La primera vez que Federico Orio tocó un campanario, sintió que el tiempo se detuvo. Era 2010 y el músico tucumano necesitaba grabar campanas para una canción de su coterráneo Bruno Masino. Encontró el instrumento que buscaba en la histórica Iglesia de San Francisco en San Miguel de Tucumán, convento construido en 1767 cerca del centro de la ciudad con seis campanas monumentales de hasta 600 kilos.
“Tocamos media hora, grabamos y quedó en el disco de Bruno -recuerda Orio en conversación con Indie Hoy-. Pero yo ya había sido un campanero, la vida no era la misma. Ya había escuchado las campanas. Me puso los pelos de punta, fue muy fuerte, es un sonido que te envuelve y silencia todo lo demás. Ahí supe que era algo muy especial”.
Federico volvería a ese primer campanario siete años más tarde, pero con un plan más ambicioso: conducir un concierto de nueve minutos titulado “Cenizas”, uno de sus primeros recitales a gran escala. Entre 2017 y 2018 realizó seis conciertos en su provincia, incluyendo uno en conmemoración a la Batalla de Tucumán, en el que dirigió los campanarios de las tres iglesias que rodean la plaza central para un público de más de 20 mil personas.
De formación clásica, realizó sus estudios musicales con un interés por los instrumentos de percusión que lo llevó a entrar como suplente en la orquesta sinfónica. En Buenos Aires se infiltró en la escena independiente para formar parte de la banda de Rosario Bléfari, volviéndose una pieza esencial en la producción de su último disco Sector apagado (2019), como quedó retratado en el documental de Nahuel Ugazio El arte musical.
Su obsesión por las campanas lo llevó a Holanda, donde por dos meses estudió los carillones europeos y aprendió el arte formal de los campaneros. Luego viajó a Mar del Plata en el marco de una residencia organizada por el colectivo artístico Mundo Dios, donde profundizó sus estudios en la historia de las iglesias y la relación de las campanas con el cristianismo. Al cierre de su residencia, realizó dos conciertos: uno en la iglesia del puerto y otro en la catedral que será publicado en abril a través de Metamúsica, el sello dirigido por el artista sonoro y compositor Ulises Conti.
“En Mar del Plata tuve tiempo para expandir la obra y estudiar mucho cristianismo y protocristianismo, me reflasheó -cuenta Federico-. Musicalmente no me sirve de nada, pero entendí que las campanas eran transversales a todas las culturas hasta que las iglesias las empezaron a usar como instrumento de poder”. En especial a partir de la época medieval, la campana se volvería un elemento esencial en la organización religiosa y también social, utilizada para marcar el tiempo y dar avisos. “Nosotros las venimos a conocer en una época de declinación, ya no sabemos qué significa un toque de campana -agrega-. Por eso me interesa recuperar un sonido, conocerlo para reconocer un poco de nuestra historia”.
En 2021, instalado de vuelta en Buenos Aires, Federico comenzó a recorrer la ciudad en búsqueda de campanarios para sus primeros conciertos en la capital. El debut fue en junio en la Iglesia San Juan Evangelista en La Boca con cinco campanas francesas de 1837; le siguió en octubre la Iglesia de San Alfonso en Parque Chas, y en noviembre la Iglesia San Miguel Arcángel en Microcentro. Para cada concierto, compuso obras específicas teniendo en cuenta las características de la iglesia y su equipo de campaneros asistentes.
“No hay dos campanarios iguales -cuenta- así que cada concierto tiene una composición original diseñada para el sonido particular del lugar. Y para que una obra tenga sentido tengo que habitar el campanario antes, no soy una fábrica de hacer obras. Me gusta ir a ese lugar, conocerlo, dialogar internamente, ver las escrituras que tienen dentro las campanas… Leer en un campanario es espectacular, es un gran lugar de concentración, hay mucho silencio y una vista increíble”.
“Y el grupo de campaneros también tiene que coincidir con el campanario -agrega-. En Tucumán trabajé con grupos de orquesta y tocaban nota por nota lo que les pedía, pero acá en Buenos Aires no conocía muchos músicos de orquesta así que trabajé con músicos del indie y el rock”. En Parque Chas lo acompañaron Gustavo Monsalvo de la banda El Mató a un Policía Motorizado, Ulises Conti y Andrés Serantes de Lujo Asiático, “músicos que me podían dar exactamente lo que les pedía, que era hacer algo elegante y bien fino”. La obra se tituló “La flor” en referencia a la forma circular de las calles del barrio. Esa tarde de domingo, el sonido de las campanas reverberó en los edificios bajos, como un eco suave y claro, y se perdió entre los árboles de la plaza central.
El concierto de Microcentro fue su contracara más “punk”, como le gusta decir a Federico, quien eligió como campaneros a Morita Vargas, Santiago Azpiri de Junior 1 y el periodista Lucas Garófalo. Dos de las cuatro campanas de la Iglesia San Miguel de Arcángel tenían la particularidad de estar quebradas, de ahí el título de la composición “Concierto de las campanas rotas” y la distorsión que rebotó entre las laberínticas calles del centro porteño tan acostumbradas al ruido del tráfico y los taladros.
“Es música -aclara Federico-, yo compongo las obras desde una perspectiva musical. Soy percusionista, para mí es como tocar platillos, generar un ambiente y un ritmo”. Esta visión lo diferencia de los campaneros que se pueden encontrar en otras partes del mundo, como el Grupo Campaneros de Santiago de Chile, que se enfoca en el aspecto más simbólico del instrumento a través de toques litúrgicos y funcionales, o Llorenc Barber, el artista sonoro catalán que le infundió el interés por las campanas cuando en 2010 hizo sonar hasta quince campanarios de Buenos Aires durante una hora.
