“Quisiera dormir para entregarme a los durmientes, del mismo modo que me entrego a quienes me leen”. André Breton
No hay nada más revolucionario que dormir la siesta. Desde que el CEO de Netflix declaró que sus verdaderos competidores no eran ni Amazon ni HBO, sino el hecho de que las personas tuvieran que dormir y finalmente “desconectarse”; hacerse un ratito para torrar al promediar la tarde, resulta una marcada apuesta política. Sestear: momento en que la modorra post-almuerzo da paso al sueño corto y combina al mismo tiempo digestión en modo horizontal, algún balbuceo no carente de saliva y una sensación algodonada del cuerpo que se funde con el colchón. Sestear: práctica casi extinta que da la posibilidad de sortear por unos minutos la asfixia de la máquina productiva y atajo para construir mundos pequeños y extraordinarios que le roban a la vigilia (que para nuestra sociedad es siempre más rentable) un momentito necesario de ambigüedad ensoñada. Pero ese sesteo como práctica contracultural, como apertura de la imaginación, impone desafíos. Es sobre esos dominios que avanza Siesta, el libro de Pablo Boffelli (también conocido como Feli Punch y por haber sido cantante y guitarrista de Mi Nave) recientemente publicado por Editorial Aguinaldo.
No hay globos dialogales en Siesta: apuesta por lo “silente”, confianza plena en la emocionalidad del dibujo. Tenemos personajes: figurados con la economía de detalles y la frescura propias de una grafía infantil. Tenemos escenarios: traccionados por una línea fina que a veces se obsesiona con las geometrías, lo volumétrico; y en otros momentos se electriza, chispea o se detiene a jugar con tramas. A veces el descanso de alguno de nuestros protagonistas puede devenir accidental. Como ese ilustrador en modo home office que, entre somnolencias, empieza a comer una manzana de dudosa procedencia y termina en una cafetería alucinatoria, poblada de dinosaurios, caballos y robots. Esos mecanismos narrativos dejan en claro que no habría que esperar lógicas causales en la novela de Feli Punch. Como sucedería en la producción de imágenes de cualquier soñante, el relato avanza de a corcovos inconexos, con alteraciones espacio-temporales, con la aparición inexplicable de seres maravillosos y su consiguiente retirada de la escena. O a veces esos personajes habitan un sestear que se vuelve noche iluminada.
La siesta que nos propone Pablo Bofelli no es la de los románticos que languidecen bajo el árbol mientras reposan post-picnic, ni la del oficinista alienado que se manda un sueñito en pleno subte como si fuese un trámite. Es más bien una siesta productiva, que recuerda a la celebración de peripecias, aventuras, desencuentros y dimensiones fantásticas que podría hacernos pensar en Alicia en el país de las maravillas, pero con la neura urbana como telón de fondo. Sin embargo, el homenaje de Feli Punch al acto de sestear no carece de su clave festiva. Ahí está su invitación a la algarabía, al proponer que nos extraviemos en los intersticios del relato.