Un grupo de chicas entrena en una cancha de fútbol 5 en el interior de Corrientes. En un ambiente ya caldeado entre discusiones y abandono de jugadoras, la arquera encara a la comparsa y sus chicas a medio producir (solo algunas están pintadas y de pollerita corta) que disputan el espacio al costado de la cancha tirando unos pasos al son de un redoblante tímido. Ellas también quieren practicar pero las pibas todavía no terminaron de jugar. El comienzo de Hoy partido a las tres (2017) es sutil pero elocuente: en apenas 10 minutos de metraje, presenta a sus personajes resistiendo y trastocando estereotipos de género.
El debut en el largo de ficción de la correntina Clarisa Navas -que ya contaba con créditos en dirección y guion en algunas series documentales- nos presenta una situación que transcurre un domingo antes del partido que, supuestamente, arranca a las 3. En realidad no es solo un partido, es un mini torneo barrial de fútbol femenino amateur que se irá retrasando por esas cuestiones de la vida en un pueblo del interior: desorganización, inoperancia, parsimonia, e impuntualidad. El cielo se pone negro, amenaza una tormenta y Las Indomables se quejan: quieren -tienen que- jugar para ganar y viajar a San Juan.
La eterna espera entonces es el núcleo narrativo del film que se centra en los diferentes vínculos que se generan entre las chicas. Hay camaradería, amistad, seducción, romance y rivalidades que se despliegan en diálogos muy naturales y llenos de complicidad que inmediatamente vuelve entrañable al numeroso elenco de personajes. Al saber que se trata de jugadoras de fútbol que no son actrices, resulta aún más sorprendente la calidad de las actuaciones y la solvencia para dirigir tantas personas que no son profesionales en una misma escena de diálogo.
“¿Qué es lo primero que le miran a una piba?”. Según respuesta (las piernas, el cuello, los ojos), en la ronda de confesiones al fichar a las contrincantes resonarán risas, burlas y bardeadas en una conversación que es a la vez tan transparente y real como radical en el hecho de que se trata de una escena de minas hablando sobre minas con total libertad y desparpajo. Es probable que más de un muchacho heterosexual se sienta incómodo u ofendido por creer en la apropiación de un discurso entendido como propio. Ni hablar del espacio y la práctica. Las canchas y el balón es (era) cosa de machos, desde tiempos inmemoriales.
Los varones de la película -con excepción del noble entrenador Cacho- ocupan un lugar marginal en la trama, incluso de manera literal, ubicándose al costado del potrero como simples espectadores del juego. Y si alguno se zarpa con las groserías de siempre, le cae en patota una masa gigante de mujeres que ya no se achican. Hoy partido a las tres opera como un excelente ejercicio de deconstrucción de la heteronormatividad, un aporte más que necesario para que nuestra sociedad siga caminando hacia adelante.
Se hace tarde y las postergaciones siguen pero el amor por el deporte y el enorme sentido de comunidad que forjan Las Indomables son a prueba de lo que venga: tormentas, falta de recursos, machismos, negligencias pueblerinas y hasta la decadente y oportunista campaña a intendente que organizó el torneo. Detalle que le permite a Clarisa desplegar cierto humor kitsch y algún comentario social que contribuye, a su vez, a delinear la idiosincrasia tan particular de una localidad del interior. Para cuando finalmente empieza el primer partido ya nos sentimos parte de esa barrita de amigas y el resultado pasa a ser lo de menos.
Así irrumpe Clarisa Navas con su primera ficción, plantando bandera desde una disidencia periférica para mostrar otras realidades, otras formas posibles que existen pero no son narradas porque quedan sumidas en la subalternidad. Hay poco fútbol en el cine porque es difícil de filmar. Clarisa no solo arrancó con ese desafío técnico que superó ampliamente, sino que además puso al frente mujeres, y para nada hegemónicas: hay diversidad de cuerpos, sexualidades, edades y acentos. Además, como si fuera poco, lo hizo a pulmón, con escaso apoyo financiero y desde un lugar en el cual no es fácil alzar la voz y hacerse oír -y mucho menos filmar- como es el norte del país. Su cine resiste desde varios frentes con una conciencia social muy clara que sin embargo nunca se sobrepone al hecho artístico. Un problema que tiene por ejemplo el cine con excelentes intenciones (pero nada más) de José Celestino Campusano. Hoy partido a las tres y -como veremos- Las mil y una (2020) tienen tal valor estético e interpretativo que el dispositivo desaparece -a diferencia de la artificialidad que transforma en caricatura la obra del cineasta de Quilmes- para sumergirnos y respirar esos mundos. Así, el mensaje llega con mucha más potencia.
