Además de abastecer nuestros goces neuróticos diurnos y nocturnos, la queja moviliza historias, tracciona emociones intempestivas, convoca a la risa. Así sucede en la obra seriada Cabrón, donde Alan Dimaro elige mascar bronca y convertirla en comicidad. Aunque el mapa afectivo que plantea esta historieta autobiográfica abunda en iras, puteadas y lamentos; también depara momentos de una fragilidad cuya vecindad podría ser la ternura. Como aquel instante en que, extasiado frente a la vidriera de una comiquería, el historietista describe el árbol genealógico que impulsó su arrojo en el mundo del dibujo, para concluir: “mi abuela estaría muy feliz”. Cabrón es un anecdotario signado por pequeñas incidencias cotidianas que pueden involucrar desde detalles minúsculos a cuestiones más significativas. Lidiar con el infierno de las imprentas en su proeza autogestiva, saberse primerizo en el camino a la paternidad, afrontar el naufragio vocacional en pleno dilema existencial que traen los 30, el pánico a volar en avión por primera vez. Ese es el abanico de vivencias que se despliegan en la serie autobiográfica construida por Alan Dimaro, un muchacho colérico que no le teme a la desnudez de sus rabietas.
Cabrón, que ya va por su tercer número, surgió en 2010 como respuesta ante un primer tropezón emocional. “Venía de publicar un libro que fue un fracaso comercial (Sr. Valdemar 2, historietas de terror, adaptaciones de cuentos de Poe y Quiroga). Me había esmerado un montón en hacerlo, tanto que le había perdido el gusto a dibujar, estaba en busca de la perfección y me di cuenta que no existe tal cosa (y si existiese tampoco la conseguiría). Entonces desestructuré mi cabeza y de un modo mucho más relajado y despreocupado nacieron las primeras viñetas de Cabrón. Volví a disfrutar de sentarme en mi mesa frente a la hoja en blanco y agarrar los rotring. Haciendo esta historieta me divierto. Y por qué no, se hace catarsis también” explica Dimaro, quien decidió plasmar en primera persona su trabajo viñetístico en un formato que concibe a la pagina autoconclusiva -donde se suman historias capa por capa que van nutriendo el volumen- como una manera de imprimirle un ritmo bien acelerado a la lectura. Una narración que marcha tan precipitada como los breves chispazos de crisis cotidiana que va experimentando su autor. “Hacía tiempo quería darle ese carácter autobiográfico a un comic, contar cosas que me iban pasando o me habían pasado. Luego de comprar un par de libros autobiográficos en calle Corrientes, que me sirvieron de inspiración, terminé de cerrar la idea sobre lo que quería hacer desde ese momento en adelante. El título de la historieta surge un año después de estar publicándose, al principio era sólo Alan historieta autobiográfica, y cuando vi que lo que caracterizaba a mi personaje era su personalidad irascible (y ahí me di cuenta que tengo pocas pulgas) salió la palabra mágica: Cabrón”.
¿Tenías como referencia a ciertos artistas en el proceso creativo de Cabrón? ¿Cuáles son los historietistas que determinaron tu trabajo en general?
Disfruto mucho del trabajo de varios artistas, algunos muy diferentes entre sí. Como referentes en Cabrón podemos mencionar a Robert Crumb y Peter Bagge. También disfruto mucho de las historietas de Frank Miller, Keith Giffen y J. M. DeMatteis, John Byrne, Akira Toriyama, Hugo Pratt, Oesterheld, Solano López, Alberto Breccia, Kevin Eastman y Peter Laird, aunque no necesariamente sean referencia en Cabrón. Y por supuesto, la historieta local contemporánea e independiente, de colegas amigos. De hecho, es la historieta que más consumo hoy en día.
En cada pie de página, nombrás el disco que podría haber sonado como telón de fondo de las situaciones que se describen en las viñetas. ¿Cuánto influye el rock en tu manera de encarar el trabajo?
Lo de citar discos al pie de página no fue una invención mía. Lo vi en el libro La divina Oquedad de Rodrigo Terranova y me pareció una idea muy piola que empecé a aplicar desde el capítulo 1 de Cabrón. La música es una parte importante de mi vida, no pasa un solo día sin que escuche un disco. Citar la música que sonaba mientras dibujaba tal o cual capítulo, es mi modo de contextualizar al lector en el momento de la creación, creando un vínculo más cercano entre autor y lector. La historieta es autobiográfica, qué mejor que saber cómo estaba musicalizado el momento de creación del capítulo, qué le pasaba al autor/personaje no sólo en las viñetas, sino también en la cabeza mientras dibujaba eso que estamos leyendo luego. Además, la música es un link conector entre la gente que tiene que conocerse. Gracias a Cabrón y a la música conocí a la mayoría de mis amigos.