“Veo esa sangre en la pared/
Y no veo mi ser, algo va a caer”
Charly García – “Víctima”
En julio de 2018, la editorial Barro sorprendió a propios y ajenos con Génesis, una colección de prozines (publicaciones con espíritu fanzinero, pero con un alza en su calidad: mejor papel, mejor impresión) pensada para generar un espacio de artistas nóveles. El puntapié lo dio alguien que venía de una militancia fanzinera y que ese año publicó dos historietas tan distintas entre sí como llamativas: la porno-rom-com Si mojás me enciendo (publicada por La Pinta) y La sombra del altiplano, aquella que encendió el fuego en Barro. Quien hizo ambos zines fue Sukermercado.
La sombra del altiplano es breve pero concisa. Le lleva 40 páginas presentar a una heroína y su misión: rescatar a una chica secuestrada en situación de trata de blancas. Sin demasiada profundidad en algunos “por qués” (no tiene necesidad de hacerlo, tampoco), la historia comienza y termina sin fisura alguna, con una cantidad pequeña pero suficiente de elementos sobrenaturales y listo. Solo eso necesitaba para ser un debut por demás promisorio. Pero esto no alcanzó, no era suficiente. El adelanto fue en marzo del 2022 gracias a Webcomic Mutante, un sitio web que también alberga artistas jóvenes y debutantes. Un espacio ideal para que Sukermercado le arme un background mayor a La sombra del altiplano, pero dicha aparición cibernética no era lo único: en agosto del mismo año, aquel que acaba de terminar, íbamos a presenciar la forma final de esta historia, rebautizada ahora como Santa sombra: una versión expandida y corregida que, en lugar de esas 40 páginas iniciáticas se convirtieron en un tormentoso recorrido de 204 páginas.
Pocas historietas manejan, además de una intensidad constante, un respeto absoluto por los temas que tocan. Sukermercado, que firma este libro con su nombre de civil (Paula Boffo), usa la triste y real idea del secuestro de mujeres: con respeto y altura, es un móvil para que Juana, el personaje principal, actúe. Pero no es un elemento pensado para generar un golpe bajo, no se queda solo con eso. Lo más interesante que tiene Santa sombra es la cantidad de matices y capas que presenta, lo cual explica el brutal cambio de extensión que hay entre el prozine original y el libro terminado. No solo porque ahora se encarga de darle (todavía más) sentido a lo narrado, sino que tridimensionaliza (con el perdón por lo imbricado de la palabra) a Juana en maneras colosales. De golpe, esa colla violenta que posee dos machetes “encantados” que vimos en La sombra del altiplano pasa a ser una chica víctima del bullying escolar que además no es comprendida en el seno de su familia, representada en una matriarca que, de tan arraigada a sus costumbres, maltrata a Juana por cometer el simple pecado de estar más en la luna que conectada con sus raíces. Esa precariedad es sostenida por Marisol, su hermana mayor que intercede en los momentos más drásticos. Sí, la historia comienza con un típico relato de angst preadolescente que, de un capítulo a otro, se convierte en una búsqueda en todo sentido, y que, sobre el final, termina resignificando esa búsqueda identitaria con la que inicia el relato.
Acá entran los elementos sobrenaturales, apenas explicados (no hacían falta) en su primera versión, y que ahora se convierten casi en co-protagonistas. A la manera de las sandmanianas Benévolas, hay dos espíritus vengativos atrapados en los machetes conocidos como Las Degolladas, cuyo alimento es la sangre derramada producto de un acto vengativo. Como si no fuera ya todo un laburo dotar de personalidad y origen a un personaje tan complejo como Juana, Paula Boffo se encarga de explicar y justificar ¡las armas! Armar todo un sistema de santería y paganismo original y funcional es un detalle que capaz algunos artistas elegirían omitir con tal de avanzar la trama más rápido, pero acá su presencia es un leitmotiv de sangre, sudor y lágrimas, una herramienta que también posee su personalidad que por supuesto, deglute la de Juana en el proceso, convirtiéndola en una imparable máquina de matar hombres. Así las cosas, la figura de la pequeña colla se convierte en una estampita, una Santa protectora de las mujeres asediadas, maltratadas y violadas. Una protección que, por supuesto, se cobra con un precio alto que solamente paga Juana.
En una historia donde la violencia está presente todo el tiempo y de todas las formas posibles, es valiente el lugar donde Boffo se posiciona para hablar al respecto. La lluvia de sangre y lesiones de corte está presente, pero ésta no es celebrada ni aprobada, hasta se convierte en objeto de debate en el tercer arco de la historia, casi convirtiendo a Juana en una villana. Las Degolladas lo insinúan todo el tiempo: el camino del “rojo” (del asesinato, de la venganza) es un camino que tiene una única dirección y es imposible de claudicar en su andar, hasta que alguien señaliza lo mal y peligroso que es jugar con fuerzas oscuras, y hay que buscarle la vuelta al asunto. Este giro le da esa tridimensionalidad antes mencionada a la historia, donde las cosas están muy lejos de ser blanco/negro, y donde efectivamente el “camino del rojo” sea la única salida.
Muchas son las maravillas que hacen a este guion sólido, ¿pero el dibujo? Propongo el ejercicio de agarrar La sombra del altiplano y comparar las páginas que aparecen ahí con las que figuran en Santa sombra, completamente redibujadas, más allá de algunas viñetas que son idénticas. Por un lado, se va notar un salto cualitativo importante: facciones menos adustas y más limpias, ciertamente más simplificadas (dicho esto para bien). Pero la acción sigue igual de impecable. No solo tiene una deuda clara del manga shonen de peleas por la agilidad y la forma de pensar las páginas, aunque los grados de hiperviolencia y de “splatter” presente también dialogan con la forma en que piensan la violencia gráfica gente como Paul Gulacy o Goseki Kojima. También hay una onda noir impecable con el claroscuro, algo emparentada con Sin City (que ésta, a su vez, le debe demasiado -sino todo- a nuestros valores locales Alberto Breccia y José Muñoz) en la forma de generar climas con entramados y masas negras que generan un clima opresivo propio de esta obra. Es notorio cómo las expresiones de los personajes también ayudan con el armado climático: la sensación de vacío constante y de pesimismo flota sobre todos, haciendo que la carga emotiva al momento de la lectura sea fuerte, y más aún con el desenlace.
Santa sombra acaba de ganar en el marco de los Premios Cinder (organizada y votada por la prensa especializada en historietas), como Mejor portada; mientras que Paula mismx se llevó el premio a Mejor artista integral. Crédito suficiente como para saber que estamos frente a una de las mejores historietas realizadas el año pasado, aunque al margen de ganar algunos de esos premios, Santa sombra no los necesita, no porque esté más allá de los premios o no, sino porque es una historieta sincera, que no se queda en una única posición para hablar de lo que tiene que hablar. Sin facilismos y sin entrar en una retórica para bajar línea, la labor de Paula de contar una historia íntegra, sin fisuras y con una trama densa, queda cumplida con creces. Un lujo que no abunda y que, ojalá, nadie pierda de vista, tanto al libro como a la autora.