Hay proyectos que nacen del deseo de hacer las cosas distinto. Y hay otros que, además, se animan a sostenerlo todos los días. Keito es eso: una marca de ropa, sí, pero también una forma de estar en el mundo. Se construye comunidad, se reivindica lo artesanal, se cuida cada detalle como un gesto político. Acá, la ropa no es disfraz ni tendencia: es manifiesto, refugio, identidad. Detrás están Keito y Flaüta, con una sensibilidad que viene del punk, del hardcore y del hacer por amor. Y con la convicción de que sí, todavía es posible hacer las cosas con sentido.
La historia de Keito arranca desde un lugar más profundo que el diseño textil: el de la mirada. Keito, fotógrafa desde hace más de 15 años, se metió en el mundo de la moda buscando una forma de unir lo visual con lo humano. “Siempre me gustó el retrato, trabajar con gente”, cuenta en conversación con Indie Hoy. La moda aparecía entonces como un territorio fértil: creativo, expresivo y con cierta viabilidad económica para sostenerse.
Pero en ese momento, la escena era distinta. “Hace quince años, la moda no era tan copada como hoy. No había los espacios de diversidad que, por suerte, se fueron gestando con el tiempo”, recuerda. Sentía que no encajaba en el modelo de agencia tradicional. El impulso de cambio, que también se venía cocinando socialmente, fue lo que la llevó a dar un primer paso: armar una feria americana, fotografiar ropa y venderla. No con la idea de diseñar desde cero, sino de construir algo propio desde lo que ya existía.
La conexión con la costura venía de antes: su mamá es costurera, así que había una base que le permitió pensar también en la producción. Antes de lanzar Keito, incluso tuvo otra marca que llegó a ser muy conocida. Pero algo faltaba. “Quería hacer algo distinto —dice con certeza—. Siempre fue muy autorreferencial. Keito es un espacio para comunicar, más allá de la ropa. No es simplemente una marca: es el merch de un concepto”.
Ese concepto tiene raíces profundas: prendas duraderas, sin temporadas, sin fecha de vencimiento. “No hacemos ropa descartable. Todo lo que hacemos tiene que tener coherencia con lo que queremos decir”, explica. La pollera tableada, uno de los iconos de la marca, representa eso: una prenda que atraviesa generaciones, que tiene historia y significado.

Entre remeras y riffs
Hay algo que fluye naturalmente entre Keito y la música. No se trata de una alianza estratégica, sino de una forma de vivir y crear. “Somos consumidores de música desde siempre. Nos criamos con Fun People, yendo a recitales”, dice Keito. Y no se refiere solo a lo sonoro, sino al entorno, al contexto, a la energía de la cultura autogestiva que se respira en cada show, en cada fecha compartida. “Gran parte de cómo pienso hoy este proyecto viene de haber estado en esos espacios. Ir a ver bandas, vivir esa forma de hacer… eso es lo que baja en la marca”, explica.
Más que un nicho, Keito se reconoce dentro de una escena que comparte valores: romperse el lomo laburando, el famoso “do it yourself” como bandera, la convicción de que se puede hacer todo de otra manera. “Nos gusta ese intercambio entre disciplinas, cómo nos ayudamos entre todes, aunque estemos haciendo cosas distintas —dice Keito—. Se trata de hacer lo que nos gusta y hablar de lo que creemos”. La ropa es un canal, pero también una excusa para construir comunidad.
Flaüta, socio de Keito, suma otra arista: la de bancar a quienes admiran, no desde un lugar simbólico, sino real. “Hay muchas bandas que nos gustan, pero con algunas ya hay un lazo, algo más cercano. Como con Buenos Vampiros, Dum Chica o Riel —cuenta—. Gente con la que pegamos onda y con la que laburamos porque creemos en lo que hacen”. Esa afinidad se traduce en colaboraciones, remeras, shootings, eventos. Incluso organizaron fechas en su showroom, una especie de fiestas caseras entre amigxs donde conviven la ropa, la música y el deseo de compartir.
“Esto es como nuestra playlist”, remata Flaüta. Y se entiende: Keito es eso que suena cuando la ropa no solo se viste, sino que también se escucha.

