A lo largo de su larga trayectoria, los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne se han mantenido fieles a un estilo que fueron forjando película tras película. En su último trabajo, El joven Ahmed (2019), podemos encontrar numerosos puntos de comparación con su primer éxito titulado La promesa (1996), y lo mismo sucede con las producciones entre medio. Su cine porta un sello personal que vuelve indiscernible la línea fina que separa la ficción y el documental para hacer de su lenguaje audiovisual un método de denuncia. De principio a fin, la filmografía de estos hermanos está conformada por distintas acusaciones al presente y siempre con las mismas armas en una búsqueda reflexiva. Porque su cine intenta mover el piso para generar conciencia, pero de una manera singular, abordando temáticas de la infinitud de problemáticas sociales que complejizan el mundo. Los Dardenne conciben el cine como un puente directo a nuestra empatía para generar cuestionamientos políticos implícitos.
Con Rosetta (1999), lograron algo inaudito para una película, incluso más importante que haber ganado la Palma de Oro del Festival de Cannes (unos de los pocos directores en ganarla dos veces). Tras el impacto del film, consiguieron que se dicte una ley en Bélgica llamada “Ley Rosetta” en defensa de los derechos del trabajo juvenil. Rosetta cuenta la historia de una joven que lucha a dientes cerrados por conservar su empleo. La propuesta de los Dardenne es siempre minimalista, tomando fragmentos de una vida con una lectura universal. La potencia de su cine pasa por acercarse al asunto que nos interpela como sociedad pero sin exageraciones dramáticas ni artificios grandilocuentes, sino con una impronta realista y una carga activa de emotividad subyacente sin moralismos. La sutileza de sus ficciones es más directa y eficaz que un documental porque nos mete de lleno en carne propia de sus protagonistas, acercándonos a la intimidad de su desdicha cotidiana.
Con una cámara al hombro y una distancia ínfima a sus personajes, el cine de los Dardenne es un cine muy físico en relación al cuerpo. La cámara acosa al personaje siguiéndolo a sus espaldas constantemente. En la apertura de Rosetta es ella quien marca el corte cerrándole la puerta bruscamente a la cámara. En todas sus películas nos encontramos en este continuo seguimiento del protagonista sin jamás perder su punto de vista. Esto permite equiparar el balance de saberes entre el público y el personaje en una narrativa siempre en presente. Nunca un flashback, ni una voz en off, nada que rompa la diégesis del relato. Los Dardenne son austeros en su forma porque confían en la potestad de la pureza y el naturalismo del cine como un reflejo de la cruda realidad de la clase trabajadora.
Si bien su reconocimiento llegó con La promesa, los Dardenne empezaron a dirigir mucho tiempo antes. El tacto, la proximidad y la observación no fueron destellos innatos en sus ficciones sino el resultado de la acumulación de experiencia que estos hermanos alcanzaron detrás de la cámara con otro tipo de ejercicios audiovisuales y una mirada más analítica del objeto de estudio. Empezaron con una serie de documentales prácticamente inconseguibles en la actualidad que revelan su inclinación sociológica por hacer retratos del proletariado. Se criaron en Liège y Seraing, dos pueblos industriales de Valonia, y desde chicos absorbieron los fundamentos colectivos que desencadenaría la materia prima de su cine. Sus primeras aproximaciones a la ficción fueron con Falsch (1987) y Je pense à vous (1992), películas menores en su filmografía ya que son los primeros indicios de la marca autoral que consolidarán luego y quedaron un poco ahogadas en el olvido.
En sus películas tratan una amplia gama de problemáticas sociales de la Europa contemporánea. En La promesa, El silencio de Lorna (2008) y La chica sin nombre (2016), plantean la discusión en torno a los inmigrantes y su marginalidad. La frustración del desempleo se ve perfectamente desarrollada tanto en Rosetta como en Je pense à vous y Dos días y una noche (2014). La rotura de los lazos familiares aparece en El hijo (2002), El niño y El chico de la bicicleta (2011). Para su última película, El joven Ahmed, decidieron ahondar en un tema polémico como lo es el fanatismo islamita. Pero a los Dardenne no les interesan los panfletos partidarios ni los discursos estadistas. Su narrativa es sobria y no regala la información servida como si nada, para dejarle el lugar al espectador que suscite su carácter reflexivo y tome una posición del argumento luego de conocer de qué están hechos sus cimientos.
Pero si de algo no pecan los hermanos Dardenne es de dejar la afección de lado. En su filmografía encontramos una gran cantidad de momentos escalofriantes por su alcance emocional. El monólogo de Rosetta buscando esperanza en la repetición o la escena de su caída al agua nos encadena a un sentimentalismo férreo. Así también lo harán nuevamente con Émilie Dequenne con una pieza que funciona como una síntesis de su filosofía. El cortometraje Dans l’obscurite (2007) muestra cómo un joven se arrastra minuciosamente por los pasillos de una sala de cine para robar la billetera de una chica lagrimeando mientras ve una película. Los Dardenne saben que la potencia de su cine pasa por lo que no se dice. En El hijo mantienen una tensión aguda con algo que se da por sentado, en El niño prefieren ni nombrar la aberración cometida por su protagonista, y ¿no es una de las elipsis más desgarradoras del cine moderno la de El silencio de Lorna?
Los Dardenne fueron influenciados por distintas corrientes alejadas de los grandes estudios y la grandilocuencia del séptimo arte. Sus películas están enraizadas a la resistencia del Neorrealismo Italiano, a la libertad de la Nouvelle Vague francesa, a la marginalidad de Maurice Pialat y a la melancolía existencial del director polaco Krzysztof Kieslowski, por solo mencionar algunas referencias habituales. Los Dardenne son frecuentemente agrupados con el cineasta inglés Ken Loach como referentes del cine social europeo. Loach ha mantenido un compromiso insoslayable con las distintas luchas desde sus años en el Free Cinema hasta sus últimas películas como Yo, Daniel Blake (2016) y Sorry We Missed You (2019). Así los Dardenne se convirtieron en la inspiración de toda una generación de cineastas conscientes del lenguaje audiovisual como una catapulta de demandas al mundo actual.
Otra de las características primordiales en sus películas es el énfasis en la actuación. Se suele decir que en las películas de los Dardenne hay poco ensayo y ese es el motivo de su rasgo descarnado, pero es un error: los hermanos belgas son muy insistentes en practicar las escenas una y otra vez antes de filmar. Necesitan que su elenco actoral adquiera la interioridad de su personaje para conseguir interpretaciones con una destacable naturalidad. A la vez, en las películas de los Dardenne siempre aparecen los mismos nombres: Oliver Gourmet, Fabrizio Rongione, y su filmografía es como la experiencia Boyhood de Jérémi Rénier ya que lo vimos crecer película tras película. Dos días, una noche fue la única vez en que los Dardenne filmaron con una estrella como Marion Cotillard y el efecto provocó el mismo impacto.
La mayor crítica que se le hace a los Dardenne de los últimos años es que agotaron su recurso. Pero en donde algunas miradas ven un rasgo negativo, otras podemos ver prosperidad y excelencia. Su cine no tiene que demostrarle nada a nadie porque ser resistente a los ideales es una declaración de principios que no caducan. Su obra configura una cohesión especial en donde podemos imaginar una ciudad con todos los personajes de sus películas dando vueltas, un escenario que siempre tiene una historia para contar y no cesa la desolación. El cine de los Dardenne encuentra en su carácter humanista una manera de exhibir la poética de lo cotidiano.