Lo que distingue a un director de un autor cinematográfico, es ese sello de distinción que se encuentran en todas sus películas. Sin importar los guiones, hay algo que subyace, algo que da identificación y reconocimiento al espectador para encontrar la firma de su realizador. En las películas del director estadounidense Harmony Korine, aunque a cierto intelectualismo le moleste, sucede eso. Su obra se caracteriza por ser excéntrica y polémica, conformada por obras muy distintas. Película tras película, ese joven rebelde se fue convirtiendo en viejo y se dejó llevar por el arrastre de la ola sin anclarse en la nostalgia.
Korine se hizo conocido gracias a su trabajo como guionista del director Larry Clark en la película Kids de 1995. Pero lo que separa a estos dos directores independientes es su ímpetu frente al paso del tiempo. Toda la producción de Clark fue una derivación de su primer película; en cambio, Korine experimentó con ese espíritu para llevarlo a distintos abismos sin fronteras, consiguiendo películas más complejas y controversiales que las de su colega. Kids dejó de considerarse una película cruda cuando apareció Gummo (1997), la ópera prima como director de Korine.
Clark siempre enfatizó en las problemáticas de la adolescencia, las drogas, la violencia, el descontrol y esa falta de empatía con el mundo. Kids fue un hito para el cine independiente, narrando la rebeldía descentralizada en distintos personajes que chocan constantemente contra la realidad. Pero en la narrativa de Harmony Korine estos infiernos ya se desataron y ahora está todo apagado. Aparece esos personajes que ya sufrieron demasiado y ahora se encuentran esperanza en cambiar sus destinos para sobrevivir. Gummo se localiza en un pueblo que acaba de ser arrasado por un huracán. Casas destrozadas, árboles caídos y personas rodeadas de basura, hacen de este paraíso trash el escenario adecuado para contar la ciclotimia social de la marginalidad. Korine olvida las leyes y crea un universo donde reine el caos, y en este sentido Gummo puede parecer una película de ciencia ficción si se la caracteriza como una distopía post apocalíptica. Pero no lo es porque Gummo narra la crudeza del presente antes de que el mundo se extinga y hace pensar en que el desastre y la barbarie no es algo tan lejano.
Gummo es una película que conjuga lo grotesco con la incomodidad de lo que cegamos. Presenta una galería de personajes extraños que se la pasan buscando actividades para pasar el rato, desde andar matando gatos hasta encontrar con qué situación generar más repulsión. Es el mundo real, pero con cierto surrealismo social que encuentra lo poético en lo remoto. El chico con orejas de conejo que no se relaciona con nadie, mientras se la pasa vagando por ahí y se roba la película, es un enigma del cine contemporáneo. Gummo está plagada de detalles que resaltan el rechazo, con escenas que tientan al asco, como la del joven comiendo fideos en una bañera con agua verde mientras su madre lo baña; escenas que perturban la lógica, como la peleas de los hermanos en la cocina que cada vez se van más de mano; o esos dedos en el auto que descubren el inicio de lo que ahondará el hospital. El realismo de Gummo llega a veces hasta ser escalofriante, con una cámara ligera y esa pincelada de falso documental, logra la empatía necesaria para fastidiar a quien se siente a analizarla.
Dos años después, Harmony Korine se interesó en el movimiento cinematográfico llamado Dogma 95, que tenía sus raíces en Dinamarca y de voceros a Lars Von Trier y Thomas Vinterberg. Dogma 95 profesaba alejarse de todos los tecnicismos cinematográficos y someter a las películas a nuevas normas. Por ejemplo, la luz siempre debía ser artificial, las fuentes de luces permitidas eran con las que la escena contaba, veladores y ventanas. La cámara en mano era también una norma, junto con un poderoso énfasis en el guion. Dogma 95 proponía volver a la pureza del cine para narrar historias con lo justo y necesario. Todas las películas pertenecientes al movimiento tenían un certificado de autentificación, y Harmony Korine era de esas pocas personas no danesas que tenía una película certificada por el Dogma 95: Julien Donkey-Boy (1999), un film protagonizado por un esquizofrénico que hace lo imposible para adaptarse al mundo. Si el actor Ewen Bremner tenía el ojo puesto por su papel de Spud en Trainspotting, lo que hace con Julien es drásticamente alucinante. Julien Donkey-Boy es aún más trashera que Gummo, ya que juega el partido del Dogma 95 y lo combina con la crudeza que el director venía practicando.
