El indie se ha ocupado, en los últimos años, de convertir la psicodelia en un lugar común: hemos visto tal vez demasiadas bandas muy preocupadas por crear pasajes de sonoridad intensa y por narrar secuencias tan paranoicas como reveladoras en las letras. El indie pergeñó en estos años una estética del flash y, en su carrera por el like, olvidó el núcleo fundamental del delirio: los miedos, el absurdo, la introspección y la incomodidad.
Muchas personas están empezando a escuchar hablar de Pulpo Oplup, el proyecto del músico del barrio de Coghlan, Matías Gowland. Eso es, en parte, porque acaba de lanzar este primer LP, Zatiam, producido junto al gran Shaman Herrera y, por otra parte, porque al fin y al cabo la justicia -o cierto tipo de justicia- existe. Es que Pulpo Oplup, este conjunto que por momentos parece ser una banda formal y por otros momentos parece ser solamente el alter ego de Matías, no es en realidad ningún debutante: con 5 EPs publicados de modo independiente desde 2013, viene haciéndose un lugar y una reputación cada vez más sólida en el under porteño.
En esos temas se sumerge Zatiam. Pulpo Oplup construye acá su propio lenguaje, hecho de una alta destreza armónica y rítmica, donde bases krauteras conviven con beats sincopados y cadencias de acordes mántricas, por momentos con aires spinetteanos. El Pulpo vuelve de a ratos a los fundamentos de la psicodelia nacional -el piano y el órgano de “Juntemos fuerza (balada de los perdedores)” podrían perfectamente ser un outtake del Sui Generis de Instituciones, pero atravesado por 40 años de mezcla y master- con la misma soltura con la que escupe un delirio experimental hijo del Radiohead de Hail to the Thief en “La Tregua”, donde una batería caótica se une con un bajo vocal para invocar una atmósfera oscura, tribal y pantanosa.
Matías tiene una verdad y la quiere contar: sabe que la vida no es fácil, que los momentos de paz y armonía aparecen solamente como ráfagas y que el resto es incomodidad e incomprensión. Matías no está triste, solamente es honesto: su proyecto ha salido del fondo del mar y está deseoso de compartirle al mundo su forma de interpretarlo. “Adentro del pecho no estarás a salvo” dice en “El sol quema adentro” y le creemos. Por eso, Zatiam funciona como una galería de las impresiones del mundo que Matías tenía guardadas adentro y ahora salen a la luz.
En “No vale la pena”, uno de los temas centrales del disco, pregunta si “alguna vez disolviste todos tus sentidos dentro de un balde de humo y corriste asustado” para después asegurar que no vale la pena. Matías no dice cosas al azar: es un narrador consciente y comprometido al que lo absurdo, lo incómodo y lo repetitivo parecen obsesionarlo. En “Otra vez acá” sentencia con voz cansada: “otra vez acá vos y yo, parece que estamos solos pero no: está ella, que nos mira tan necia” y luego deja paso a una frase de guitarra corta, repetitiva y lejana, como oriental, que agrega extrañeza a toda la narración. Más adelante, en “Temblar” reflexiona: “Supongo que es normal que tu cabeza te traicione cuando la liberás”. La simpleza con la que Matías cuenta lo que observa y siente se contrapone con la densidad de sus temáticas, sus estructuras musicales y sus ambientes sonoros. Con ese juego complejo y paradójico Matías construye todos los escenarios y narraciones de Zatiam, imprimiéndole al disco un carácter de unidad e integración poderoso.
Si la psicodelia a lo que nos hemos acostumbrado en estos años es una estética del flash, una psicodelia comoditizada en la bolsa de valores de Instagram, la que Pulpo Oplup edifica con Zatiam es otra cosa. Es una psicodelia que no echa raíces en la volátil tierra de las apariencias sino en la infraestructura rica e inagotable de las obsesiones mentales y los eternos retornos. Zatiam opera en la poética del delirio, evocando sentidos y emociones más genuinos, sinceros y complejos. Zatiam es un disco que hace bien, que deja una marca en quien lo escucha, y es por eso que le estaremos indefinidamente agradecidos al inquieto y enroscado Pulpo Oplup.