos castiga” (1978. Tinta china, lápiz y pastel al óleo) y en su serie “Sielo” –integrada por distintas obras numeradas- Magali Lara vivencia la experiencia de lo lúdico a través de la rayuela y pone acento en la recompensa por llegar al objetivo: lo prometedor del cielo. Pero cielo no es lo mismo que sielo: es a través del lenguaje que se manifiesta el inconsciente. Los errores se repiten y es en esa repetición donde se aloja el germen del trauma. La artista parece concientizar la repetición y llevar a cabo un mecanismo que permite hacer una ligazón con el momento en el que el niño se inserta en el campo del lenguaje. De tal manera, reaparece el azar y se inscribe dentro de aquellos errores ortográficos, donde las palabras “mal escritas” se ordenan arbitrariamente y demuestran una cercanía con un objeto de interpretación en el que opera de manera continua el inconsciente.
En concordancia con la condición de manifestación del inconsciente que posee el lenguaje –tanto el de la lengua como el del lenguaje artístico- la artista propone un cambio de roles –la enunciación es ahora desde una madre- que se traduce en obras como “Madre” (2002. Cerámica) y en la serie “Kafka y la cama” (1998. Tinta sobre papel), donde la articulación con el lenguaje encierra siempre un misterio y donde el discurso se vuelve enrevesado y perverso en frases como “y dice la verdad. Se miente. Miento”. En la cerámica, las fracturas que hablan por sí solas, se enmarcan en la materialidad misma con que trabaja la artista.
La muestra Infancia y eso es una invitación a cuestionarse sobre las estructuras que moldean las experiencias percibidas, al tiempo que conducen al espectador hacia una reformulación del campo artístico como mera contemplación para reflexionar acerca de qué mecanismos operan al hacer arte y al consumir arte.
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Infancia y eso puede visitarse hasta el 10 de septiembre en la galería WALDEN (Av. Almirante Brown 808, Distrito de las Artes, La Boca, Buenos Aires).