“¿Si pudieras tener un superpoder cuál sería? Vivir de rentas”, contesta un personaje encerrado en una de las viñetas que conforman Todo muy rico pero me quedé con hambre, el libro que Gustavo Von Chuyo acaba de publicar de manera autogestiva. Y ese es el registro de humor que se maneja desde la primera hasta la última página. La religión, el feminismo, la violencia animal, y la alienación laboral son algunos de los temas sobre los que se enfoca el guionista y dibujante. Picante e incorrecto, su libro es una invitación a reírnos de la solemnidad y el bienpensantismo que son la exigencia diaria de este presente. Una pirómana que prende fuego a un bebé, un comensal encuentra una pija en una sopa. Y también está la mierda. Montones de mierda. Caca, eructos, eyaculaciones y falopa. La escatología y el shock son nortes estilísticos para Von Chuyo.
El libro está armado, casi en su mayoría, con los materiales que Von Chuyo fue subiendo a redes entre 2017 y 2022. Tal vez es por ese arco temporal tan amplio que abarca la compilación, que el autor comenta: “tiene un par de registros distintos: unas tiras de la época en que firmaba como ‘No sé dibujar comics’, y las viñetas más de humor gráfico que en mi cabeza las englobo con el título de Todo muy rico pero me quedé con hambre. En rigor son dos libros de 50 páginas cada uno, pero lo edité como uno solo”.
¿De dónde vas sacando los temas con los que hacés humor?
Es más que nada lo que me causa gracia a mí. La ventaja (y digámosle así porque no tener editor es un lugar muy triste, solitario y desolador) de no tener la mirada de un tercero o fecha de entrega es que no siento que este humor lo haya “trabajado”, sino que es más catártico. De repente estoy picando cebolla o trapeando el piso o matando insurgentes chechenos y se me ocurre un chiste. Así que voy y lo anoto, y es básicamente eso; después otro día voy, me siento, abro la libreta donde anoté, elijo y me pongo a dibujar y sufro porque no tengo técnica y no logro trasmitir la idea, pero bueno… eso es otra historia, y no es muy graciosa la verdad.
¿Te imponés alguna limitación con respecto a los temas con los que trabajarías?
No, al menos en principio. Sí me ha pasado de dibujar algo y que me parezca un montón, o que no siento que funcione y entonces no lo publico. Por ejemplo, el año pasado para el 2 de agosto dibujé a un Videla muerto en una celda con los pantalones bajos, tirado en el piso y todo cagado. Y no lo publiqué. No porque no fuera gracioso, porque si hay algo irónicamente gracioso es que Videla le haya reventado el corazón mientras hacía caca, solo, en su celda. Pero no lo publiqué porque no estaba lo suficientemente bien dibujado para hacerle honor.
¿De qué tradición humorística te sentís deudor?
Siento que sigo la línea de humor gráfico naif. ¿Viste que hay dibujantes que intentan emular la inocencia de un preadolescente con retraso madurativo cuando dibujan? Bueno, yo hago lo propio desde el humor. Mi humor es el humor de un pibe de once años. Supongo que un poco fue a propósito: cuando empecé a hacer historieta, venía de fracasar en otros rubros más serios como el cine y la literatura, y mi plan inicial no era dibujar sino hacer guiones. Pero me parecía un montón pedirle a un dibujante que no me conocía que dibujara algo mío, así que me puse a hacer tiras. Y bueno, no dibujaba desde los once años más o menos. Así que ahí quedó. Pero también es cierto que no puedo escuchar la palabra “vulva” sin reír como ardilla. Hablando en serio, me gusta todo. Si me hace reír, suma. Antes de leer un montón de superhéroes leí, de niño, un montón de Condorito y Patoruzito y Lupin y Asterix y cualquier cosa con viñeta que cayera a mis manos; después por suerte descubrí a un montón de gente que hacía humor en los noventa acá que me abrieron la cabeza: Podetti, Pares, Fayó y cia con la Suélteme, que me llevaron a conocer al Hate de Bagge; las bizarreadas que salían en la Cazador Comix que me empujaron al humor turbio de Burns, Vuillemin o Mattioli; Langer y sus lápiz japonés… No sé, tirar nombres me da vergüenza, un poco porque no me siento digno de integrar el panteón de mis héroes, y otro poco porque siempre aparece alguien nuevo que no conocía y me parece brillante lo que hace.
¿Solés recibir críticas por los temas con los que hacés humor?
Mmm. No, no realmente. A lo sumo alguien que se ofende y te deja de seguir y te bloquea y si te ve en persona te niega el saludo y le habla mal a todos de vos. Pero críticas no. Pero eso es porque si tenés medio dedo de frente te das cuenta que no me río ni del feminismo ni de la violencia animal, de lo cual estoy a favor y en contra respectivamente, sino más que nada de la solemnidad con la que se abordan esos temas. O de la estupidez humana en general. Ponele, agarremos un tema fácil al respecto como es la religión, la católica específicamente, no porque sea fácil en sí sino porque uno supone que el público que va a leer esta nota está todo del mismo lado. En fin, la iglesia católica, una institución que sistemáticamente avala y encubre decenas, cientos, miles de casos de abuso infantil por año. Y sigue ahí, funcionando, como si nada. Y la gente va a misa, festeja Navidad, se casa por iglesia y bautiza a sus hijos. ¡¡A SUS HIJOS!! Es todo muy pero muy pero muy pero muy estúpido. Y horrible. Pero sobre todo estúpido. Entonces, ¿cómo no me voy a reír de eso? ¿Qué me queda si no? ¿Firmar un change org? ¿Pegarle tres tiros al Papa Francisco? ¿En una de esas misas que da en el Vaticano? ¿Y que se desangre en público mientras todos los feligreses corren desesperados de un lado al otro? Así que sí. Mejor reírse. De lo estúpido. De lo solemne. Del sinsentido. Y de nosotros.
¿No existe autocensura entonces?
La autocensura está, porque hay gente atravesando por procesos dolorosos o porque hay temas que están en discusión en la agenda pública y no da escupir en ese momento. Uno siempre le teme a la reprobación de los pares. Pero en ese caso siempre intento acordarme de que la realidad siempre es mucho más turbia, oscura y perversa que cualquier chiste que yo pueda hacer. Y también que Sebastián Estevanez hizo una carrera como actor sin saber actuar. Siempre hay gente mucho más mediocre haciendo cosas artísticas.