El prófugo es la segunda película de Natalia Meta (la primera fue Muerte en Buenos Aires), protagonizada por Érica Rivas y Daniel Hendler, Nahuel Pérez Biscayart, Cecilia Roth y cuenta con la participación especial de Mirta Busnelli. Tuvo su estreno en la competencia oficial del Festival Internacional de cine de Berlín 2020, en plena pandemia. Escrita y dirigida por Meta, la cinta, coproducción de Argentina y México, está basada en la novela El mal menor del escritor C. E. Feiling. A pesar de estar basada en una novela de terror, se trata más bien de un film que pivotea entre el thriller psicológico, la comedia romántica, el musical y algo del “nuevo terror”: ese no binarismo es lo que la hace interesante.
La película nos presenta a Inés (Érica Rivas), una mujer joven que canta en un coro profesional, y que también trabaja de doblar películas que parecieran ser del tipo clasificación B. Sin mucho más preámbulo, la protagonista se va de viaje a una de las playas turísticas de México con un novio bastante pesado (Daniel Hendler). Durante el viaje pareciera que nos encontrásemos frente a una comedia argentina de mediados de los 2000, hasta que la protagonista se queda dormida, algo en torno al sueño y la vigilia se pone misterioso y sutilmente el registro de la película gira hacia el suspenso hasta que ocurre una tragedia. A partir de ese momento, Rivas quedará totalmente perturbada y empezaremos a introducirnos en la idea central de la película: el prófugo, una entidad o ser que vive en los sueños y que intenta escapar de ellos usando el cuerpo de alguien para cruzar la línea que separa lo onírico de la vigilia. El personaje de Inés propone una subjetividad femenina distinta a la que estamos acostumbrados. Si bien eso es mérito también de la actriz, claro, ahí también hay un acierto y una ruptura: la protagonista es movida por su deseo y en ese sentido se vuelve realista. Su ¿alucinación? (todo el tiempo le sugieren tomar pastillas para dormir, para estar mejor) por momentos es una alucinación colectiva. Uno se preocupa por la protagonista, quiere que esté bien y, contra esa idea de bienestar relacionada a estabilidad, la película planteará otros paradigmas.
Cabe destacar algunos aspectos formales muy logrados. Desde los coros (participación clave la del Coral Femenino de San Justo), el inminente órgano del auditorio del Centro Cultural Kirchner, hasta la ambientación sonora que se da en la sala donde la protagonista trabaja y hace sus doblajes, la música a cargo de Luciano Azzigotti y Guido Berenblum es otro acierto. Y también la fotografía: los cenotes de las playas paradisíacas de México y los interiores del auditorio ambientan la película con climas muy logrados. La fotografía estuvo a cargo de Bárbara Álvarez.
En una entrevista le preguntan a la directora sobre la idea de inconsciente en la película, ya que el tema de los sueños está muy presente. La directora, quien confiesa estar interesada en el tema, cita a Lacan para decir que la palabra inconsciente remite al binarismo cuando se parece más a una banda de moebius. Eso queda reflejado en la película y se convierte en su fuerte. En tiempos donde las categorías y los géneros quedaron obsoletos y parecen no poder contener la diversidad del mundo, la película propone un gesto que, lejos de pecar de inconsistente, resiste en las contradicciones.
No es una película de terror, sin embargo es notorio que hay un estudio del género por parte de la directora. Tampoco se trata de una comedia romántica, pero Hendler viene un poco a recordarnos que aunque el cine cambie y los recursos mejoren, ese género es muy fuerte en Argentina y tiene una esencia que vale la pena rescatar. Los diálogos guardan cierto humor, por momentos clásico pero no por eso menos astuto. En ese sentido, los personajes están definidos solo por sus palabras y por momentos se contradicen con una naturalidad humana. Conviven con ese pivoteo de géneros y guiños a distintas películas. Algunas referencias claras como Blow Out de Brian Di Palma, otras más sutiles al cine de terror pero más como clima que como tema. En El prófugo hay una sucesión de tensiones llevadas -a través del sonido, la iluminación y la fotografía- hacia lo extraterrenal: fantasmas o presencias en los modos más clásicos de las representaciones del género, como un órgano que suena sin que nadie lo esté tocando o las clásicas obstrucciones a la visión del espectador.
Parece no haber nada más contemporáneo ni honesto que aquellas películas que ofrecen la cotidianidad como distopía o pesadilla. Ejemplos de esto son El hombre invisible (2020) donde un novio mega controlador se vuelve invisible para controlar hasta las últimas consecuencias a su pareja; Us (2019), en la que se utiliza el terror para hablar del racismo histórico de Estados Unidos; la violencia familiar en Goodnight Mommy (2015); y las relaciones sexoafectivas, el paso del tiempo y la muerte en I’m Thinking of Ending Things (2020). Al igual que muchas películas de lo que se denomina “nuevo terror”, El prófugo utiliza el mundo interno de la protagonista como marco para hablar de temas contemporáneos como machismo, sobremedicación y crisis de las instituciones como la familia. Mezcla lo mundano con lo fantástico para hablar de los verdaderos miedos.