Su próximo movimiento será más ambicioso. En Las mil y una (2020), el eje sigue anclado en Corrientes pero ahora se abre un universo más amplio. Ya no se trata de un día en el potrero, ahora se retrata la cotidianeidad de un puñado de personajes que viven en Las Mil Viviendas, un barrio de monoblocks popular y precario de la capital correntina. Clarisa lo conoce bien porque nació y creció allí, dato biográfico que explica un tratamiento no solo muy realista y casi de documental, sino también de mucha sutileza y respeto: no hay miserabilismo, condescendencia ni romanticismo por las clases populares. Evitar caer en alguno de esos vicios tan recurrentes en el cine nacional no es nada fácil. El mérito es inmenso.
Iris (Sofía Cabrera) pica una pelota de básquet mientras recorre los pasillos de Las Mil. Los varones le silban y le dicen cosas, ella hace caso omiso: solo le llama la atención otra chica con la que se empieza a cruzar. Iris es tímida e inocente, ni siquiera toma alcohol y parece no encajar en un ecosistema de vecinxs hipersexualizadxs que solo “hablan de tomar y ponerse en pedo” o tienen sexo por dinero. Sus primos Ale (Luis Molina) y Darío (Mauricio Vila) también son del barrio y no la tienen fácil por ser gays y manejar otro tipo de sensibilidad. Entre los tres se cuidan y acompañan para atravesar una adolescencia difícil, desamparada y hostil, donde apenas hay una madre y una tía, amorosas pero algo ausentes ocupadas en sus propios problemas.
Es un film que es puro contexto y tiene como protagonista al barrio con sus postales suburbanas de cemento, ladrillos huecos, caballos sueltos como perros y el omnipresente megáfono del chatarrero. La trama se enfoca en la relación que Iris va tejiendo a los tumbos con Renata (Ana Carolina García), esa chica misteriosa recién llegada de Paraguay, algo más grande que ella y de la que dicen cosas terribles, como que tiene HIV. Renata es segura, entradora y tiene más experiencia; Iris, por el contrario, es un pollito mojado que responde que es un ángel cuando Renata le pregunta qué le gusta, si los hombres o las mujeres. Este choque de personalidades opuestas y sus deseos truncos, las dudas de una y la paciencia de la otra, hace avanzar el relato entre las vicisitudes sexuales y amorosas de los primos, dos personajes bien construidos con los que es muy fácil empatizar. Ale escribe una especie de carta-poema preocupado porque no sabe si llegará un amor para él mientras que Darío aporta el toque cómico al no poder controlar sus hormonas al palo.
Cierto virtuosismo que ya asomaba en la realización de la ópera prima -esa fenomenal cámara que se arrastra entre gambetas al ras del suelo como una pelota más, por poner el ejemplo más llamativo- es perfeccionado en este segundo trabajo. Los planos son largos, casi sin cortes, el dispositivo técnico se vuelve expresivo al ser puesto al servicio del relato de una manera evidente pero sutil, lo que genera un efecto de inmersión, de estar ahí en Las Mil. Recorriendo el barrio con esa cámara en mano a la deriva, atenta y algo nerviosa, como lxs que patean esos pasillos. O, por el contrario, al resguardo en los espacios reducidos del interior de las casas, sensación generada por unos planos fijos muy largos que dan cátedra de lo que es una excelente puesta en escena y dirección de actores.
Cada plano en interiores es una orquesta muy fina que configura y coordina una carga enorme de información visual, sonora y narrativa. Hay infinidad de objetos desparramados por todos los ambientes de la casa y ruidos, como la radio, que se superponen a veces entre más de una conversación en simultáneo. Y nada de eso se siente forzado o artificial, ni tampoco abruma, más bien genera fascinación y un gran acercamiento a las dinámicas, hábitos y consumos de una familia de origen humilde. El arduo trabajo con los actores, de mucho ensayo previo para lograr en el rodaje fluidez e improvisación, ya había dado sus frutos con esas charlas grupales de Hoy partido a las tres -de hecho, la película ganó el premio a Mejor actuación de elenco en el BAFICI 2017-. Pero este film va más allá: los planos largos y fijos son todo un desafío que genera muchísimo esfuerzo resolver de manera natural y satisfactoria. Eso sí, el resultado está a la vista.
Las mil y una tuvo un recorrido exitoso -aunque virtual- por festivales internacionales llevándose premios en Toulouse, Jeonju (Corea del Sur), Lima y San Sebastián, entre otros. Su estreno en Argentina estaba previsto para noviembre en el Festival de Mar del Plata (donde también arrasó con varios galardones), evento que igualmente se llevó a cabo de manera online. Sin embargo, justo antes de la pandemia, el febrero pasado tuvo su premier mundial nada menos que en la Berlinale, abriendo la sección Panorama. Y allá fueron, directora y reparto, chicxs del norte del país -de Chaco, Formosa y Corrientes- que caminaron por la alfombra roja de la capital alemana para alzar la voz y hacerse oír. Finalmente, durante finales de 2020 tuvo su lanzamiento digital en la plataforma de CineAR.
Hoy partido a las tres está disponible en CineAR.