Pero lejos de ser solo un concierto musical, las campanadas también crean una interrupción en el paisaje acústico de la ciudad. Durante el tiempo que duran los conciertos, el ambiente se transforma y la ciudad suena diferente. Y el público también se comporta de manera diferente. “Cuando tocamos no nos ve nadie -dice Federico- es como si la música se expresara por sí sola y la gente tiene una conexión real con el sonido. Creo que tiene que ver con lo que te pasa a vos con ese sonido, cada uno tiene un diálogo personal”.
Sin tener que acomodarse alrededor de un escenario o de un intérprete visible, algunos caminan por las calles que rodean el campanario, algunos hablan y otros escuchan atentos, como si fuera una experiencia meditativa. “Veo a un montón de niños en los conciertos y son los que más bailan -dice Federico-, y casi todos son hijos de artistas o de músicos, pero esto lo ven como algo externo a la música de sus papás. No es un concierto de piano, no están aburridos como cuando tienen que ir a ver algo. Se ponen a bailar muy distendidos, conectan de una manera naif. Y por más que no se vayan a subir a un campanario, ya les gustó algo que vos de niño nunca viste, ni tampoco sus músicos padres”.
“La música experimental suele estar muy asociada a la academia y eso es un problema -continúa-. Lo que me gusta de esto es que es un concierto de vanguardia y popular. Es vanguardista excitar todo un espacio físico con sonidos de bronce que rebotan y generan unos armónicos con la arquitectura. Y popular porque vienen personas que jamás irían a ver un evento de arte contemporáneo, pero esto les parece diferente. ¿Cómo pueden convivir en un mismo espacio un cura con artistas tan grosos? Es muy loco, eso no te va a pasar en ningún otro lugar, es algo muy transversal”.
¿Habrá algo en la fuerza de la vibración de las campanas que trascienda las diferencias que nos separan como sociedad? “No es algo en lo que pienso mucho, pero sé que algo pasa -opina Federico-. Los que van a un concierto están dentro de un mismo bowl de resonancia, están unificados a la fuerza por esta situación sonora. Yo sé que a vos te van a vibrar los intestinos y los pulmones a la misma frecuencia que le vibra el corazón a la persona que tenés al lado. Entonces aparece algo que está más allá de las diferencias que tenemos en todo, especialmente en política. En este concierto, eso queda anulado por un tiempo, un tiempo corto quizás, pero se anula. Y me gusta, pero no pienso que sea algo curativo ni sea una experiencia de sanación. Es más como si tuviéramos algo que está sucio y hay que darle un sacudón para limpiarlo y que nos sirva como sociedad”.
El cuarto concierto de campanas en Buenos Aires se realizó en diciembre y fue en el Cabildo, una composición especial hecha para una sola campana. “Es la más vieja que he visto hasta el momento, de 1763 -cuenta Federico-. Y es el mismo sonido de entonces, no cambia. Es la misma campana que escucharon Belgrano, Moreno, Saavedra, Alvear, todos los buenos y los malos, los ingleses cuando invadieron y los virreyes cuando se fugaron, el mismo sonido”.
Entre sus próximos planes se encuentran un concierto en la Torre de los Ingleses y uno en la Basílica de San Nicolás de Bari, la campana que sonó en la Revolución de Mayo. Aficionado de los documentales sobre historia argentina, sus ojos se iluminan cuando piensa en la importancia de poder crear una obra musical con un instrumento que históricamente sirvió como símbolo de poder y dominación.
“Y no es una canción de protesta lo que hago -aclara-, pero si yo logro tocar una campana, de repente el pueblo está tocando las campanas. Por eso es importante trabajar con ese sonido, significa mucho para la sociedad. Ellas han sido testigo de todo, guerras, bombardeos, dictaduras… Y que la gente pueda volver a escuchar las mismas campanas que escucharon hace 200 años me parece fascinante. Es rescatar un sonido y ponerlo a los oídos de todos”.
Para Federico, el silencio de las campanas en la actualidad no se explica solo por el debilitamiento de la figura de la Iglesia: es también un síntoma urbano. Por encima de su interés por la historia argentina, el arte sonoro y la superación de nuestras diferencias sociales, está su preocupación por la contaminación sonora de Buenos Aires. “No es que las campanas suenan menos porque hay menos fe -explica-. Lo que pasa es que la sobreocupación hace que las ciudades se llenen de ruidos molestos y para muchos las campanas se volvieron otro ruido molesto más”.
“Las ciudades que suenan bien suenan bajito -agrega-. En lugares como Ámsterdam y Holanda, un carillón en una torre lo podés escuchar a diez cuadras de distancia. Acá no podés escuchar nada que sucede a diez cuadras. Las campanas significan calidad de vida, calidad de sonido de ambiente, y eso es lo que más me interesa. Esta ciudad suena mal, te taladran la misma vereda cinco veces en un año, construyen encima de todo, no respetan los espacios verdes, enloquecen la naturaleza. Y encima ponen cautelares a los campanarios, que tienen un sonido más hermoso que el de una moledora o de un martillazo”.
En ese sentido, los conciertos de campanas son una manera de recuperar el espacio urbano “a través de un sonido de calidad”. La pelea por el sonido, esa es la lucha de Federico: “Mi idea es dejar una obra en cada campanario que pueda conocer, lo que me dure la vida”.
Federico Orio presentará el concierto para campanas “Próxima estación” este sábado 12 de marzo a las 18 h en la Parroquia Tránsito de la Santísima Virgen (Perón 3333, CABA) junto a Lu Glass y Andrés Serantes, la entrada es gratuita y se puede colaborar con el proyecto a través de Mercado Pago.