El cine chileno ha vivido momentos destacados en la última década, con películas que han gozado de reconocimiento del público y la crítica, como fue el caso de “Machuca” (Andres Wood, 2004), “La Nana” (Sebastián Silva, 2010), que fue nominada a los Globos de Oro, como mejor película extranjera, o “No” (Pablo Larraín, 2012), película que fue nominada al Oscar como mejor película extranjera, hecho inédito para el cine de Chile, por solo citar tres casos emblemáticos. Dentro de esta camada de creadores, Sebastián Lelio (1974), chileno nacido en Argentina, ha seguido un camino más alejado del cine comercial y se ha adentrado en historias que poseen como denominador común los problemas que se tejen al interior de los núcleos humanos, en especial, el de la familia. Así ocurrió con “La Sagrada Familia”, su primer largometraje, el cual levantó una relativa polémica en el medio local, por poseer algunas escenas de uso de drogas y de sexo explícito. “Gloria”, su cuarto largometraje, es sin duda, su film más maduro, y quizás su gran lanzamiento al conocimiento masivo de las multisalas, luego de recibir un sonado éxito en festivales internacionales, coronado con el Oso de Plata a la mejor actriz para su protagonista, Paulina García. Gloria, una mujer entrada en los cincuenta, se encuentra divorciada con dos hijos veinteañeros, tratando de rehacer su vida, visitando clubes de adultos mayores, en donde al son de música disco, cumbias, y éxitos latinos de los ochentas, baila y se embriaga sin culpa, mientras rotan por la pista de baile, y su cama, los hombres que va conociendo. Uno de ellos es Rodolfo, un tipo de 65 años, que se enamora de ella, y con el cual inicia una relación. Son dos personas que en el papel están separadas, y que comparten cosas en común. Pero claro, el pasado familiar es más presente en unos que en otros. Mientras Gloria lleva su divorcio con entereza y madurez, Rodolfo, vive pendiente de su teléfono, ante las llamadas permanentes de sus dos hijas adultas y su ex mujer, todas las cuales, viven aún a expensas de él. Es ahí en donde se desarrolla el grueso del hilo argumental. En los paralelos que se dan entre dos individuos, que viven este segundo tiempo en sus vidas de manera muy diferente. Ella, renunciando a lo que ya dejó, cultivó y produjo con satisfacción, y el otro, anclado a una mochila de piedras, que se niega a cortar el vínculo con los suyos. “Gloria”, es un film no sólo de género, sino de reivindicación del que vivió su vida y cumplió con lo que la sociedad espera de ella. Es una transcripción de matices observadas desde el balcón de lo subjetivo, ya que ella, Gloria, interpretada por la tremenda Paulina García, es un ser envolvente, por su fragilidad y su fuerza, por sus miedos y sus certezas, por sus gritos envueltos en canciones de Paloma San Basilio o Massiel, por sus ganas de golpear con paso seguro la carta blanca que le da la independencia de su propia familia. Acá no hay historias con finales sorprendentes o golpes de efecto, sino seres humanos disfrazados en ingenuidad queriendo descubrir cosas en esta nueva etapa, en cada canción, en cada nuevo rostro en frente.