Como corriente firmemente comprometida con lo caótico, lo anárquico y lo incendiario, el punk encuentra una expresión novedosa al tiempo que clásica en estas tres bandas australianas. Sin ostentación de virtuosismo, estos nuevos proyectos alzan las banderas de lo feo, se quejan de lo común y comprueban que no importa la edad de un género musical: el punk siempre puede tener algo nuevo para ofrecer.
The Chats
Colmados de las irritaciones en la vida cotidiana, The Chats expresa su frustración y agresividad de un modo tan hosco como simpático. La banda de Queensland explota ansiedades universales como que te paguen tarde, colarse en el transporte público, el precio de los cigarrillos, y otras como contraer enfermedades venéreas.
Lo conciso de los títulos de sus canciones se materializa en un sonido que mezcla sin jerarquizar guitarras aturdidoras, gruñidos coléricos y un bajo de persistencia inquietante. Su canción más popular, “Smoko“, se volvió el himno antisocial y popularizó la jerga australiana para algo así como el “recreo del pucho”. Al grito de “I’m on a smoko, so leave me alone”, o con su oda al Pub Feed -bar que sirve comida grasosa y barata, pero es ideal para llegar a fin de mes-, el grupo honra la tradición quejumbrosa y rebelde del street punk de la clase trabajadora.
Amyl and The Sniffers
Lejos de ser un aburrido bricolaje de los trapos viejos del rock and roll, Amyl and The Sniffers iza con furia y frenesí la bandera de lo horrible. Esta reivindicación estética se trasluce en el arte de tapa de su disco de 2021, Comfort to Me, deforme como un dedo extra, además de los cortes de pelo insólitos de sus integrantes y un sonido que negocia con una mano con el glam y con la otra con el heavy metal. Las presentaciones en vivo, en las que su cantante se contorsiona y repta electrizada por el escenario, no se quedan atrás.
Desde el arrebato de su primer EP, Giddy Up, escrito y grabado en 12 horas, hasta su álbum homónimo de 2019, hay un salto cualitativo. La salida de su etapa DIY fue enriquecida por el productor Ross Orton, que trabajó con bandas de la talla de Pulp y los Arctic Monkeys. Su más reciente disco suena como una fiebre que solo se puede curar tomando litros y litros de cerveza helada. Esta intuición parece confirmarse en “Security“, una súplica a un guardia de seguridad que insiste “por favor dejame entrar al bar, no estoy buscando problemas, solo estoy buscando amor”.
Press Club
Para los nostálgicos del pop punk que aplacaron sus inquietas adolescencias al arrullo de Dookie, existe una posibilidad de desahogo en Press Club. En su debut en 2017 con el single “Headwreck“, el grupo de Melbourne dejó sus huellas digitales desde el minuto cero: ellos componen, graban, producen, publicitan y hasta envuelven y mandan por correo sus propios discos. Toda esta dedicación, digna de una pasión desenfrenada y juvenil, llega del otro lado de los parlantes con una voz y una guitarra igualmente dramáticas.
Si sus primeros discos, Late Teens (2018) y Wasted Energy (2019), transmitían el aceleradísimo ritmo en el que fueron compuestos y grabados, Endless Motion (2022) plasmó el momento más reflexivo de la banda, que dedicó todo el tiempo que tenían reservado para su gira por Europa, cancelada por la pandemia, en la producción de su tercer álbum. Pero no por ser más elaborado deja de transmitir la adrenalina y la taquicardia imbécil de cuando por la noche nos espera una fiesta fantástica, cuando las fantasías, las expectativas y la desesperación hormonal priman sobre todos nuestros procesos racionales.