En estos perfiles pretendemos hacer un recorrido por la obra de un autor para forjar una mirada crítica de ella en conjunto que permita conocerla mejor. Esta mirada global sobre un quehacer artístico es en algunos casos, como en este, más cara a la percepción de las obras que en otros. No se trata de que cada historieta no posea un valor independiente, que no sean disfrutables y comprensibles por sí mismas, sino de que la puesta en contexto dentro de una serie, la trayectoria que traza una búsqueda o evolución estética a través de cada parada que realiza, habilita un disfrute aún mayor. Es posible que esto suceda porque a Federico Ferro le preocupa que ese recorrido sea notable, hay una continua reflexión sobre los rumbos y las decisiones autorales y editoriales. ¿Cómo es que sé esto más allá de las evidentes marcas que relacionan los libros? Si esta nota tiene algo de especial es que estuve en los talleres de Panxa Comics conversando un buen rato con el historietista sobre su propia obra y también sobre mis ideas al respecto, dándole la oportunidad de contrastarlas. No es el plan de esta sección hacer entrevistas, pero siempre es grato saber lo que el artista considera. De modo que cuando se le atribuye una afirmación es porque él me lo expresó así. Cabe aclarar también que, si bien se trata de hacer el perfil de una persona solo en tanto autor de historietas, en este caso la labor de editor e imprentero están íntimamente relacionadas con la primera, al punto de que no se pueden escindir. De hecho, así nace Panxa, ante el pedido de colaboración técnica de unos colegas a Ferro que (junto con su pareja, Daniela Ruggieri) tenía conocimientos para cortar y encuadernar libros, surge entonces como taller y sello editorial. La intención inicial era publicar un libro de zombis que nunca salió. ¡Cómo han cambiado las cosas desde entonces! Hoy se la reconoce (desde hace ya varios años) como una de las editoras más atrevidas e innovadoras. Su particularidad reside, sobre todo, en el cuidado del libro como objeto, en la materialidad de la obra. Ferro y Ruggieri (quienes direccionaron el proyecto todos estos años) consideran que “el continente es tan importante como el contenido.” O, dicho de otra forma, que las cualidades del soporte son un factor artístico a tener en cuenta y a incluir como parte del discurso.
Dos de sus obras iniciales (junto con Las Aventuras del señor Nada) son Catálogo de Dioses y Acerca de reyes y tiranos, las cuales voy a comentar juntas porque tienen características comunes. Ambos libros consisten en una caricatura a toda página de un dios inútil o un rey despreciable respectivamente y un texto que lo completa en la página siguiente. Son una sátira del poder, más sutil en el primero y no tanto en el segundo, que termina con un lúcido manifiesto: “(…) podríamos hablar de una buena cantidad de sangre vertida sin consentimiento previo. Siendo generosos podríamos señalar la conexión de los reyes con esa pérdida de sangre, por no decir, tal vez bajo los síntomas de una gripe fatal, que los reyes fueron casi exclusivamente los causantes de aceitar el engranaje que hace funcionar la maquina tritura cráneos de la humanidad (…)” ¡Qué gran verdad! A veces cuando veo a gente que se presenta como sensata, adalides del sentido común en televisión diciendo cosas como “todos somos responsables de la pobreza y la violencia, bla, bla…” ¿Todos? ¿En serio? ¿No son los pocos hijos de puta que nos gobiernan desde siempre sino todos nosotros que pagamos impuestos y viajamos apretados en el tren? En estos libros se ve desfilar a Ürveda, el dios que siempre sonríe, quien “sonríe a causa de una maldición. Es el Dios más triste del cosmos. Los demás Dioses lo evitan porque vive quejándose”; a Carlota II, La Extensa, reina que “(…) De vieja descubrió el perfil preciso del mal y lo usó como práctica para conspirar sutilmente”; o Angeluoppo III, el casi bueno, rey que “(…) Intentó incluso casi respetar a sus súbditos. Casi diezmó la población de su reino un tanto por voluntad y otro tanto por error”; y muchos más. Comienza con dioses, avanza sobre reyes y podría continuar con banqueros, empresarios y presidentes (tal vez lo haga y se edite todo junto, sería de gran coherencia). En estos textos Ferro se revela como un gran escritor, un habilidoso de la palabra. Con sus impostaciones de relato histórico, esos nombres que aluden a imprecisas culturas, mapas imaginarios y cierta poética relacionada con la elegancia de la frase, es como una versión humorística de Neil Gaiman. En cuanto al aspecto visual, las caricaturas de los poderosos combinan el cartoon del siglo XXI con el cubismo y unas tramas decorativas que recuerdan un poco, al menos por su disposición, a algunos motivos de etnias no occidentales (como las alfombras navajo). El resultado es que se ven como unos ídolos lisérgicos.
