José Celestino Campusano siempre habla en plural. Su cine cooperativo comunitario se deja ver no solo en las películas en sí, sino en su discurso y en la forma en que se componen las películas.
En esta edición 20 del BAFICI se presentó El silencio a gritos, una historia de abusos en el seno de una familia del Alto en Bolivia, rodada de manera íntegra en el país vecino.
Con grandes y pintorescos paneos de la ciudad andina, entramos al territorio hermano y desde planos más íntimos nos acercamos a la historia de una familia tipo, a su funcionamiento como grupo familiar y a sus deseos, tristezas y valores individuales.
“Había unas seis o siete historias posibles que nos presentó una asistente social que trabajó con nosotros, pero la que estaba más sólida fue esta. Ella la propuso porque hacía poco tiempo que la había vivenciado. Fue elegida por votación. La propusimos, el contingente votó por ella y una vez que se votó en asamblea, la filmamos”.
Los films de José o Cinebruto se acercan siempre a las historias individuales y colectivas desde lo casi documental, con actuaciones más que naturales, tan cotidianas y poco artificiosas que ponen en jaque permanentemente la idea de ficción. “Es un hecho verídico, como siempre. Totalmente verídico. Hicimos una convocatoria en los barrios del Alto y vino mucha gente interesante, un grupo de treinta personas, algunas vinculadas al teatro, justamente al teatro COMPA, que son la que de algún modo compusieron a la familia. Llegó la asistente social, que había trabajado en el caso hacía muy poco tiempo, entonces tenía muy fresca la información, fue muy importante que ella estuviera. Ella es justamente la persona que hace el trabajo de asistente social en la película.” En esta ocasión Campusano y su equipo trabajan junto a la línea del teatro boliviano COMPA que, justamente, busca acercarse a las historias más mundanas y cotidianas posibles, la del carnicero, la del vecino de la esquina. Desde ese lugar es que se mixturan dos objetivos comunes en el modo de abordar la realidad a través del arte sin artificios apropiándose de espacios y herramientas no convencionales, si lo miramos desde la óptica del arte clásico o burgués, si se quiere.
Las películas de Cinebruto siempre cuentan con personajes genuinos, incluso muchas veces son los verdaderos protagonistas de las historias que se cuentan (solo vale pensar en el Vikingo). Este film sigue en la línea de la naturalidad de las actuaciones, lo que nos acerca deliberadamente la brutalidad de una realidad en absoluto impostada o interpretada, y nos preguntamos si en esa selección hay un trabajo mentado o tan natural como se ve en sus caracteres:
”El criterio de selección es muy amplio, porque tampoco podíamos elegir demasiado y en dos viajes a Bolivia cumplimentamos la película.”
Luego de haber rodado Cícero impune en Brasil, Cinebruto se instala en Bolivia, que el director describe como una experiencia “Hermosa. De hecho, estamos programando en lo posible hacer cada dos años una película de ficción en Bolivia. Es muy grato, es muy relajado. El tema es, ya sabemos, la altura, mucha amplitud térmica, pero fuera de eso me encanta.” Y en la misma línea del cine cooperativo comunitario, el equipo técnico se conformó de manera mixta: “A las dos partes nos ha enriquecido mucho el vínculo.”
El film aborda la temática del abuso sistemático de dos hermanos hacia sus hermanas menores, a escondidas, pero dentro de una especie de consenso del que no se habla, implícito, pero que se sabe existente. Desde la naturalidad y la travesura, el abuso es la continuación de una tradición para los jóvenes de esta familia que, a su vez, han aprendido de sus primos y mayores. “Todo lo que son los pueblos andinos, dicho por los propios habitantes, padecen de ciertas prácticas y abusos que se hacen tradición, lamentablemente, muchas veces. Es mucho más habitual que lo que se dice”. De hecho, el acercamiento a esta historia se realiza a través de lo palpable, lo real: “Sí, estaba la causa. Una vez que abrimos ese portal mucha gente se sintió súper identificada, gente parte del equipo que aportaba todo el tiempo”.
Dentro de este planteo del abuso y de la violación de dos mujeres presas de un sistema eclesiástico, familiar y social que lo avala, pero ante el cual deciden rebelarse desde la sororidad, no puedo evitar pensar en las discusiones sobre feminismo y despenalización del aborto que se encuentran en pleno tratamiento presente. Los sucesos que ocurren en los films de Campusano parecen lograr el ideal de la objetividad, donde no hay una moral que nos marque buenos y malos, porque se cuenta la historia. Sobre la visibilización de cualquiera sea la temática social expuesta Campusano se manifiesta:
“A veces resulta como una moda, ¿no? Justamente, ¿por qué no se habló hace dos años y se habla ahora? Algunos planteos suelen pasar como una cuestión de moda, pero yo los desoigo totalmente. Yo dialogo siempre con individuos y de acuerdo a lo que provean componemos una historia, al margen de lo que esté en el tapete. Cuando filmamos sobre los mapuches, fue hace tres años, la historia se escribió hace cinco, no estaba en el tapete como ahora. Yo tengo mi posicionamiento, pero no cuenta. Realmente no cuenta”.
Por otro lado, Campusano y su Cinebruto se ha convertido en un mecanismo de trabajo que nunca para. Como un Arlt que, como voyeur y sujeto activo de la realidad que cuenta, José retrata lo que ve, lo que pasa. Su tiempo para entrevistas es acotado, porque en el mismo día que estrena esta película me dice que está rodando otra y que debemos vernos en otro horario:
“Estoy con dos películas en 360, en la parte de post, acerca del gatillo fácil. Bolivia profunda, que es un documental; con Hombre de piel dura, que es una película que filmamos en enero y con Bajo mi piel morena para filmar en unos meses más”.