Sucede a veces, que luego de un primer gran álbum no sabemos bien con qué nos vamos a encontrar después. Si es que los premios, la fama, la exposición traban o cambian algo en quien escribe, en quien compone. Si el ego abruma.
Anaïs Oluwatoyin Estelle Marinho a.k.a. Arlo Parks nació cuando recién arrancaba este milenio. Parte de una familia que llevó sus raíces nigerianas y francesas a Londres, esta artista empezó a componer desde chica y en 2021 publicó Collapsed in Sunbeams, ese primer gran álbum.
De ese tiempo a esta parte, Arlo no solo ganó el premio Mercury con ese disco, también sumó decenas de nominaciones en los Grammy, los BRIT, los GLAAD. Pero más allá del éxito que estaba consiguiendo, esta joven londinense que comenzaba a vivir una nueva vida en Los Ángeles empezó a pensar en el camino que sabía tenía que elegir para no perder la magia. Por esto volvió a firmar contrato con el sello Transgressive -por más que el éxito la condicionara-, siguió componiendo en Airbnbs californianos y sumó voces cercanas. Sin abandonar su acento inglés, siguió escribiendo de lo que le atosigaba.
Con todo eso en mente creó My Soft Machine, un disco que le debe el nombre a una frase de la película The Souvenir de Joanna Hogg y que la artista interpretó así: “Para mí la suavidad fue la exploración de esa sensación de ternura, gentileza y compasión, yuxtapuesta con la máquina, que evocaba imágenes de acero y frialdad y algo inhumano que no tiene pensamiento ni alma: capturó el hecho de que este es un álbum de luces y sombras. Se trata del entumecimiento pero también de la hipersensibilidad, e incluso de la extroversión frente a la introversión profunda y de la comunidad frente a la soledad”.
Y aunque del dicho al hecho pueden llegar a haber miles de kilómetros, sabemos que nos espera una montaña rusa de emociones si un álbum empieza cantando sobre cómo “Ojalá no tuviera moretones/ Casi todas las personas que amo han sido abusadas, y yo estoy incluida/ Siento tanta culpa por no poder proteger a más personas del daño” sobre una base suspirada, con una voz onírica y un repiqueteo que nos acelera.
Porque Arlo pudo habernos cortado la carne y comernos de a poco, ahora que sabía que podía, de una manera salvaje. Pero no: eligió seguir mordiéndonos tan despacio como lo había hecho con todo lo que supo hacer antes. Con la misma suavidad, con el mismo agobio, para seguir haciéndonos sentir de a poco.
Con doce canciones, la voz de Phoebe Bridgers en “Pegasus“, y la producción de Paul Epworth y de Ariel Rechtshaid, Parks supo construir My Soft Machine como una continuación de su legado, componiendo a partir de la desesperación que le genera amar a mujeres, la confusión de a veces no saber cómo lidiar con la vida y la sensación de sentirse sola.
El resultado es un disco en el que la distorsión y el jazz están más presentes que antes, y el lo-fi sigue envolviéndolo todo. Donde una voz clara dice todo lo que necesita. Así, y como parte de una travesía que va sacudiéndonos con suavidad en cada curva, el segundo álbum de Parks se siente como el camino que tuvo que hacer para volver a encontrar el calor. Esta vez, tratando de no colapsar.
Escuchá My Soft Machine en plataformas de streaming (Bandcamp, Spotify, Tidal, Apple Music).