Se llama Turbio y vive de las imágenes. Las diseña, las ilustra, las tatúa y las pega en las paredes de las calles. A veces la imagen es tan fuerte que le nace del cuerpo y se vuelve una performance. Le interesa que el arte sea incómodo y difícil de digerir. La fe, la vejez, el estrés, la desigualdad y la mortalidad son algunos de los temas que explora. A lo largo de su flamante carrera se ha dedicado a investigar todo lo que ofrecen las artes visuales y el teatro experimental.
Turbio nació el 16 de junio de 1991 en La Matanza, Provincia de Buenos Aires. Le cuesta mucho ordenar los recuerdos de su infancia, pero tiene presente varios episodios de mudanzas. Hasta los 9 años vivió en Castelar, luego se mudo a Córdoba y después a Buenos Aires. Se juntaba con los amigos de su hermano mayor y no pasaba mucho tiempo con compañeros del colegio o los niños de su edad. Le gustaba jugar al fútbol en la calle, usar la Commodore 64 de su padre o enviciarse con la consola de videojuegos Sega. También se devoró todas las novelas de Thalia y los hits de la radio FM. Desde temprana edad dibujaba viñetas y personajes de Dragon Ball.
En 1997 ganó el Concurso Aspirinetas de Arte Infantil de Bayer, un certamen bastante popular en la época. El premio era un televisor, una biblioteca equipada con un centenar de libros para su escuela y una bicicleta que hasta el día de hoy sigue tirada en el patio de la casa de sus padres. En ese momento quería ser abogado, todavía no se imaginaba la posibilidad de ser un artista. Aun así, uno podría pensar al concurso como uno de esos eventos que en su momento no marcaron un camino, pero sí asentaron las bases para un posible futuro, aunque sea de manera inconsciente.
Años después se mudó a La Carlota, en el interior de Córdoba. Ahí comenzó a tomar clases de teatro y de artes visuales y entró al coro municipal. Su círculo comenzaba a integrarse de personas del mundo artístico y con intereses similares: la música grunge y hard rock, las animaciones de Nickelodeon e Internet se volvían material relevante a la hora de indagar en la construcción de imágenes.
Turbio considera que no tuvo una gran formación académica. De niño fue a unas clases gratuitas que brindaba el caricaturista Titi Albarracin, ilustrador de las tapas de la revista Canta Rock. Ese fue su primer acercamiento al arte como disciplina: “Hay definitivamente una influencia de ese período en mi trabajo actual, sobre todo en lo caricaturesco de algunos de mis personajes”, afirma en conversación con Indie Hoy. Luego realizó diversos cursos de artes escénicas, música y plástica que afianzaron su interés e incentivaron su curiosidad.
Cuando terminó el secundario ingresó en la Licenciatura en Teatro de la Universidad Nacional de Córdoba. Cursó tres años y luego la dejó para dedicarse de lleno a Hijasdelmal, compañía de performance que dirige junto a Pía Bertoldi, Sol Montaldo y Román Carmona. Su objetivo es crear instalaciones performáticas de larga duración. “Es un proyecto que integro con gente que admiro. Ya llevo diez años realizándolo y estoy convencido de su potencial: tiene dinámicas y propuestas totalmente distintas a las que se acostumbran en el circuito teatral/performativo de la región“, afirma Turbio.
A partir de montajes donde la audiencia tiene la posibilidad de explorar el espacio escénico sin restricciones, el colectivo busca generar instancias inmersivas donde el devenir de la obra responda a las interacciones del público. No hay guion y las experiencias tienen una duración mínima de 6 horas. La obra más extensa duró 8 días. En estos plazos de tiempo, la audiencia puede permanecer en el espacio y vivir con los personajes. Las instalaciones están preparadas para comer, dormir y cuidar la higiene en general. “Las obras de Hijasdelmal son algo digno de experimentar. Me encanta entregar el cuerpo, por un par de horas, a un personaje con otra lógica y visión de las cosas, con una ética o escala de valores diferentes a la de uno”.
En lo que respecta a su trabajo con las artes visuales, las imágenes de Turbio tienen un poder gráfico parecido al imaginario punk de mediados de los años setenta: mensajes contundentes a través de la unión entre el texto y el dibujo, una mirada irónica sobre el mundo y la valentía de alguien a quien no le gusta resaltar la técnica o la precisión, sino más bien dar cuenta de una obra que podría inspirar a cualquiera. Sus personajes se nutren de la estética grotesca y suelen ser desagradables o están atravesados por el displacer. Cada una de sus creaciones busca hacer foco en la parte menos luminosa del mundo.
“Elijo trabajar desde lo que me incomoda, tratando de crear mi propia lectura de aquello que me rodea y de los lugares que ocupo. Intento ser consciente de las injusticias y las dificultades que tiene vivir en este contexto, que suele ser hostil y desigual”, afirma el artista. Además de su costado crítico y social, sus obras buscan crear mundos de fantasía donde habitan criaturas imaginadas y escenarios post apocalípticos y surrealistas. Los personajes de las primeras películas de John Waters podrían ser una gran inspiración para representar esos imaginarios.
Turbio dice desconocer cuál es la función del arte. Considera que esto varía tanto para el artista como para los espectadores. “Quiero creer que tiene cierto poder de transformación, que tiene por función ir dejando una huella, ir erosionando las cosas que no están buenas de la sociedad. Quiero creer que es una herramienta para resistir, pero no puedo evitar ser consciente de que muchas veces el arte se pone a disposición de los peores intereses“. Para este artista contemporáneo y encargado de múltiples oficios, el arte es una forma de vida, una manera de mirar a su alrededor. Es un trabajo y es, por suerte, un cable a tierra.