Solemos asociar Malvinas únicamente con el conflicto bélico. Pero existen numerosos matices -políticos, sociales, económicos, simbólicos- que rodean a la guerra del 82, cuyos efectos todavía hoy tratamos de comprender. Fue justamente eso, tratar de entender, lo que impulsó a Lauri Fernandez a encarar un trabajo de campo basado en entrevistas -plasmadas en una novela gráfica de 150 páginas a pura acuarela- para intentar esclarecer algunos interrogantes históricos.
En Turba, varias temporalidades pueden entrecruzarse en un mismo capítulo: desde el presente en el que la autora hace sus recorridos recabando información e indagando, hasta el pasado concreto que se desprende de los testimonios y son evocados por sus dibujos. La exploración de la memoria individual le sirve para describir heridas sociales que son obliteradas o silenciadas por la típica reconstrucción espectacularizante que hacen de estos hechos los medios masivos de comunicación.
Lauri Fernandez hace reporteo, viaja a Inglaterra y a distintos puntos de Argentina, describe escenarios, entrevista a veteranos, a familiares, analiza, contempla y complejiza. Y esta última es una de las características más valiosas del libro, porque la autora elige no dar respuestas simplistas sobre los acontecimientos históricos, sino desplegar viñetas llenas de matices, de argumentos y contraargumentos que invitan a elaborar nuevas preguntas. ¿Qué sucede con las vidas de aquellos que fueron a la guerra, en qué se convierten para la sociedad cuando declina la pompa de la heroicidad? ¿Cómo compatibilizar la construcción casi mitológica que se hizo de los excombatientes -percibidos como héroes- con su abandono por parte del estado a nivel económico? ¿Cómo lidiar -económica y emocionalmente- con una investigación que intenta repensar el pasado reciente en un mundo roto cuyo presente produce cada vez más vidas dañadas?
¿Qué fue lo que te interpeló personalmente para abordar el tema Malvinas?
La inquietud surgió por el lado académico que, por supuesto, siempre está entrelazado con mi vocación de dibujante. Venía investigando sobre historieta y memoria reciente y, de pronto, el tema Malvinas empezó a cobrar independencia: es decir, me empecé a dar cuenta de que el tema de la guerra no se puede analizar con las mismas herramientas que, por ejemplo, la tortura o la represión a civiles durante la dictadura. Hay puntos en común relacionados al contexto, claro, pero cada “mundo” tiene sus particularidades. En el caso de las historietas que hablaban sobre el tema, empecé a notar que “faltaba algo”, ya fuera porque tenían una mirada muy parcial, muy acrítica a la guerra en sí, a veces incluso propagandística; o, las que presentaban una postura más interesante sobre el tema, también mostraban un límite o un tabú para problematizar al Otro, al “enemigo”. Eso me hacía mucho ruido.
¿Qué te impulsó a documentar distintas voces sobre lo sucedido en Malvinas?
Venía con muchas ganas de hacer no-ficción y hacerlo desde un proyecto totalmente propio, en el que pudiera decidir todas las variables de la historia. Me gusta mucho trabajar desde las entrevistas, me gusta descubrir cómo las personas se cuentan a sí mismas y quería hacer algo por ese lado. Y después, estuvo el primer viaje a Inglaterra. Eso en la historieta está bastante simplificado, porque fue realmente un quilombo con detalles que rozan lo inverosímil. Después, fui conociendo gente que me fue pasando contactos: algunos prosperaron y terminaron en entrevistas que nunca hubiera imaginado; otros, lamentablemente, no se dieron. Pero son cosas que suceden cuando te metés con temas tan ásperos.
A lo largo del libro hay muchos interlocutores que exponen fragilidades, recuerdos traumáticos, padecimientos en el presente como producto de su experiencia pasada. ¿Cómo fuiste encontrando la “distancia justa”, para contar esas historias?
