Bastien Vivès pasó de ser la joven promesa del comic francés a convertirse en uno de los autores más festejados del globo. Encargado de retratar la sensibilidad de una época desde motivos temáticos recurrentes, se lo conoce por hacer foco en historias mínimas, y sobre todo por ser particularmente agudo a la hora de describir ese momento bisagra de nuestras vidas que llamamos preadolescencia.
Sobre Bastien Vivès se dicen muchas cosas. Que es una de las figuras más sobresalientes del noveno arte en el país galo gracias a su versatilidad para abordar diversos temas y a su inagotable capacidad de trabajo. Que produjo una saga de humor cínico y mordaz -no tan conocida pero igual de valiosa- en la serie que va de Videojuegos (2012) a La blogosfera (2014). Que es un destacado cronista de la vida contemporánea, sobre todo cuando nos invita a revisar desamores, vínculos familiares y relaciones maestro-alumno. Que su trazo no es para nada académico: más bien parece desprolijo pero expresivo al máximo. Que el desarrollo de argumentos intimistas le sirve para procesar tramas de índole colectiva. Este no es un repaso exhaustivo por toda su obra sino una puerta de entrada a partir de un puñado de novelas gráficas sobresalientes que no deberíamos perdernos.
El nombre de Bastien Vivès empezó a sonar fuerte en 2009 cuando fue reconocido con el Premio Essentiel Révélation en el Festival de Anguleme por su novela gráfica El gusto del cloro. Describir el plot argumental de este comic no nos llevaría más que unas líneas. Un chico con problemas de espalda, un quiropráctico que le indica practicar natación, el enamoramiento inesperado con una compañera de pileta. Pero las obras de Vivès desbordan las sinopsis (toda obra de arte debería hacerlo). La historia transcurre casi en su totalidad en una piscina donde nuestro protagonista aprende algunos trucos de nado gracias a su nueva amiga. Conexión, unos pocos diálogos filosóficos mientras los cuerpos fluyen en el agua. ¿Cómo hacer que una acción monótona como la que nos muestra Vivès -ir todos los miércoles a recuperar la salud de su espalda- no produzca hastío? Por una verdadera habilidad del encuadre: combinaciones constantes de perspectivas en cada escena, exploración de ritmos a partir de recombinar cuadritos en cada situación. En esa dinámica, las pausas y los silencios cuentan mucho más que las palabras. Al no abusar de los diálogos, el autor deja que el ritmo narrativo se cargue casi íntegramente en los dibujos y la emocionalidad de los personajes se despliegue de manera tenue y sutil, a partir de un trazo que es suelto y preciso al mismo tiempo.
El siguiente paso consagratorio lo daría en 2011 con su obra Polina (que tiene su versión cinematográfica) donde acompañamos la trayectoria de una niña en una escuela de ballet, y nos enteramos de su relación -más bien complicada- con su maestro en un ambiente de competencia feroz. Pese a esto, Vivès elige no regodearse con la conocida representación del universo de la danza como ámbito signado meramente por frustraciones, por arduos entrenamientos, o por la híperexigencia en la modelación del cuerpo. Elige narrar con sutileza los cambios que debe afrontar Polina, en un arco que va del aprendizaje de la danza clásica -en un camino repleto de amistades, amores, pasiones- a la elección de la danza contemporánea como modo de expresión.
Vivès tiene especial predilección por retratar historias de mujeres con mucha potencia, que irrumpen en la escena y transforman al resto de los personajes, haciendo que se develen capas de su realidad que parecían insospechadas. “Siempre he dibujado a las mujeres con la mirada de un niño. Mis personajes se construyen a partir de memorias y guardan semejanza con las mujeres que conozco, pero al final viven por sí mismos, y esa es la parte que más me gusta de mi trabajo” dijo alguna vez el autor en una entrevista con Agencia Efe.
Recientemente editado en argentina por Hotel de las Ideas, Una Hermana (2017) es un coming of age que cuenta la historia de Antoine, un chico de trece años que va a pasar sus vacaciones en una playa del sur de Francia con su familia. Inesperadamente -en cierto modo- una amiga de sus padres y su hija (Hélene) terminan pasando el verano junto a ellos. La presencia de su nueva “hermana adoptiva” trae a la vida de Antonine varios develamientos. A lo largo del relato irá descubriendo qué es enamorarse, qué es el deseo sexual. Y esto Bastien Vivès lo delinea con una delicadeza que sabemos agradecer: una capacidad para narrar situaciones de sexo explícito sin ser grotesco, para eludir la vulgaridad, para ser osado sin dejar de figurar el pudor infantil. Y eso se logra tanto desde la forma de estructurar la información como en el estilo de dibujo con su combinación de blancos, negros y grises. Incluso en los cuadritos donde decide despojar de detalles a los protagonistas, de representar a partir de una incompletud de la figura humana, las secuencias logran una potente emotividad, un erotismo de una sutileza a la que no estamos acostumbrados.
No sabemos si -como el furor marketinero y mediático parece sostener- Bastien Vivès es la única y solitaria estrella del comic franco-belga. Pero sí sabemos que es un autor notable cuya obra merece ser visitada.