Aislados en un spa situado en los Alpes, dos amigos viven su vejez en una especie de espera de la muerte. Un director de cine buscando hacer su última gran película importante (Harvey Keitel) y un director de orquesta retirado que se niega a volver a la música (Michael Caine), conversan sobre el pasado, debaten el presente (que poco tiene de importante), sobre un futuro bastante marcado. Ponen en perspectiva lo que han hecho en su vida, los engaños, la crianza de sus hijos, sus profesiones, etc. Las reflexiones y confesiones que llegan con la edad y la cercanía a la muerte, se despliegan en un ambiente onírico cargado de melancolía. Los lazos, los recuerdos, las pasiones toman una dimensión supraterrenal donde el resto parece no importar. Mientras tanto comparten este lujoso hotel con otras celebridades: un actor de Hollywood ensimismado, en el proceso de creación de un personaje, en una actitud de constante aprendizaje y admiración hacia los dos viejos; un ex jugador de futbol, que desde el minuto uno nos recuerda a Diego Maradona, tanto físicamente como por algunos guiños que nos arroja la historia. El realizador, oriundo de Nápoles, se ha declarado gran fan de “El diez”, a quien le dedicó (nombrado entre otros grandes) el Oscar a mejor película extranjera por La grande bellezza (2013). Por su parte, los dos personajes principales se demuestran completamente involucrados en el papel, con una sensibilidad única y una interpretación impecable. Una de las cualidades más interesantes del film y del cine de Sorrentino en general, es el destacado trabajo de arte, fotografía y estética. Con fuertes influencias de Fellini, que resaltan el factor onírico y surrealista, si se quiere, sumado a una simetría extrema que recuerda a la suma perfección de Kubrick. Youth es un deleite visual a cada minuto. Ayuda también el imponente paisaje donde tiene lugar la peripecia: la extrema belleza de los Alpes, el fascinante verdor de los campos combinado con el inmaculado cielo. Es tan perfecto todo, que por momentos parece que no estuvieran en la Tierra, sino que hubieran ascendido a un espacio celestial donde se desata el perdón, se caen las caretas y ambos personajes se encuentran consigo mismos y el resto deja de importar.
