David Fincher acaba de estrenar su nueva película, El asesino, la sucesora de Mank con la que el director vuelve al mundo del cine noir, al thriller y a las fuertes autorreferencias. Mientras Mank fue una pieza dramática que buceaba en la historia del cine, El asesino es una pieza del policial noir, plástica y tan perfecta que por momentos aturde.
El film cuenta la historia de un asesino a sueldo (Michael Fassbender) que debe realizar un trabajo, pero falla a pesar de revelarse como un ser metódico que parece tener todo controlado. Fincher nos hace ingresar en dos espacios narrativos: por un lado en la mente del asesino, que se traduce en una voz en off que ocupa gran parte del film; y, por el otro, en la vida de las personas involucradas en el mundo de la delincuencia, de los crímenes de peces gordos y de las altas esferas de la sociedad.
Para diferenciar el universo mental del protagonista y la diégesis propiamente dicha, Fincher se sirve del sonido y la música. Con un soundtrack prácticamente completo de The Smiths, el director recurre a los silencios y a la música para indicar en cuál de los dos mundos narrativos estamos.
Como en muchas de las películas de Fincher, la mente del protagonista es el punto central de la trama, que se sostiene por un relato policial. En este caso, la historia no parece tener la misma potencia que propuestas anteriores del director como Zodíaco, Pecados capitales, Perdida y más. El asesino parece servirse de muchos elementos que funcionaron en El club de la pelea, como la construcción del personaje principal e incluso varias tomas que nos remiten al aclamado film de 1999.
Quien aparenta ser un frío francotirador que solo está allí para cumplir un encargo, mostrará durante toda la historia que sus decisiones son tomadas a partir de lo emocional. Existe una posibilidad de que su error primigenio, que desata una cadena de tragedias, haya sido también la debilidad de lo irracional.
Así, Fincher nos entrega un nuevo personaje atormentado para el gran catálogo que tiene de ellos. En este protagonista -llevado a cabo por un Fassbender con una precisión que lo convierte casi en un desalmado- decide entregarnos un hombre que, en muchos aspectos, se parece a una máquina.
La paradoja del asesino es que, aunque parece ser un robot que actúa por encargo, está en realidad cegado por lo emocional: la venganza, la justicia y el dolor. Lo que consigue Fincher en su segunda película junto a Netflix es un relato que por momentos parece perder la solidez y se vuelve agobiante, ya que el protagonista es potente pero carece de matices.
El director estadounidense nunca fallará en el desarrollo psicológico de sus personajes ni en las elecciones de la banda sonora, pero El asesino por momentos se convierte en un fuerte divague narrativo con secuencias similares entre sí.