Qué gran enigma el de la distancia crítica en la investigación, ¿no? Y más, cuando tenés que hablar con gente que ha pasado por situaciones traumáticas, porque nunca sabés totalmente con qué te vas a encontrar. O mejor: hasta dónde te van a dejar conocer su historia. Siempre es un tema que surge en mis clases en la facu: ¿cómo hacés para mantener cierta objetividad? Yo pienso que tal cosa no existe en este tipo de trabajo y que poner una barrera entre quien entrevista y quien es entrevistadx no sirve si querés que la persona confíe en vos, que se establezca el famoso rapport.
¿Cómo manejaste eso vos a nivel emocional?
Siempre hago un ejercicio previo a la entrevista, que es el de tratar de suspender por ese rato mis preconceptos sobre esa persona y lo que representa. Es muy difícil, pero me parece necesario para poder escuchar de otra manera y establecer una confianza mutua. Por supuesto que eso también implica cierto grado de exposición, que el otro también va a saber algunas cosas de vos y que muchas veces vas a quedar afectada por lo que escuchás. Más de una vez se me hizo un nudo en el pecho con lo que me contaban. Después de una entrevista donde lográs que el otro te hable con ese grado de honestidad, ninguna de las dos personas queda igual. Puede sonar a lugar común, pero es así. Un detalle importante (que también tuve que simplificar para que la historieta no tuviera 500 páginas) es que, en la mayoría de los casos no tuve una sola entrevista con cada persona. El primer encuentro siempre fue presencial, tal como se cuenta en el libro, pero con algunas personas tuve varias charlas a posteriori para repreguntar, completar datos, sacarme dudas y ahí surgieron varias cosas que no podría contarte alguien que acabás de conocer.
¿Cómo fuiste encontrando el registro de dibujo con el que finalmente trabajaste en Turba?
Fue producto de la circunstancia. Yo venía de hacer mucho laburo, completa o parcialmente, digital. Cuando empecé a dibujar Turba estaba en medio de una vorágine de viajes, estancias de investigación, una parte de mi vida en Mendoza, la otra en Buenos Aires… Algo que empezó siendo un sueño y derivó en locura total. Tenía la mochila armada al pie de la cama con lo esencial para ir y venir. Y, en pos de lo esencial, la compu, la tableta, los discos externos y otras mil cosas, fueron quedando a un costado. Entonces, volví a lo que podés conseguir en cualquier lado donde estés por relativamente poca plata: al cuaderno de bocetos, a la paletita de acuarelas, a la microfibra y el dibujo rápido, casi automático. Y creo que eso influyó en que la historia se fuera convirtiendo en una especie de crónica de viajes. También me fui reencontrando con el dibujo analógico, con la calidez de la mancha y con algo desesperante y maravilloso que es el “error”: dejar que el “pifie” exista como parte del dibujo, como si fuera un mapa del pensamiento o una escritura a mano, con ese nivel de espontaneidad que, cuando llevás mucho tiempo laburando en digital, vas perdiendo.
¿Cómo fue que elegiste la estructura narrativa, combinando el reporteo con los veteranos y familiares por un lado, con los detalles sobre cómo ibas avanzando en tu proceso de investigación por el otro?
En la no-ficción, el “instrumento de medición de la realidad” es la persona que narra, sea investigador/x o cronista. Al principio, yo no quería aparecer en la historia. Un poco porque soy bastante reservada y medio fóbica a exponerme, otro poco porque siempre le he escapado a la autobiografía: creo que tu vida tiene que ser realmente interesante o significativa para justificar ese género. O sea, he leído muchas autobiografías que se esconden tras la apariencia de “no estar contando nada” y están geniales, pero es muy difícil lograrlo y, definitivamente, no creo que mi vida sea material para eso. Sin embargo, en este caso, llegó un punto en el que me di cuenta que tenía que incluirme como un personaje “que hila las historias” por una cuestión de estructura narrativa y para dar pausas a lo terrible de cada entrevista con algunas situaciones más livianas con las que me encontraba en los viajes. Pero, también, por honestidad: para sincerar qué tipo de instrumento soy, al contar esta historia. Que lxs lectorxs sepan desde dónde se construye esa mirada, coincidan o no con ella.