Un showroom que late
Durante la última mitad del año pasado, Keito organizó una serie de encuentros que fueron mucho más que simples eventos. Bajo el espíritu de “feria gráfica + música + fanzine”, el showroom se transformaba por completo: stands para feriantes amigues, actividades de collage y dibujo coordinadas por Zeta (también responsable del fanzine de la marca), y una casa que abría su corazón para recibir a quienes vinieran con ganas de compartir, crear o simplemente estar.
En el patio, entre plantas y luces cálidas, sonaban sets en formatos íntimos: Tigre Ulli, Naima, Marina Fages, Nina Suárez, Fin del Mundo, Nacho de Buenos Vampiros —quien incluso apareció de sorpresa en una fecha—. El objetivo no era solo mostrar, sino motivar: “Vos también podés hacerlo”, explican ambos. No hace falta tener plata, ni contactos, ni validación: solo las ganas. Sentarse, probar, y ver qué pasa.
La respuesta fue emocionante: hubo quienes vinieron a la primera edición y no se perdieron ni una más. El espacio se volvió un punto de encuentro, un semillero de vínculos que continuaron creciendo por fuera del showroom. Y eso, para Keito, es lo más valioso.
“Venís y conocés a alguien que hace algo que te flashea, o venís solo y te sumás a dibujar, o a charlar —cuenta—. Es salir del teléfono, salir del loop de tener que generar contenido, subirte a una tendencia, buscar el engagement. La idea es otra: tocar corazones, hacer cosas que se puedan vivir en carne y hueso. Después, si eso se refleja en redes, mejor. Pero el centro está en el encuentro real”.

Hacer desde el cuidado
Cuando Keito piensa en paralelismos entre la marca y la escena musical independiente, aparece rápidamente una idea en común: las formas de hacer. Más allá del rubro, se trata de cómo se construyen los vínculos en el trabajo cotidiano, en contextos muchas veces hostiles o precarizados.
“En la industria textil hay formas de laburo que son inaceptables. Por eso nosotres elegimos cuidar a la gente que cose las prendas, que plancha, que borda. Personas con las que venimos trabajando hace años y que sentimos parte de una familia. Suena cursi, pero es real”, cuenta Keito.
Cada prenda está hecha una por una, terminada a mano, con tiempo y dedicación. No hay procesos automatizados, sino un equipo chico, comprometido con una idea de producción responsable, artesanal y cercana.
En la música, la lógica se replica. Flaüta lo explica así: “No es lo mismo subirse a un escenario con un equipo que no conocés, que hacerlo con gente que viene laburando con vos hace tiempo. El sonidista, el stage, la persona de luces… cuando el equipo es de confianza, todo fluye distinto”. No se trata de grandes estructuras ni empresas con decenas de empleados. Se trata de elegir con quiénes compartir el camino, de rodearse de personas con quienes haya afinidad, cuidado mutuo y una forma común de hacer las cosas.
“Si la estás pasando mal en el proceso, no tiene sentido”, resume Keito. Y en esa simple frase se condensa una filosofía: crear desde el disfrute, con respeto, con amor y con conciencia.

El amor que vuelve
La comunidad que se fue armando alrededor de Keito no es casualidad. Tiene que ver con un modo de hacer, con una ética de trabajo, con una sensibilidad compartida. Y ese amor que entregan, vuelve. Desde el primer día, la amplitud de talles fue una decisión política y afectiva: que nadie se quede afuera. La respuesta de la comunidad es amorosa porque eso es lo que reciben: un espacio donde no hace falta disimular ni encajar.
“Lo que más recibimos es eso: gracias por este talle, gracias por este lugar —cuenta Keito—. Hay algo del espacio también, de cómo te recibe: entrás y parece el living de una casa. Hay un perrito, a veces un niño de cinco años. Hay calidez. Y es que, para muches, probarse ropa puede ser una experiencia incómoda, difícil, especialmente en un mundo que históricamente impuso inseguridades”.
Ahí aparece también otro de los conceptos estampados en una de sus remeras: “hardcore existencial”. La frase surgió al leer una vieja revista que definía así a una banda como Eterna Inocencia, pero pronto se volvió algo más. “Es el eslogan de mi vida”, dice Keito. Una manera de habitar el mundo: con intensidad, con preguntas, con emoción. Con el deseo de entender por qué hacemos lo que hacemos y qué nos conmueve en el proceso.

Para Flaüta, el término también tiene una raíz clara: el DIY que trajo el hardcore. “Fun People, NDI, toda esa movida me enseñó que hacer las cosas por cuenta propia, con tus amigues, también es una forma de militancia. Y que esa militancia no es panfleto: es amor, es amistad, es cuidarse entre todes”.
En Keito, nada está librado al azar. Incluso cuando diseñan una remera, buscan que diga algo más. “Capaz te llevás una que dice ‘Do it yourself’ sin saber qué es, y cuando abrís el paquete hay un fanzine con data sobre anarco veganismo. Y ahí ya se abrió otra puerta”, dice Flaüta.
En tiempos donde todo apura, Keito apuesta por lo hecho a mano, por los vínculos verdaderos, por el poder transformador de una remera con mensaje. Y lo hace con el corazón en la tela y los pies bien en la tierra. Porque claro, es ropa. Pero también es un manifiesto.