Las aventuras del señor nada y Nada nuevo. Las aventuras del señor nada vol. II, son las dos primeras apariciones en libro de este extraño personaje (anti-personaje lo llama el creador) e integran lo que se puede considerar una primera etapa volcada de lleno al humor. Un humor raro, eso sí, que oscila entre el metalenguaje y la metafísica. El señor nada es una silueta antropomorfa blanca, aparece siempre como sentado a un escritorio, de frente, pero en varias ocasiones puede verse que en realidad no tiene piernas. Lo único que tiene es boca, con unos dientes guarros que son una intencional patada en los huevos en el ambiente abstracto general. Detrás, en los fondos, otra vez, unas tramas manuales muy locas y variadas, que suelen estar organizadas creando una figura helicoidal (cuando no forman algo como un tapiz) son las que aportan el clima mencionado. También los diálogos, claro, ya que el señor nada le habla al lector, conversa con una voz en off o interactúa (unas pocas veces) con raros personajes. No es que los libros sean iguales, las tramas manuales se atenúan un poco, mientras que la extensión de las historias crece hasta varias páginas y el aspecto metalingüístico aumenta. En las primeras “aventuras” el humor surge de la reflexión que el personaje hace sobre sí mismo como personaje vacío (sin acción, sin cara, sin peripecias), por un lado, y como representación del concepto de la nada, por otro. En ese sentido, el humor es metatextual siempre, pero primero de un modo suave, por decirlo de algún modo. Luego, la utilización de las viñetas en el gag, los brazos que atraviesan de un cuadro a otro, la posición de la voz en off y muchos ejemplos más enfatizan este rasgo hasta volverlo el distintivo de la serie. El sesgo filosófico no desaparece, es probable que resulte inherente a la propuesta. Al contrario, se va acentuando hasta que en la última historia del segundo libro el Señor Nada asiste a un congreso de metafísica en Alemania. Esta es la historia más extensa del personaje y cualquiera que le interese un poquito la filosofía se va a partir de la risa. Es, además, una de las dos incursiones del autor en el terreno de una narrativa casi convencional (que no lo es tanto en verdad).
