Rosario Bléfari no solo dejó un imponente legado musical con su trayectoria junto a Suárez, Sue Mon Mont, Los Mundos Posibles y su carrera solista. La artista argentina tenía una sensibilidad única que se ramificó en diferentes medios, alcanzando a la literatura, la poesía, el teatro y el cine. Como la creadora transversal que era, participó en un puñado de películas que dejaron una huella única en el cine nacional. Su paso por el séptimo arte fue extenso e incluye piezas de lo más diversas que, lejos de responder a una lógica comercial, obtuvieron un lugar de culto con el paso del tiempo.
La historia de Bléfari como actriz comienza temprano, sus primeras apariciones fueron en las películas Pobre mariposa (1986), El color escondido (1988), Lo que vendrá (1988), Yo, la peor de todas (1990) y 1000 boomerangs (1995). Sin embargo, la obra con la que conquistó a gran parte del público cinéfilo fue Silvia Prieto (1999) de Martín Rejtman, con quien ya había trabajado en su debut actoral en el cortometraje Doli vuelve a casa (1986). Silvia Prieto se volvió una película sustancial del movimiento reconocido como “el nuevo cine argentino” que tuvo su auge en los 90 y principios de los 2000. La vuelta a la democracia trajo un giro rotundo en la manera de hacer películas, y aparecieron cineastas que buscaban representar a una sociedad que había sido callada por la censura del golpe militar de la década anterior.
En Silvia Prieto, Bléfari encarna a la protagonista homónima, una joven obsesionada con un pensamiento que le genera una profunda intranquilidad: ¿Qué harías si se aparece en tu vida otra persona con tu mismo nombre y apellido? Con esta breve premisa, Rejtman desarrolló una película con un minimalismo estilístico que decía mucho más de lo que aparentaba a simple vista. Silvia Prieto se desdobla como una comedia y una tragedia, porque lo que aparenta ser divertido por momentos transparenta una realidad inequívoca que personifica un tiempo de libre albedrío económico que terminaría mostrando sus consecuencias más extremas en la crisis de 2001. En el personaje de Bléfari podemos reconocer una conciencia de época como la que se tuvo durante el menemismo, que se desenvuelve de una forma tan aguda e ingeniosa que hay que ponerla en una mesa de disección para dar cuenta del nivel de transgresión que esconde. La voz en off de Prieto está presente durante gran parte de la historia, catalogando los objetos que forman parte de su día: café, pollo, uniformes, marcas, porro y hasta los nombres propios se convierten rápidamente en mercancías. La sociedad de consumo avanza sobre todo tipo de sentimientos y en Silvia Prieto las cosas pasan de mano en mano, como así también las personas.
“El colectivo se quedó en medio del tráfico debajo de un puente en donde estaba pasando el tren y yo aproveché para pedir tres deseos: que se muera Silvia Prieto; que se muera Silvia Prieto; que se muera Silvia Prieto.”
En 2013, Bléfari protagonizó Los dueños, película tucumana dirigida por Ezequiel Raduzky y Agustín Toscano, que a principio de este año volvió a aparecer en boca de quienes la comparaban con la premiada Parasite (2019) de Bong Joon-ho. Ambas obras comparten una trama muy similar: mientras sus propietarios no están, los trabajadores ocupan una casa y sueñan un simulacro de cambio de clases. Los dueños presenta una crítica social con sutileza y tonos de comedia, pero las pequeñas risas provocadas se quiebran inmediatamente tras la advertencia que suscita la historia. El debut de este dúo de directores no pasó desapercibido ya que estuvo presente en la Semana de la Crítica del Festival de Cannes. Para el regocijo de quienes llegaron al film por la actuación de Bléfari, sus directores se dieron el lujo de incluir en el guion una escena en la que su personaje toca un teclado, como un guiño que rebalsa su papel ficcional y fluye hacia su personalidad musical.
