Teniendo una exitosa carrera actoral, Joseph Gordon Levitt lanza su primer largometraje como director: Don Jon, una comedia dramática un tanto cursi pero realista. La historia va de lo más común que podemos encontrar hoy en día: un chico veinteañero (Joseph Gordon Levitt), muy dedicado a su físico, a las salidas, la iglesia, la familia, las mujeres y… el porno. Dentro de su estructurada y vacía vida, Jon encuentra lo que al principio parece ser una transformación: la hermosa y cautivadora Barbara (Scarlett Johansson), con quien entablará una relación tradicional y comprometida que se interpondrá entre él y su mayor amor: la pornografía.
Si bien la película abunda en clichés, la historia contiene un planteo interesante: en medio de esta vida monótona guiada por la inercia, las tradiciones y las estructuras, Jon encuentra su única liberación en la pornografía; porque no es solamente en la masturbación sino en la virtualidad y ficcionalidad del porno. De hecho no se cansa de afirmar y repetir que la pornografía es mucho mejor que el sexo real. El sexo y las mujeres reales (la vida real, al fin y al cabo) abundan en errores, desencantos, desilusiones, compromisos y sobre todo, límites; el mundo pornográfico, por el contrario, se presenta como el espacio del vale todo, de la fantasía. Con respecto a esto, Jon defiende su pornografía como el modo de escapar a la rutinaria y sistematizada vida real… Su novia Barbara (como tantas otras personas) encuentran su distracción de la realidad en películas de amor tan irreales acerca de las relaciones humanas como el porno.
Ahora, se encuentra por primera vez con una mujer que lo fascina, que lo ama, lo cuida pero le dirige la vida y ahí es cuando entra uno de los grandes estereotipos: una bella y buena mujer como novia tiene un precio alto, debes hacer y ser lo que ella dice si no te deja. Barbara es tan atractiva que encandila, es amable, educada, le gusta a la familia de Jon pero le parece inconcebible que su novio se divierta con su computadora. En un primer momento Barbara es la mujer ideal, a la cual Jon se refiere como “la cosa más linda que he visto en mi vida”, pero una vez que se convierte en real comienza a mostrar la hilacha, es controladora, conservadora. Al mismo tiempo, el personaje de Jon es otro estereotipo marcadísimo: familia half italian, católicos, conservadores, padre severo, él no se interesa en nada trascendente y cada semana expía sus pecados mediante la incomprensible confesión frente a un desinteresado y mecanizado sacerdote.
Estos estereotipos, si bien están presentados en la película de modo crítico e irónico, por momentos aburren y se ven como simplistas. Como contrapartida de esto, aparecerá en la vida de Jon Esther (Julianne Moore), una mujer algo desconcertante que pone en jaque sus creencias acerca de las mujeres, el sexo, su hombría y el porno. Don Jon, es finalmente, una película de amor, una historia de encontrar el amor verdadero en la persona que menos esperamos, alejado de los esquemas propios. Por eso hace que su final sea un tanto agridulce, la película en algún punto plantea de modo moralista la diferencia entre hacer el amor y tener sexo, siendo el primero lo positivo y real y lo segundo lo vacío y redundante, cuando todos sabemos que no es necesariamente así.