Entre los dos primeros libros del Señor Nada aparece En un lugar privilegiado, una suerte de novela gráfica, aunque bastante rara. Es la obra con una mayor intención narrativa que hasta el momento produjo el autor y la única con la que tiene ciertos reparos con el resultado, algo no lo dejó del todo conforme. Pero al momento de reeditarlo no la modificó, porque, según me comentó, quería que se notara la transición que significaba dentro de su carrera. También se justificó aludiendo a un respeto por los lectores que ya se habían apropiado de la historieta tal cual como está, personas (entre las que me cuento) para las cuales todas sus cualidades ya eran significantes. Sabio es el artista que no ignora que la obra publicada pertenece al mundo. En un lugar privilegiado trata sobre una chica del interior que se viene a vivir a la gran ciudad para estudiar y los conflictos que eso conlleva: el paso del tiempo, la soledad, el temor a la calle y al afuera en general. Estos temas que podrían ser abordados desde una estética costumbrista o realista son tratados de una forma bastante abstracta, algo conceptual. Es una historia con unos textos mínimos, con secuencias de viñetas que le dan un gran protagonismo al blanco de la página, con escenas que parecen simbólicas antes que literales y que transitan entre la realidad ficcional y la mente de la protagonista. Los personajes de la calle se muestran como locos desencajados que repiten onomatopeyas sin sentido, una llamada telefónica o un pasillo vacío se transforman en elementos tensionantes y todo el espesor dramático que no aportan las palabras ni las acciones se vehiculiza mediante las tramas manuales. Aquellas tramas ya presentes en los libros previos en esta obra alcanzan el paroxismo. Lo llenan todo, los espacios ficcionales, los textos y los espacios extra-diegéticos también. La profundidad de las afecciones anímicas que sufre la chica, los peligros de la urbe y la complejidad de sus relaciones, todo está plasmado en demenciales texturas que integran el tejido interno de la ciudad, de los escenarios y de los personajes, como motivos decorativos que por acumulación consiguen representar la complejidad expresiva que la composición literaria evita.
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Toda labor editorial debe equilibrar un costado artístico y otro comercial, aunque mirando la forma en que trabaja Panxa Comics, pareciera que lo único que les preocupa es el arte. Ferro me cuenta que en la medida que se relativizó la importancia del aspecto comercial (abandonando los canales de distribución habituales, por ejemplo) es que se pudo enfatizar el carácter experimental de las ediciones. Proceso que se da paralelo a una búsqueda estética del autor cada vez más abstracta y formalista que es mejor canalizada de esta nueva manera. La colección de mini-libros o libros de juguete (su nombre oficial) son el primer gesto editorial claro en esa dirección. Se trata de unos libritos de no más de 9cm de alto, encuadernados en cartoné, con lomo plano y cientos de páginas. Es una colección que lleva 18 ejemplares y en la que han participado grandes artistas consagrados y emergentes del medio local, entre ellos, Iván Riskin, Nicolás Mealla, Muriel Frega y Juani Navarro. Estos libritos son una delicia y una adicción, producen una fascinación fetichista similar a la que los juguetes y muñequitos producen sobre los niños. Pero su efecto lúdico no debe llevar al error: para nada son obras menores. Son extensos, cargados de información, se tardan en leer y muchos de los artistas que participan en ellos les han dado lo mejor de su talento.
Ploc es el título que inaugura la serie. No lo dice en ninguna parte, pero es a todas vistas un libro del Señor Nada. Aparece como siempre de frente al lector en su “mostrador”, pero en esta ocasión ya no habla. La grilla fija de cuatro viñetas pone el acento en la secuencia tomando a la página como unidad significante principal. Las tramas están presentes, pero también aparecen los negros y blancos plenos. Las cosas que le pasan al personaje están más que nunca relacionadas a la forma, de su cabeza, de su cuerpo, su cantidad o posición. Todo es una variación de ocurrencias gráficas con el personaje de siempre pero vaciado de retórica. Hay caricaturas muy grotescas, sin embargo, el peso del elemento humorístico es mucho menor que antes. Sobre todo, aparecen las figuras abstractas, franjas y caminos que atraviesan los cuadros, etc. Todo lo que se puede ver en Cuatro en estado puro ya se observa en este librito. Ploc es un punto de inflexión en el recorrido del Señor Nada y en la obra del autor en general. Es el punto en el que las estéticas del pasado se insertan en el presente expresivo de Ferro.