¿En qué medida repensar Malvinas nos invita a enriquecer la discusión sobre nuestro presente y sobre la dictadura?
Hay todavía mucho que falta conocer y discutir sobre Malvinas. Creo que el ejemplo tremendo de las causas que se están llevando adelante por torturas a soldados es solo un aspecto de todo lo que se silenció en dictadura y posdictadura. También, desde hace unos años, ha habido un paulatino interés en contar otras historias, como las de las enfermeras que participaron de la guerra, algo que socialmente se ignoró por décadas. Una cosa que me dijo uno de los investigadores que entrevisté es que el universo de Malvinas es muy complejo, muy diverso. Y creo que reflejar esa complejidad en el discurso oficial posdictatorial se evitó deliberadamente, por razones políticas y económicas. Me parece que ahora estamos en un muy buen momento de debate sobre el tema en el campo cultural: además de historieta, hay documentales, novelas, obras de teatro que buscan problematizarlo. Lo que espero, es que ese debate que damos desde el campo cultural, académico e intelectual pueda impactar en otros espacios sociales y políticos más amplios.
Comparado con otros traumas, hechos o períodos históricos, Malvinas tiene muy pocas ficciones (tampoco hay tantas No ficciones) que se ocupen de pensar lo sucedido…
En historieta, hasta donde yo conozco, hay dos no-ficciones previas, que son muy interesantes: Tortas fritas de polenta (de Bayugar y Marinelli) y Cómo yo gané la guerra (de Angonoa y Solar). De ficción hay bastante, lo que pasa es que están enfocadas en el discurso bélico. Te puedo mencionar desde La batalla de Malvinas en la vieja Fierro, hasta las historietas en revista Pucará (que subieron a AHIRA hace poco), las de revista Soldados, algunos unitarios en las revistas de Columba en los años 80 y 90, El cielo le pertenece a los halcones (de Barron y Taborda), el especial de la segunda etapa de Fierro (en el que hay varios unitarios muy buenos), la antología Malvinas: el sur, el mar, el frío…
Tal vez la literatura y el cine fueron un poco más al relevo, pero me da la sensación de que la historieta no se hizo mucho eco de este tema. ¿Crees que es así? Si es así, ¿por qué considerás que sucede esto?
Es una pregunta que me hago hace años y tengo una hipótesis parecida. Especialmente con la literatura, es muy notoria esa diferencia. A veces lo charlo con Pablo Turnes, con quien trabajamos estos temas, y todavía no tengo una certeza de por qué pasa eso. Creo que un punto clave es la imagen, la representación visual; y otro, la fuerte tradición de historieta bélica. Son dos aspectos que pueden ser muy limitantes, a veces. Vos fijate que las pelis sobre Malvinas que no son documentales, sino ficciones o “basadas en hechos reales”, también suelen caer en estereotipos sobre el héroe y la víctima, en limitaciones al momento de representar a los ingleses y todos esos problemas (o que a mí me parecen problemas). Quizás, también, la razón por la que se recurrió tantas veces a recursos similares para contar la guerra en las historietas pudo partir del error de pensar que este tema solo podía interpelar a un público determinado, que no te podías salir de ciertas expectativas en la representación. Ojo, quizás: tampoco estoy tan segura porque es algo que, como te dije antes, me sigo preguntando.
¿Crees que Turba podría acercar la problemática a un público joven para que Malvinas no sea solo sinónimo de “conflicto bélico”?
Me encantaría. Ojalá, ojalá, ojalá. Mi intención es cuestionar la narrativa bélica exitista, la mitificación heroica guerrera, la revictimización, e intentar preguntar qué consecuencias trajo la guerra en las vidas de los que participaron y de sus familias, qué nos dejó socialmente y qué necesitamos discutir hoy sobre esa experiencia. Creo que lxs pibxs pueden decir mucho al respecto.