Dicen que dibujar no es fácil. La hoja en blanco puede ser un gran obstáculo, un laberinto lleno de pasillos interminables, puertas al vacío y frustraciones personales. Las infancias no suelen padecer ese escenario, por un momento se olvidan de su alrededor y dedican toda su atención a desarmar líneas e ideas en el papel. Para los adultos es más complejo, las imágenes se “componen” o se “resuelven”. Para ellos es obligación poseer plena conciencia de la relación figura-fondo y elegir muy bien las herramientas de trabajo, entre otras cosas. La exhibición Gimnasia espiritual de Ulises Mazzucca (Santa Fe, 1997) en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires pareciera dar cuenta de estas tensiones entre el dibujo y el pensamiento. Es más, pareciera estar hecha por un niño travieso, de esos que rayan las paredes de la casa a escondidas de sus padres.
Gimnasia espiritual, título de la exhibición, remite al interés de Ulises Mazzucca por el yoga, el baile, la meditación y todas las prácticas que ponen al cuerpo en movimiento. Este movimiento se replica en las obras de arte que aparecen en la sala; dibujos blanco y negro donde los esqueletos se juntan a tomar vino y tocar el arpa en las plazas, bicicletas furiosas que dan vueltas en círculos por toda la eternidad y unos jóvenes desnudos que hacen coreografías tristes para escapar del cuadro que los encierra en la pared. Mazzucca representa, a partir del retrato, a jóvenes angelicales y patéticos. Tienen brazos largos, manos hinchadas y muecas que remiten a los titanes, esos gigantes siniestros que comen humanos en el aclamado animé Clash of Titans.
Mazzucca utiliza mucho el grafito y la tiza pastel. El artista prefiere estos elementos porque son fáciles de manejar, implican una relación directa con la superficie y reniegan de cualquier tecnicismo. No hace falta ser un experto para manejarlos, aun así cabe destacar que la formación en Bellas Artes de Mazzucca le permitió desde muy temprano saber cuáles serían sus técnicas y lenguajes predilectos. La composición fotográfica, económica en tiempos y precisa en sus encuadres, es clave para organizar el caos de personajes, paisajes e información que conviven en los dibujos.
Es una muestra de dibujos en superficies que van más allá del papel. Se pueden observar en una mesa en el medio de la sala, que se encuentra mutilada a partir de cortes en la madera hechos con cuchillos o cualquier material con punta. Estas agresiones generan figuras humanas que remiten a amigos, familiares y eventos melancólicos en la vida del artista. En la sala hay muebles perforados, cortados e inclusive quemados, como si la ira y el deseo del niño artista fueran indomables. De esta forma se soñaban a sí mismos los artistas románticos del siglo XIX, irracionales y a merced de la naturaleza, dispuestos a arrancarle la piel al mundo.
También aparecen las palabras, relacionadas al amor, la tristeza y a un pasado adolescente tortuoso pero también lleno de ternura. En cada una de las superficies que el artista utiliza para dibujar aparecen pequeñas historias, como un diario íntimo lleno de faltas de ortografía, donde la autobiografía suspira reflexiones acerca de la amistad, el deseo y el desamor.
La pared blanca e impoluta del Museo no se salvó de la ira de Mazzucca. Bajo la supervisión de los bomberos del cuartel de San Telmo y Puerto Madero, el artista dibujó con fuego un sistema nervioso sobre la pared principal de la sala. El negro del hollín generó unas extrañas figuras que remiten a la sinapsis que hacen las neuronas, dando cuenta de la relación complicada que existe entre la conceptualización de una idea, su concreción y el trabajo corporal que implica el dibujo.
Alterar al Museo desde sus cimientos fue otro de los movimientos que Mazzucca se permitió en su primera muestra individual en una institución así. Estos procedimientos, tan arriesgados y viscerales, fueron posibles gracias a que la muestra de Mazzucca se encuentra ubicada en la sala de proyectos especiales del Museo Moderno, un espacio dedicado a que artistas contemporáneos jóvenes puedan diseñar proyectos específicos y profundizar sus investigaciones a partir de estrategias artísticas que impliquen riesgos.
Para Mazzucca, el dibujo implica un ejercicio de alineación entre la mente, el cuerpo y el movimiento. Este es un ejemplo de los pequeños grandes métodos que se inventan los artistas para crear o para sobrevivir en el mundo. Son teorías sensibles, llenas de huecos y datos incomprobables, pero que colaboran a pensar una nueva manera de observar el mundo. Se podría pensar que dibujar se relaciona con esto: observar el alrededor para reinventarlo.
Gimnasia espiritual de Ulises Mazzucca, con curaduría de Lucrecia Palacios, puede verse en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires (Av. San Juan 350, CABA). Hasta el 3 de octubre.