Llegamos entonces a la última entrega del Señor Nada hasta el momento, titulada Los caminos del Señor Nada. Es un precioso libro tamaño nóvela (holgado) con tapa cartoné y sobre cubierta. La gran sorpresa es que el personaje insignia de la editorial ahora no solo tiene piernas, sino que no para de caminar por siempre mutables senderos. Ya no hay palabras, ni humor explícito, ni tramas manuales o de ningún tipo, solo la silueta del anti-personaje caminando sobre el fondo negro. Otra vez, la unidad significante enfatizada es la página ya que en cada una se explora, en una pequeña secuencia, una posible variante morfológica del camino y de la relación entre los transeúntes y este. Aunque la variación se propone abiertamente como método de construcción de la secuencia es necesario poner el formalismo de toda la obra en perspectiva. Los sentidos impregnan cada nueva ocurrencia gráfica, en este caso, sentidos que remiten a un universo de ideas del orden social, cultural y político de manera más directa que a otros sentidos más heterodoxos que no dejan de estar presentes. El señor nada, como siempre blanco, se alinea en una fila de tipos a rayitas y lunares y al hacerlo él se raya también; cuatro sujetos transitan caminos en dirección a un punto común que es la cabeza de otro; muchas cabezas se juntan formando el camino por sobre el que otro anda; etc. Todos estos ejemplos y muchos otros dan la pauta de lectura. En este caso la forma tiene una gruesa dimensión conceptual.
Hay dos fanzines que son obras periféricas a la anterior. Otros caminos es un diminuto pliego de 8 páginas que no tiene más de 7cm de alto y que delata la obsesión del autor con los formatos pequeños. Lo que hay dentro son nuevos caminos, pero ahora en grilla fija de cuatro viñetas. Tal vez un poco más suelto y juguetón, menos serio. Luego hay otro zine de 8 páginas, bastante más grande, que tiene un título en idioma desconocido. Es una versión alienígena de Los caminos del Señor Nada en que las figuras antropomorfas son remplazadas por figuras geométricas con boca y piernas que en algunos casos hablan en un idioma extraño exhibiendo esos dientes altisonantes que no aparecían desde los primeros libros del autor. Estos seres son de formas cada vez más raras y la acción se torna bizarra en comparación a Los caminos…, pero conserva una base en común. Otra característica notable de esta obra es el color, tiene un bitono diferente en cada página y es la única obra de Ferro que sale del blanco y negro.
Por último, Cuatro, que representa toda una declaración de intenciones. Es, al parecer, la inclinación definitiva hacia el experimentalismo editorial. Ferro lo concibe como a mitad de camino entre un libro de artista (categoría tomada de las artes plásticas) y un libro objeto (con los libros infantiles como modelo, que son los que mejor supieron explotar las posibilidades materiales del dispositivo). Está cocido a mano, tiene un formato cuadrado y una tapa rústica calada artesanalmente. De hecho, hay seis páginas caladas artesanalmente dispuestas entre las 60 que conforman el volumen. Todas las páginas tienen 4 viñetas y ninguna es figurativa, de modo que al superponer las páginas caladas sobre la anterior o posterior se logran nuevos dibujos. Seis de estas páginas equivalen a la construcción de doce secuencias y composiciones nuevas que se les suman a las 60 impresas. Esto sí es formalismo puro. Cabe destacar que, dado que solo hay blanco y negro totales y las figuras son sencillas, se trata de una experimentación de la forma en la secuencia más que de la plástica del grafismo en sí. Así queda trazado el arco que va desde aquellos libros centrados en la ilustración de gran tamaño, repletos de tramas y dibujos cubistas, hasta este por completo abstracto y volcado de lleno a la exploración secuencial, que, dice el historietista/editor, expresa de modo transparente su actual propuesta artística.
La pureza de las intenciones de Panxa y de Federico Ferro son admirables por sus convicciones estéticas y por lo barato de sus precios, pero yo me pregunto ¿hasta dónde podría llegar el experimentalismo editorial si fuera más rentable? ¿Qué nuevas locuras podrían afectar al soporte libro como expresión artística si un original pudiera cotizar a precios parecidos a los del arte contemporáneo? ¿Serán los legitimadores del arte capaces de valorar piezas conceptuales susceptibles de ser reproducidas? ¿Esto sería conveniente o necesario para la historieta o tal vez al contrario? Son preguntas que plantea una obra que busca crear su propio nicho, abrir un espacio en la cultura a fuerza de ser fiel a su impulso creativo.