Según la teoría contracultural, el “sistema” se organiza sobre la base de la represión del individuo. El placer humano es inherentemente anárquico, indisciplinado, salvaje. El orden existe pero a expensas de la infelicidad, la alienación y la neurosis generalizada. El punk, último eco del Mayo Francés y la revuelta juvenil, subcultura nacida en el vientre del rock, desprecia por naturaleza cualquier atisbo burgués: la sociedad no le tiene preparado y no sabe cómo deshacerse de esos personajes tan incómodos. La estética marca una adhesión absoluta a la desprolijidad, el minimalismo, la furia y la reivindicación social… bla bla bla.
Desde estas premisas iniciales, la muestra fotográfica Ramones & CBGB – Del caos a la cultura, resultó un poco incongruente. Otros sinónimos: incompatible, discordante, incoherente. Si bien las fotos son fantásticas porque documentan el aquí y el ahora de un movimiento en ciernes y plasman la experiencia de lo irrepetible –como diría Walter Benjamin-, el lugar elegido para exponerlas, el Centro Cultural Borges, ubicado en el interior del Shopping Pacífico (con toda la connotación que tiene un shopping), no correspondía con el espíritu desbordante de esas figuras irreverentes que denotan rebeldía y superación. Las paredes, pulcramente blancas, desalentaban a los visitantes vestidos en una gran mayoría de negro y con remeras con logos de bandas. Un maniquí caracterizado como Joey Ramone, acodado al lado de la puerta, suscitaba más una parodia que un sentido homenaje. Desde un parlante, canciones punk rockers sonaban fuerte y mal, con un sonido saturado que se volvía ruido. Quizás ese gesto impensablemente casual confortaba la estadía transitoria. El salón era gélido y se respiraba algo parecido a la vacuidad. ¿Tan importante es el lugar? Sí, lo es, porque si bien la obra es el principal elemento de contemplación, esa misma obra se modifica –subjetivamente- a partir de las dinámicas propias de cada puesta, que necesariamente alteran la percepción del producto final. De un modo muy triste, el Centro Cultural Borges eliminó el fundamento cultural de las imágenes, las vació de contexto. En dos pequeñas vitrinas se exhibían algunas revistas con iconos del movimiento punk como Sid Vicious, pero el material gráfico era tan escaso, tan de relleno, que la idea de incluirlas incurría en un gesto demasiado forzado. Pero, ¿el rock no es parte de la sociedad de consumo? ¿Acaso la rebelión musical no es “revuelta hecha objeto”, retorno del espíritu de liberación a las bocas de la industria cultural?
Roberta Bayley era la encargada de cortar las entradas en la puerta de ese mítico antro neyorquino llamado CBGB que por unos años fue un semillero musical. Fue testigo de los inicios del punk y se movía cada noche entre los visitantes asiduos: Andy Warhol, Lou Reed, Blondie, los Ramones o Patti Smith. Desde ese lugar privilegiado, sin conocimientos técnicos, y fiel al lema del do it yourself, documentó con su cámara a varios de los artistas más relevantes del siglo pasado. También fue la responsable de la portada del disco homónimo de los Ramones de 1976, una de las imágenes más emblemáticas de la historia de la música. “Ella no sabía de fotografía, pero no importaba, porque nosotros tampoco sabíamos de música”, podía leerse en una pared, y en esa frase parece cifrarse la exposición, como si el sentido de la oportunidad le hubiera ganado la pulseada a cualquier tipo de formación. Bayley podrá no ser una fotógrafa con diploma en la pared, pero su intuición es egresada de la circunstancia y eso la convierte en una fotógrafa indispensable de la historia del rock (junto a Bob Gruen, uno de sus compañeros del que se incluyen 15 imágenes en la muestra). En una reciente entrevista lo dijo de esta manera: “Yo no estudié fotografía, no fui a una escuela y tengo un secreto para revelarte: la fotografía es muy fácil, no se necesita ser un genio. Así que me compré una cámara y comencé a tomar fotos, eso es el punk”. El valor de su decisión se resignifica si consideramos el amor indestructible entre los Ramones y los fans argentinos (fue la banda internacional que más veces se presentó en nuestro país).
La fotógrafa visitó la exposición en repetidas ocasiones y salió de gira por las radios porteñas a promocionar la muestra (incluso llegó a acusar de sexista a Coco Sily en una desafortunada entrevista). Portando una sonrisa nada sponsoreada, dejó su firma en todo lo que le pusieran adelante y se sacó fotos como una rock star, con un exceso de charm y sin perder nunca la elegancia. Bayley recibía a los visitantes sentada en una silla, en el medio del salón, bajo un improvisado toldo que emulaba al del antro, sobre un ploteo medio pobre que daba cuenta de la fachada original. Desde allí, con actitud paciente, se convertía a la vez, en parte de la muestra, en una obra de arte, en una clave del tiempo y del rock.
El sistema tiene dos maneras de neutralizar a los que perturban su correcto funcionamiento: si son irreductibles, los liquida (Kurt Cobain), si aceptan las reglas de juego los convierte en personalidades (Ramones), y eso explica por qué el caos se convirtió en cultura: porque el sistema lo reconoce y lo neutraliza. Desde su origen, la contracultura tuvo un espíritu empresarial que reflejaba a través de la publicidad sobre todo, la auténtica esencia del capitalismo. No es casualidad que las entradas tuvieran un costo de $180, las remeras de $600 y el catálogo oficial de $680. Ya en 1977 el periodista Juan Carlos Kreimer había advertido en su obra La muerte joven: “Si al comienzo de los ’60 los Beatles son sinónimo de ruido, en los ’70 se transformaron en música funcional. ¿Por qué no puede correr igual suerte el punk en los ’80?”
Los Ramones son una de las bandas más grandiosas de la historia del rock. Independientemente de las apropiaciones capitalistas (esas que, como decía Guy Debord, las transforma en un producto consumible), su música se reactualiza todo el tiempo, no como mito o legado, sino como postura inconformista, como una posible y utópica filosofía de vida.
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Ramones & CBGB – Del caos a la cultura de Roberta Bayley estará abierta hasta el 30 de septiembre en el Centro Cultural Borges (Viamonte 525, Ciudad de Buenos Aires). El precio de la entrada general es de $180 y $120 para estudiantes y jubilados.