El director sueco Ruben Östlund estrenó su nueva película Triangle of Sadness y logró llamar la atención tanto de los festivales de cine más respetados como también de los premios Oscar. Nominada en la categoría de Mejor película y Mejor guion, la cinta se presenta como una deliciosa invitación al espectáculo de la decadencia. Tal como desarrolló en su film anterior, The Square (2017), el director pone el ojo en el mundo de la clase alta y allí se regodea con sus obscenidades, incongruencias y una honda tristeza que se disimula entre costosas botellas de champán, platos de autor y un lujoso crucero.
La historia de Triangle of Sadness presenta a una joven pareja que realiza un viaje en barco: ambos son modelos y la mujer es también una renombrada influencer que no hace más que cuidar su físico y documentar cada paso que da en sus aburridas vacaciones. La pareja se sostiene sobre la fuerza de las apariencias pero sus vidas toman un giro insólito cuando el barco es atacado y quedan perdidos en una isla desierta a cargo de una de las empleadas de bajo rango del crucero.
La burla o la sátira sobre lo ridículo de la clase alta ya ha sido presentada en el cine en múltiples ocasiones, solo basta pensar en El discreto encanto de la burguesía (1972) de Luis Buñuel, El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante (1989) de Peter Greenaway y la reciente -y algo mediocre- El menú (2022) de Mark Mylod, entre otras. Östlund deja su marca de autor al elegir mostrar las obscenidades de la riqueza a través de la belleza, una operación similar a la que hacen autores como Yorgos Lanthimos y Paolo Sorrentino, todos directores europeos que apuntan a un cine Art House y anclado, muchas veces, en las realidades de los estratos más altos de la sociedad.
El nuevo film de Östlund tiene una narración pausada y se presenta como una historia coral, lo cual da fuerza a esta idea de retratar una clase social. Durante el viaje en crucero, los viajeros conversan entre ellos y así el espectador se topa con un millonario solitario que solo quiere hablar con mujeres hermosas; un empresario de derecha; una mujer neurótica que no deja de beber champán y pedir a los empleados que “vivan la vida”, entre otras individualidades.
El mundo de Triangle of Sadness está presentado con extrañeza. Las actuaciones, las escenas y los diálogos hacen que este universo en el que todo está calculado y ensayado hasta el mínimo detalle parezca un teatro de la estupidez. Uno de los grandes momentos que resumirá el concepto de la decadencia se da hacia la mitad de la película cuando todos vomitarán una cena de miles de dólares sin poder parar de comer y beber: la auténtica catarsis.
En la segunda parte del film, el director deja a la audiencia en una isla desierta con algunos de los pasajeros y algunos tripulantes. Todo el exceso y la opulencia queda atrás para dar paso al despojo total hasta llegar al hambre y a que se desaten los instintos más básicos de los personajes. Esta isla permitirá que se habiliten nuevas jerarquías y se ponga en juego una tiranía de “los de abajo”. El planteo de la lucha de clases, la venganza como medio de la justicia social y el elemento del barco para marcar las diferencias no son nuevos en relatos cinematográficos, pero lo que sí es novedoso es la manera de narrar presentada por Triangle of Sadness y la atención constante a la estética, derivada en una belleza sobrecogedora.
Lo que prima en Triangle of Sadness son las interrelaciones entre los caracteres, que en un principio se presentan plásticas y artificiales incluso hasta imposibles, sobre todo cuando aparece una mujer catatónica teniendo una “conversación” con una pareja de ancianos. En un segundo momento estas relaciones estarán signadas por el instinto de supervivencia, el cual en ningún momento se escinde de la necesidad de seguir conservando el status, planteando que la casta o la clase social es algo a lo que el humano no puede escapar.
Triangle of Sadness estrena en cines argentinos el 23 de febrero.