Después de Los dueños, sus directores encararon proyectos en solitario, pero uno de ellos, Ezequiel Raduzky, no dejó escapar a Rosario y la convirtió nuevamente en la protagonista de su segunda película: Planta permanente (2019). Esta es en cierto modo una película póstuma de Bléfari, ya que si bien tuvo su estreno en el último Festival de Mar del Plata, se espera su estreno comercial para octubre de este año. El film cuenta la historia de Marcela, una empleada de mantenimiento de un edificio gubernamental que debe soportar el recambio de autoridades y todo lo que eso conlleva: una jefa nueva con sus reglas que vienen a instaurar otro movimiento del espacio y el miedo constante del reemplazo laboral. Planta permanente ubica una vez más a Bléfari en un tipo de cine que se sirve de elementos de la comedia para generar una discusión política, ya que lo que se pone en juego es la contingencia indiscernible de la burocracia y su hincapié en el absurdo, como una moneda girando en el aire con una cara en el humor y otra en la desgracia. En esta película, Bléfari actúa junto a su hija Nina Vera Suárez, a quien conocimos en el videoclip de la canción de El Mató a un Policía Motorizado, “El perro”.
Lo político y lo personal se articulan también en La idea de un lago (2016), película de la cineasta argentina Milagros Mumenthaler que trabaja sobre la reconstrucción de la memoria de un desaparecido de la dictadura en un relato melancólico y nostálgico. Inés, una fotógrafa interpretada por Malena Moiron, está preparando un libro e intenta completar la imagen de aquella ausencia con retazos de ensoñaciones que le permitirán escarbar en lo inaudito de su enigmático pasado, mientras se enfrenta a la negación de su madre, interpretada por Bléfari, una mujer que decidió aferrarse al dolor y enfrentar su destino desdichado. La idea de un lago es una obra que representa a la generación de los hijos del golpe militar, como así también lo hacen Los rubios (2003) de Albertina Carri y la literatura de Félix Bruzzone. Es una historia que se construye a partir de lo no dicho y lo fragmentado en una búsqueda desesperante por la identidad. Pero en relación a la ausencia, quizás una de las participaciones más extrañas de la carrera de Bléfari como actriz fue la que hizo en Adiós entusiasmo (2017), en donde solo se exhibe su voz, ya que su personaje se encuentra encerrado en una de las habitaciones sin la más mínima intención de mostrarse físicamente. El film de Vladimir Durán es una propuesta singular y experimental que se aleja de lo convencional y abraza los riesgos narrativos.
Antes de estos films, en 2011 se estrenaron dos obras que contaron con la actuación de Bléfari: Un mundo misterioso (2011) de Rodrigo Moreno, y Verano (2011), del director chileno José Luis Torres Leiva. Luego del éxito de El custodio (2006), Moreno realizó una película que se concentra en los detalles y evita todo tipo de lugares comunes. Tras la ruptura de una relación, el protagonista se propone salir a conocer otras mujeres para no caer en el dolor fruto de la separación. Una de estas es interpretada por Bléfari, una joven solitaria que dota al film de un existencialismo inocuo que precede cualquier modo argumentativo. La película estuvo nominada al Oso de Oro del Festival de Berlín 2011 y al Cóndor de Plata 2012 de la Asociación Argentina de Críticos de Cine. Por su parte, Verano se construye con las diferentes anécdotas de sus personajes y su reflexión sobre cómo el paso del tiempo deja sus marcas imborrables a pesar del calor de la estación que derrite todo a su alrededor.
Lejos de la ficción, hay dos documentales que no podemos dejar de lado en esta retrospectiva: los trabajos de Fernando Blanco sobre Suárez, Entre dos luces (2015) y Cien caminos (2017). El músico y director se encargó de recopilar filmaciones hechas por los integrantes para darles un eje conductor que nos muestra todo lo que significó la banda para la escena independiente. Así vemos fragmentos de sus recitales y momentos cotidianos que llenan de dulzura el relato, con un ojo que ordena el montaje para que el caótico mundo de Suárez se sienta llevadero. En la segunda parte transcurre una elipsis muy emocionante con imágenes de los shows que dieron en el Konex y en el Festival de Mar del Plata, donde tocaron en la presentación de la primera parte del documental. Un fundido a negro representa la distancia temporal que nos muestra a la banda más avejentada físicamente pero con la luz irradiante de siempre.
Rosario Bléfari quedó impregnada en un montón de fotogramas de películas a las que podemos acudir para recuperar su sonrisa una y otra vez, ya que la magia del cine pasa por, de alguna manera, de ganarle a la muerte y hacer que los instantes se vuelvan eternos.