Harmony Korine ha confesado su admiración por el director alemán Werner Herzog, y en particular por una película olvidada, la salvaje También los enanos empezaron pequeños (1970). Harmony recuerda que al ver esa película se le rompieron todos los esquemas del cine, nunca vio tanta libertad en tan bella anarquía. Para dejar sellada su admiración, invitó a participar a Herzog en dos de sus películas como actor. Primero fue el tío autoritario de Julien Donkey-Boy, que somete a su sobrino a malos tratos mientras conserva una actitud que roza lo absurdo. También participó en Mister Lonely (2007) como el cura que incita a un grupo de monjas a saltar por un avión sin paracaídas, y les asegura que el milagro del señor va a estar de su lado. Los planos de las monjas en el cielo contienen una poesía visual grandilocuente pocas veces vistas en su cine, y fue con Mister Lonely donde Harmony Korine empezó a vislumbrar otros intereses, buscar historias precisas con personajes más empáticos. Mister Lonely se centra en un imitador de Michael Jackson que, apenado por su vida en la ciudad, decide emigrar a la isla de imitadores donde Chaplin, Marilyn Monroe, los Tres Chiflados, el Papa, y otras figuras extravagantes lo reciben con los brazos abiertos. Mister Lonely va por la línea fina entre lo grotesco y lo emotivo, y te encierra una vez más en uno de esos universos que se escapan de lo real.
Luego de Mister Lonely, Korine sorprendió y horrorizó a toda la cinefilia con una película titulada Trash Humpers (2009). Inclasificable y polémica, Trash Humpers era todo lo que el cine de Hollywood aberraba desconcertando a la gran industria pero también al cine independiente. Trash Humpers abandona la buena calidad de imagen de su antecesora, y regresa con toda la rebeldía revolucionada en tiempo y forma. Describir la sinopsis de Trash Humpers es un acto absurdo, ya que la resolución de un conflicto es un paradigma del cine de entretenimientos. Trash Humpers es uno de los fragmentos del conflicto social, y se expresan con un lenguaje propio, rompiendo televisores y violando tachos de basuras. Lejos está de ser una película comercial, sino más bien de un experimento cinematográfico que pone en tela de juicio las buenas conductas que rigen nuestros actos. Es lo ilógico de viviendo a partir de reglas, es una celebración a la locura, una película anárquica que rompe todos los esquemas.
Luego de varios cortos estrafalarios, entre los que resalta Umshini Wam (2011) protagonizado por Die Antwoord como dos gángsters paralíticos que salen a causar estragos por la ciudad, Harmony Korine regresa a la pantalla grande con un largometraje que nadie imaginaba. Y es acá donde entra un paréntesis de historia del cine. En los años 60 la Nouvelle Vague era considerado un poderoso movimiento cinematográfico por su cuestionamiento frente al clásico. Jean-Luc Godard, referente del movimiento, hizo una película titulada El desprecio, protagonizada por Brigitte Bardot, estrella del cine francés, que los de la Nouvelle Vague rechazaban. Pero para Godard los espejismos del cine dentro del cine eran una cuestión política, y su intención era hacer una lectura de cómo funcionaba la industria. Godard resaltaba que esa estrella que participaba en su película, era la estrella del cine en realidad, y por ende, el cruel destino de la industria, una lectura de la ideología. En Spring Breakers (2012) se puede haber una lectura similar, ya que todas las estrellas de Disney y su función social como ejemplos de la sociedad son corrompidas por una película polémica. Eso da por resultado la incomodidad de varios padres que no saben cómo explicarle a sus hijas lo que sus ídolas estaban haciendo. Harmony Korine es consciente del poder real en el imaginario social que crea el cine y juega con eso hasta retorcer los clichés. Spring Breakers es tan desmesurada en lujos y estereotipos que hace dar cuenta que lo extraño no es una cuestión marginal.
Desde 2012 Harmony Korine se mantuvo en silencio hasta que regresó con su último largometraje, estrenado este año, titulado The Beach Bum (2019). Esta película continúa con la gama fosforescente y exacerbada de Spring Breakers, teniendo a Matthew McConaughey protagonizando a un poeta de la playa que vive de disfrutar su dinero y todos los placeres que puede conseguir hasta que se terminan. The Beach Bum no quedará marcada en la historia del cine como lo hicieron sus primeros films, pero continúa en la frecuencia de un director que celebra el sinsentido de la vida. Un cineasta que celebra el mal gusto en todos sus aspectos y apostando a una premisa que contrarresta el realismo del cine: un cine que profesa por las historias, pero nunca por las tramas. Historias que no parecen importarse por contarse progresivamente, sino encontrar en el azar de la vida, respuestas inconexas que desconciertan al espectador, sorprenden y ponen en shock. Un cine que se ríe del resto y hace una oda punk de su libertad, incluso dentro del sistema.