La Forastería es un dúo integrado por la cantante Toni Volpen y el productor Tuto Petruzzi, dos almas en estado de búsqueda. Sus caminos coincidieron, por primera vez, en 2012 cuando ambos eran parte de la banda funk Alí. Transcurrieron los años en forma de viajes, cambios y sesiones compartidas, hasta que se fueron almibarando, como les gusta decir. Al tiempito, llegó Aretha y “quedó armado el power trío” familiar.
Semanas atrás, publicaron su álbum debut titulado Ofrenda, mezclado por Andrés Oddone (reconocido por su trabajo junto a Chancha Vía Circuito, Nicola Cruz, El Búho y Kaleema) en los Bugambilia Estudios de México y masterizado por Sebastián Cordoves en Berlín. La obra celebra la gratitud de vivir de aquello que más les gusta y del modo que eligen a diario. “Ya no nos vamos a poner zapatos que no sean los nuestros”, cuentan a Indie Hoy sobre la producción gestada durante la pandemia en una biocomunidad situada en Córdoba. “Naturalmente, los estímulos son muy distintos a los de la ciudad”, reconocen a coro.
En las cuatro canciones que componen el EP editado por el sello chileno New Latam Beats, el dúo empalma experiencia y horizonte. Tomando la libertad como bandera, sondean las músicas con un instinto curioso, que aflora del tuteo entre los sonidos electrónicos y el entorno permacultural y autosustentable. “Descubrimos que podíamos plasmar toda esa data que teníamos sonando en la cabeza, y tener sonando una sección de tambores de Guinea mientras Tuto tocaba la viola o Toni cantaba”, reconstruyen sin develar el o la interlocutor/a.
En el medio hubo muchas pruebas y juegos con diversos instrumentos. La lista interminable incluye bombos legüeros, djembes, udus, derbakes, berimbaus, flautas, quenas, gaitas colombianas, ukeleles, charangos, didgeridoos, guitarras eléctricas y registros con un condenser de grillos en la noche serrana; además de la complicidad de Ale en percusiones, Dani en bajo eléctrico y Vikin en saxo tenor, y artistas que estuvieran “a la vuelta”. Ofrenda fue grabado entre octubre y diciembre de 2021 en los estudios del C.C. Richards y Thamesis en Buenos Aires, y en el Estudio Molecular, el laboratorio sonoro diseñado por el dúo en base a técnicas de bioconstrucción con elementos como arcilla, barro, piedra y paja, y un techo formado por doce postes de madera entrelazados que se sostienen entre sí. “Una locura arquitectónica”, resumen con picardía.
“Temazcal” abre el telón de la ofrenda. La voz chamana de Volpen traduce y acompaña el despliegue de la naturaleza que de a poquito se va incorporando a la oración dirigida a la antigua divinidad azteca, Toci. Si lxs autores hablan de “una especie de relato sonoro cinematográfico”, quizá el género más apropiado, aquel en el que se ve con mayor nitidez tal collage de estilos, sea el documental. No es una situación externa lo que se intenta evocar o emular, más bien se trata de un estado de cosas renacido cuando confluyen los elementos.
“Duendería” continúa el ritual, con una huella del canto ancestral conocido como “El duende del agua”. Fluir, cantar, sembrar, danzar y amar para vivir. Para no morir. Cada una de estas acciones se ejecuta, libre, en el álbum, pero el aura no se debilita ni mucho menos se apaga. Los dos van aprendiendo del camino, nuestro irreprochable maestro. “Siempre decimos que la ruta es nuestra catedral y que el camino, es realmente el destino, sin importar bien a donde éste llegue o concluya”, afirma el dúo.
El monte adquiere características religiosas para Toni y Tuto, porque “reparte las cartas de nuevo, aportando claridad, perspectiva y una cosmovisión genuina y compatible con nuestro sentir y nuestra integridad. Y nos da las pautas de mancomunar con los procesos de la naturaleza, de conectarse con la tierra, con la soberanía alimentaria, energética y espiritual”, explican. Por eso montean. Salen sin rumbo fijo, dejándose llevar por la confluencia espontánea de sendero e instinto. Y esto también sucede con la música.
En los casi 20 minutos que existe físicamente el álbum -sabemos, que la historia siempre perdura otro tanto en cada unx de sus receptores- toma forma un ecosistema sonoro pluridiverso. Claves rítmicas de músicas latinoamericanas fundidas con timbres afroamericanos (“el blues y el funk fueron nuestra escuela”, reconocen) y máquinas de ritmos, sintetizadores, loop y samples. Montando y desmontando atmósferas, probando combinaciones tímbricas y buscando un balance frecuencial, sin dejar de sorprenderse por la narrativa que se iba tejiendo a modo de trance musical, se fueron extendiendo las fronteras musicales, al punto de borrarse los nombres de los países, de los estilos. “Siempre quisimos que cada canción o fragmento del set sea un universo sonoro con mucha profundidad, como una selva con muchas especies expresándose”, agregan.
El lenguaje formal, las palabras inteligibles para el cerebro racional occidental, ingresa en la tercera escala del viaje, “Cuando vengan a buscarme”. Como si, de algún modo, esta canción-mantra fungiera de médium, trayendo al plano de la conciencia los pasos del ritual. “Subo al árbol, veo el bosque hipnotizándome/ Cuando la savia me alcance me transformaré”. Entonces, se abrazan las voces en una sola que emerge de la tierra -como el latido de los tambores- y le rinde tributo a ella (“Solo espero que me abrace/ Y salga su poder”).
“Barro en la luna” se ubica cronológicamente en el disco como despedida, con un claro sello folktrónico que dialoga, por mencionar un caso, con la obra del cordobés radicado en España Martin Bruhn. En una suerte de giro nietzscheano, la coda de Ofrenda repone, luego del baile (que presupone la mente), el vuelo de la primera canción. Allí eran insectos, aquí son aves. Siempre cantando.
La Forastería se presentará el sábado 28 de mayo a las 21 h en el Centro Cultural Richards (Honduras 5272, CABA), entradas disponibles a través de Passline; luego se embarcarán en una gira española por Valencia, Barcelona, Mallorca e Ibiza. Escuchá Ofrenda en plataformas de streaming (Bandcamp, Spotify, Apple Music).