Con este segundo volumen de Nymphomaniac, Lars von Trier finaliza su “Trilogía de la depresión”. Muchos de los supuestos con los que nos encontrábamos en el volumen I se van derribando para ocupar el espacio de la sorpresa; pero en otros aspectos no encontramos modificaciones: como lo es la actuación de Charlotte Gainsbourg que se mantiene increíble toda la película y se desdobla permanentemente en la Joe que cuenta la historia (que es la que experimenta transformaciones) y la Joe que está dentro de la historia relatada. Realmente podemos decir que este personaje es de lo más interesante de la cinta tanto por cómo está creado y por cómo está interpretado. Charlotte Gainsbourg consigue la permanente expresión de la dureza y la inmutabilidad; su rostro es imperturbable, su historia es contada con altivez y sin vergüenza, su carácter es una gillette afilada y su mirada contiene el vacío de la desidia. Por otro lado también entendemos la falta de energía erótica entre ella y su interlocutor cuando nos enteramos de la asexualidad de él. Entonces, tenemos una conversación de cuatro horas entre una ninfómana y un asexuado. Sí que le gustan los opuestos a von Trier… A la vez, entendemos que el lazo que se crea entre ambos es el único real en la historia, el único que no comprende la sexualidad. Así es que el armazón dialéctico y narrativo del film nos permite notar que no son el sexo o las escenas pornográficas lo central, sino la lógica del diálogo: la profundidad que comprende la conversación y el escuchar al otro en las relaciones humanas. Con esta premisa von Trier deposita en este film una suma barroca de temáticas y estéticas, donde convive todo de manera apabullante pero con maestría y arte. Tenemos episodios inverosímiles, pornografía, filtro burgués, intelectualidad declarada, excelente fotografía, miseria humana y un relato erótico que tiene como antecedentes el imaginario de Sade, Las mil y una noches, El Decamerón, entre otros. Nymphomaniac es un retrato de esas noches eternas que uno vive con un desconocido, poniendo sus entrañas sobre el tapete, tacita de té de por medio. Pero… parece que para nuestro director danés esto no bastó, ya que en el último tramo de la segunda parte del film todo empieza a decaer. Aparecen personajes dudosos y ambiguos, diálogos y escenas repetitivas que no parecen tener gran justificación. Rematando este decaimiento con un final decepcionante para varios, pero eso se los dejaré a su criterio. Nymphomaniac y particularmente el personaje de Joe son grandes celebraciones de la mujer moderna y de su potencial. Pero queda clarísimo que en la sociedad descripta no hay lugar para alguien como Joe, ella le escupe al mundo en la cara y éste le devuelve una cachetada. Ella va contra todas las convenciones del amor, contra lo que es espera de ella como madre, contra las imposiciones laborales y terapéuticas. Joe vive en los márgenes de una sociedad que la condena. El cuarto en el que se encuentra con Seligman (otro personaje que habita los márgenes de lo convencional) es el refugio, es el espacio que le permite contar su historia fuera de los límites de la moral. Y la función de Seligman parece ser encontrar una explicación a las palabras de la ninfómana. Estableciendo relaciones con la cultura, la historia y la religión, siendo éstas las que hacen cobrar sentido y profundidad filosófica al relato de Joe. Más allá de las elecciones que muchos consideramos fallidas, Nymphomaniac sigue en el provocador y rebelde estilo de este gran director contemporáneo que parece querer desafiar cada vez más y nos gusta porque lo hace con arte y complejidad.