El cine de Alejandro González Iñárritu se ha caracterizado, durante varios años, por mostrarnos múltiples personajes entrelazados, unidos casual (o causalmente) en los dramas más descarnados de la vida. Su nuevo trabajo, triunfante en variadas premiaciones y nominado en varias categorías de los premios Oscar, es el retrato tragicómico de un personaje.
Si bien está acompañado por diversos personajes, de arquitectura concreta y de perfección dramática, el centro de la historia de Birdman es Riggan Thompson (Michael Keaton), este actor de cine comercial y taquillero, venido a menos que busca reivindicarse (o encontrarse a sí mismo) a través de Broadway. Podríamos decir que esta es la película más distinta y de verdad sorprendente dentro de la carrera del realizador mexicano. No solo porque la historia es harto profunda y humana sino porque conjuga un sinfín de elementos amalgamados con perfecto arte. Birdman es una película sobre la muerte real y la muerte interna, sobre los fracasos despiadados dentro del cine, el sinsentido del éxito, los limites borrosos entre realidad y ficción… Riggan está atrapado en su propio yo, pero ese yo es múltiple: es Birdman, el personaje que lo llevó a la fama, el disfraz que lo consagró y que no ha podido quitarse; lo acecha, es su propia sombra. Es también un padre y marido frustrado, y un hombre en el ocaso de su éxito. El personaje de Birdman, que casi todo el film es una voz contundente y apabullante, contiene un peso importantísimo, ya que es el que enuncia explícitamente las críticas al sistema del éxito, la crueldad que representa lo efímero de la ficción y es, básicamente, la voz de la realidad gritándole al oído. Riggan y el resto de los personajes transitan frenéticamente los lúgubres pasillos del teatro, en una puesta barroca de locura, patetismo, histeria, erotismo, llanto. Saltan de la realidad a la ficción casi sin puente, se arrojan visceralmente a la desnudez del escenario mientras, tras bambalinas, concurrimos a un canibalismo (propio y hacia los demás) sin límites. Riggan parece ser el depositario de todos los insultos, para solo despertar bronca, su semblante amargo inspira la bofetada física y verbal; su cinismo se reduce a un rostro arruinado, atormentado por los fragmentos de identidad que lo rodean sin dejarlo escapar. Su sombra, el héroe que alguna vez fue, es lo único real que le queda.
Michael Keaton logra con gran maestría el carácter de la derrota, en la representación del hombre hundido en su propia miseria, representando en el escenario su propia tragicomedia. El gran Edward Norton no podría haber sido mejor elegido para este papel secundario pero indispensable; uno de los personajes que más aporta comicidad al film y que encarna la parodia en sí misma de los actores. Emma Stone con su belleza moderna y una actuación contundente, Zack Galifianakis, con pocas pero brillantes apariciones, Naomi Watts a quien nunca habíamos visto tan lejos de su papel de diva. Un puñado de seres que transitan las emociones más fuertes en el ocaso del éxito, sumidos ya en el fracaso. El mundo mágico de Hollywood se ha ido para dejar la sombra de algo que Riggan fue pero que nunca lo dejará ir. Una excelente crítica al mundo del cine, una excursión a lo más patético del ser, la gran pregunta sobre la efectividad del éxito, resuelta en dos horas de metraje… No eres un actor, eres una celebridad.