Ahora sí, ¿cuál es tu película de terror favorita? La ética del fandom de Scream se centra en la devoción por la dignidad, la virtud o los méritos que conlleva el resurgimiento de Ghostface anclado a la épica posmoderna. En tiempos revueltos e insaciables donde los slashers perdieron la relevancia y el prestigio que tuvieron al proliferar la tensión del premilenio, la sexta parte sale victoriosa trastornando las expectativas de fieles, detractores y principiantes mediante la entrega más violenta e inquietante de toda la saga.
Si al afrontar la ardua tarea de reanudar el legado de Wes Craven -el legendario creador de Freddy Kruegger, al igual que los psicópatas de The Last House on the Left (1972) y The Hills Have Eyes (1977)-, Matt Bettinelli-Olpin y Tyler Gillett obligaron a revisitar la masacre desatada en Woodsboro en 1996. En esta oportunidad, coaccionan al público a visionar su totalidad para experimentar un verdadero deleite nostálgico de la cinefilia.
Sin embargo, ese sentimiento de añoranza no le quita el frescor, ni mucho menos la frialdad. La dupla de cineastas estadounidenses condensa la venganza pretérita con un exceso de puñaladas en distintos rostros al ritmo del clásico de Nick Cave, “Red Right Hand”. Además, un museo de ultratumba con vestigios genéticos, emocionales y decorativos certifican las grietas de la máscara al fundir una desventura sórdida, iracunda y divertida en la ciudad que nunca duerme.
Nueva York. Nuevas reglas. Bajo este slogan, el film protagonizado por Melissa Barrera y Jenna Ortega reivindica la fórmula primitiva mientras evidencia que cambiar las normas del juego es crucial para sobrevivir dentro y fuera del universo asociado. Primero lo primero. ¿Quién iba a imaginar una Scream sin Sidney Prescott? Supimos de antemano los altercados financieros que desunieron a la mítica “final girl” –encarnada por Neve Campbell- del flamante estreno en 2023. Pero no hay dos sin tres, y tal ausencia abre las especulaciones sobre la inminente manifestación del próximo capítulo. No hay terminación del mandato en absoluto, sino una vuelta de tuerca que sugiere el interlineado del pretexto cinematográfico.
Cuando los puntos suspensivos hacen lo suyo, la euforia del culto enloquece. Y si hay algo que la franquicia se encargó de transitar a diestra y siniestra, es un paseo por el fanatismo de la demencia. Scream siempre estuvo destinada a dinamizar los saberes transversales del espectador y su afición oscura relacionada con la gracia mortuoria del séptimo arte. Vale recalcar que, en tanto pone a prueba sus conocimientos, la saga parodia al cine de terror arraigada a sus raíces y en paralelo fomenta una relectura del género ligada al futuro despiadado. Entre guiños y debates, Scream hace del metalenguaje un arma de doble filo que se legitima con el correr de las décadas.
“Estar cerca de las Carpenter es estar cerca de Ghostface”, advierte Kirby (Hayden Panettiere) en su regreso a la odisea atroz luego de ser atravesada en la cuarta y última dirigida por el “maestro del terror” antes de su muerte en 2015. Chispazos solo para entendidos en sintonía a la turbación telefónica que evocan los efectos de slashers emblemáticos de la talla de Black Christmas (1974) y When a Stranger Calls (1979). Al margen de cualquier referencia geek, Scream 6 pone el foco en la potestad del fandom para efectuar sobre el pasado después de ser desilusionado. Si bien Stab es una ficción dentro de la ficción que recrea y distorsiona los hechos ocurridos anteriormente en diversas sátiras hollywoodenses, la sexta parte alude a robar los derechos de autor en vista de que nadie tiene más derecho al entretenimiento que quienes lo viven sin fines de lucro en las entrañas del underground.
Desde el remake indio, Sssshhh… (2003), hasta las series televisivas de Netflix y MTV, podemos hablar de aberraciones cromosómicas a la hora de adaptar el contenido explícito. No obstante, hablamos de otra cosa al considerar lo esencial. A grandes rasgos, los discursos de odio proclamados en numerosos epílogos de los desahuciados enmascarados atraviesan la pantalla en un mero ejemplo del libre albedrío como Scream: Legacy (2022). Hecha por y para fanáticos, el film se desvincula completamente de la obra intelectual, ambientada 22 años después de Scream 3 (2000) y con la supuesta hija de Sidney Prescott aterrorizada por un nuevo asesino.
Más figurativo aun e igual de retorcido, tenemos Scream: Generations (2012), un fan film de bajo presupuesto en donde las películas de Scream son una más del montón. Su crudeza técnica nos hace sentir muy cerca del terror. Ambos son ejercicios amateurs que no le llegan ni a los talones a la musa inspiradora, y aun así son más valiosos que las reversiones industriales mencionadas. Con sus deficiencias narrativas y estéticas, materializan las fabulaciones inherentes al guion original de cada antagonista, esos motivos que impulsan a tomar la posta del derramamiento de sangre en un apremiante recambio generacional.
Al otro extremo de la moral, es digno traer al caso un hito de la criminalística posmilenaria y distante del cine (literalmente hablando), encadenado de forma visceral debido a que el diablo metió la cola y la realidad superó la ficción. “El cine no crea a los psicópatas, solo hace que sean más creativos”, grita Skeet Ulrich en la piel de Billy Loomis, el Ghostface inicial.
El 22 de septiembre de 2006, Cassie Jo Stoddart fue asesinada en el condado de Bannock, Idaho, por sus compañeros de clase Brian Lee Drapper y Torey Michael Adamcik. Hubo cámaras, pero nada de actuación. Los femicidas se grabaron jactándose cómo iban a hacerlo, y tras hacerlo, se siguieron jactando al huir en el auto. Los videos circulan en internet. Sin sangre, el terror se hace más denso. Prepararon su coartada, pero ninguno pudo decir algo de la supuesta película que habían ido a ver. Los cortes entre los registros documentales que se pueden encontrar del abominable plan concentran decenas de cortes que equivalen al número de puñaladas. Cortes digitales que eclipsan los carnales. Elipsis que matan. Ambos perpetradores recibieron sentencias de cadena perpetua sin libertad condicional el 21 de agosto de 2007. En el juicio dijeron que imitaron el modus operandi de Scream, sus máscaras blancas ensangrentadas fueron encontradas en un pozo. Aseguraron que querían contar su propia película.
A modo de conclusión, ya sea ironía o querencia, continuidad o ruptura, diégesis o eficiencia, estudios o caseras: la hipótesis subyacente de Scream 6 se devela en la cuchillada previa a la aparición del título para poner en tela de juicio la construcción del germen audiovisual como medio sociocultural dentro de los confines de nuestra existencia: ¿A quién realmente le importan las películas?
Scream 6 se puede ver en cines.