Después de años construyendo mundos sonoros cada vez más ambiciosos y originales, Tyler, The Creator vuelve a pararse erguido bajo el foco, pero ahora, decidido a patear el tablero. Su nuevo disco, Don't Tap the Glass, no viene con un universo sino con una misión concreta: obligarnos a mover el cuerpo y descolocarnos del molde.
A continuación, 4 claves para escuchar Don't Tap the Glass, un disco que invita a emanciparnos de las obligaciones y divertirnos sin vergüenza.
No esperes un conceptazo
Tyler nos tiene acostumbrados a discos con peso narrativo: mundos visuales, personajes, tramas internas, citas al pasado. Pero Don’t Tap The Glass corta con todo eso. Son apenas 28 minutos y 10 temas que fluyen como una playlist eufórica sin mucho sentido ni storytellings. Un capricho que solo alguien como él se puede dar. Acá no hay flower boys ni Igors, solo beats intensos en pos de un único objetivo: mover el cuerpo. "Body movement, no deep shit".
Producción 100% Tyler: Homenaje y reinvención
Tyler produce cada uno de los tracks y se nota. "Big Poe" arranca con un sample directo de “Pass the Courvoisier Part II” de Busta Rhymes y Pharrell, dos totems inspiracionales para él, y el disco continúa con una colección de guiños: Too $hort, Crime Mob, Kelis, Tommy Wright III, LL Cool J...
El resultado es un Frankenstein funkero y libertino que no busca refundar el género, sino disfrutarlo. En Don't Tap the Glass juega con el sonido como si lo estuviera tuneando para una fiesta, no para dar una tesis: es beatmaking como espacio de juego. Todo suena pulido y urgente a la vez: beats húmedos, arreglos comprimidos, bajos que rebotan como resortes.
Bailar es político
En medio de la era del registro compulsivo de todo lo que pasa a nuestro alrededor, Don’t Tap the Glass propone lo contrario: dejarse llevar sin miedo a quedar en ridículo. Tyler contó que organizó una fiesta sin celulares con 300 personas donde la única consigna era soltarse. De ahí sale la metáfora del título: no golpeés el vidrio, no mires desde afuera, entrá, bailá, transpirate el ego.
Y sí, la mayoría de sus discos nunca fueron bailables, pero este sí. "Sugar on My Tongue", "Sucka Free", "Tweakin’": todo está calibrado para la pista, para el auto, para el club. Si alguna vez pensaste que Tyler no encajaba ahí, este disco es su contraargumento en loop.
Inspiración de costa a costa y un Tyler estrictamente real
La estética en Don't Tap the Glass es clara y representa algunas de las mayores inspiraciones de Tyler: un cosplay de rapero ochentero con pantalón de cuero rojo, cadenas gruesas y anillos. Pero no hay nostalgia: fiesta a toda costa. Tyler no se disfraza de Big Daddy Kane para homenajearlo, sino para dejarse poseer por el desenfreno de esa época: synth funk, disco, Miami bass, talkbox y más.
En "Ring Ring Ring", canta enamorado como un crooner de Motown, mientras en "I’ll Take Care of You" se evapora entre cuerdas dramáticas y un beat casi sin voz. También hay barras juguetonas y explícitas (“I fucked her and her friend, her friend, her nigga, and his bitch” enumera en "Tweakin'"). Un Tyler desatado pero sin perder la elegancia. Entre la risa y el calor, emerge un disco lubricado por el deseo y la distensión.