Científicos del Palo, un power trío compuesto por Carlos Popete Andere (bajo), Pepo San Martín (guitarra y voz) y Sebastián Quintanilla (batería), nace en 1997 en la ciudad de Mar del Plata. Con letras fuertemente ideologizadas y de izquierda, shows que reproducen cierta mística peronista pero que tienen una contundente calidad musical, la banda está por cumplir veinte años pero mantiene un estilo fresco, energético, pero ya no del todo adolescente.
En tanto banda ideológica y con una militancia particular, Científicos del Palo podría recordar a muchas de las bandas contestatarias y políticamente activas que existen desde que la música tiene un fin social pero, a diferencia de muchas otras, tiene una inconfundible complejidad textual que la resalta por contraste. Las letras de Científicos del Palo atentan, sí, contra el poder, pero de una forma tal vez más madura que muchas de las bandas de rock (que por mucho que pese, a veces tienen un discurso limitado a “rock bueno – yuta mala”). Así, las letras de dos de sus principales discos, Gorilophrenia (2010) y La histeria argentina (2013) repasan no sólo elementos políticos claramente locales en consonancia con lo internacional y ciertos momentos de la cultura pop (como sucede en la canción “The War Is Over”, del 2010).
En La Histeria Argentina, disco producido junto a gigantes como Ricardo Mollo (cuyo resabio musical todavía se puede escuchar en la voz y estilo musical de San Martín) esto se puede ver claramente: lejos de dejar impresa su ideología de forma directa y rotunda, la banda presenta una lectura de la historia argentina que va desde la Revolución de Mayo hasta el fin de la dictadura y más allá – como si no nos quisieran decir qué piensan sino por qué. La visión de la historia es clara, parcializada, pero también informada y por momentos altamente poética: remite a figuras como “El abogado” para hablar de Manuel Belgrano, usa el apodo de “El restaurador” antes de mencionar a Rosas y retoma viejas -y evidentemente no abandonadas- dicotomías como lo son la civilización-barbarie Sarmientina (“Civilización o barbarie, serás terrateniente o serás nadie”, dicen, dejando claro de qué lado de la historia está la banda).
“Con sangre se riega el suelo argentino, / de sangre está hecho nuestro destino” profetiza el disco, y el oyente no puede evitar, al menos, empatizar con la versión de la historia que configuran, en el cual se retoman también formas que hacen acordar también al Martín Fierro (a la ida más que nada) con frases como “¿pa’ qué importar productos foráneos?” o “Perros unitarios nada han respeta’o /a los franceses ellos se han alia’o.”. Quizás pocas bandas de rock intentaron y consiguieron entender tan bien el lenguaje argentino – lejos quedaron las épocas en las que las letras usaban el “tú” como reminiscencia de lo yanqui.
Ya entrada en La histeria, el disco puede entrar en zonas que se solapan con Gorilophrenia, pero desde el lado histórico: en “El génesis Peronista“, “La Jefa espiritual” y “Cristo o Perón” hablar del peronismo es presentar una ideología (no me parece que exista, al menos desde las voces argentinas, una forma no parcializada de hablar del peronismo) y, para la banda que toca La Marcha en algunos de sus recitales, esto está fuera de toda cuestión. Lo que abre con la dicotomía civilización-barbarie de Sarmiento cierra, tal vez, hacia los finales del disco con otra dicotomía: la banda es rotunda, y no deja lugar a discusión sobre lo que fue la dictadura. “Un solo demonio”, dice: no hay chamuyos sobre el genocidio. Casi como si estuvieran dialogando con el tema de 2 minutos sobre Malvinas pero también con todas las canciones que alguna vez Roger Waters escribió sobre la guerra, toma postura también sobre este tema: “En esta Nación nuestros militares / mandan a los nenes a cubrir sus lugares /mientras se refugian en sus hogares, /jugando al Teg sin cruzar los mares”.
Este manejo de lo argentino y de su lenguaje aparece también en Gorilophrenia, donde la mística peronista, como lo había hecho Evita con el término “grasitas” (“mis grasitas”, los había bautizado, dejando para siempre inhabilitado el sintagma como insulto para sus militantes), se vuelve a apropiar del término Gorila para abogar por la patria grande. En canciones como “Yanquis Gojóm” o “Llame Jah!” y con un sonido que hace recordar también al reggae y a lo latino, las letras de Gorilophrenia chicanean: “¿No aprendieron nada en Vietnam? ¡Váyanse pa’ casa!”. Hay en Gorilophrenia un mayor uso de la ironía, es un disco menos pesado y quizás más feliz, que presenta también el recorrido del lenguaje argentino y latinoamericano que aparece en La Histeria con las voces del Martín Fierro y la gauchesca y que acá se retoma con los típicos juegos de palabras y el menosprecio a la pronunciación yanqui y su cultura pop (La canción “Lo que el viento nos dejó”, por ejemplo, se podría pensar como un gesto sarcástico contra el clásico norteamericano).
El último disco de la banda, El Maravilloso Mundo Animal, del 2015, tiene un sonido quizás más apaciguado y refinado. Con colaboraciones de artistas como Mollo, Luciano Farinelli, Pablo Pino y Lisandro Aristimuño, El Maravilloso Mundo parece cobrar un tono lírico un poco más reflexivo, tal vez incluso maduro – en la canción “Prólogo” (que abre, a modo de ópera rock, el disco), San Martín comienza ya vocalizando “soy joven pa’ viejo y viejo para pendejo”. Más tarde, en canciones como “Trata de tratar” o “El Maravilloso Mundo Animal” sostiene también letras entre existencialistas y profundamente íntimas, tensionadas con la contestación general que compete a la banda (En “Milonga de la abundancia”, por ejemplo, atenta contra una serie de músicos contemporáneos llamándolos “muñecos de la derecha latinoamericana”). Incluso hablando de temas más bien universales como lo es el prójimo, “los mala leches” y el mundo social en general, la banda sigue con la visión particular e ideológica, mezclando ahora el tinte político con la vivencia personal: “hay chabones sensibles sencillos, periodistas amarillos, hay viejas reaccionarias […] y aunque el burgués sospeche, hay gente buena leche”. El último disco, fantástico por donde se lo mire, sostiene la mística e ideología que hace a la identidad de la banda, pero le otorga también una profundidad humana y un optimismo que quizás se pierde a veces –o se ve matizada– por el orden político de sus otras producciones. Desde el prólogo, que evoca un diálogo entre padre e hija, todo el álbum parece una recolección fragmentaria de aprendizajes de vida transmitidos, desde lo afectuoso, entre generaciones. Esto le da entonces un cierre al tríptico de lo que podrían ser los tres discos más importantes –Gorilophrenia, La Histeria Argentina y El Fantástico Mundo Animal– donde se tematizan pasado, presente, e historia personal de la banda. Acá la política es rock y el lenguaje, argentino.